Hacía ya un día que Jorge estaba encerrado en el cuarto de su hijo. No por el confinamiento obligado, sino mortificado por el comentario de su mujer. No paraba de enjugarse las lágrimas. La noche anterior, luego del aplauso de las 9, se sentó en la mesa para cenar. Siempre fue un hombre meticuloso y aprovechó los aplausos ya convertidos en ritual, para establecer el horario de la cena. Llevaba más de treinta años junto a Clarita. Se podría decir un matrimonio bien avenido. Sin secretos importantes entre ellos. Pero en esa cena, no sabiendo bien el motivo, aburrimiento o una copa demás, Clarita, en forma inesperada, comenta como al pasar, una pequeña historia que tuvo con Sergio. Jorge no alcanzó a escuchar el final que ya estaba llamándolo a su amigo. Era tal la bronca que tenía que no le salían las palabras.
-Hola, hola ¿Jorge? ¿Pasa algo? ¿Estás bien?
- ¿Por qué no me contaste?
- ¿Qué cosa no te conté?
- Tu historia con Clarita.
-Pero Jorge, pasó hace mil años, éramos adolescentes, ni siquiera se bien que es lo que pasó. No sé qué te contó.
- Me tomas como un idiota, un imbécil. Eres el padrino de uno de mis hijos con todo lo que eso significa y ahora me entero que me engañaste toda la vida.
Apagó su celular. Sus sentimientos pendulaban: odio, bronca, decepción, soledad.
Desde ese momento se encerró en el cuarto de su hijo.
El aplauso de esa noche ya no lo escuchó. Estaba muy metido con sus pensamientos. Toda una vida vivió engañado. Pero de a poco se fue dando cuenta que él se había engañado consigo mismo. Nunca se había permitido declararle el amor a su amigo de la adolescencia.
II
Rafaela era una de esasjóvenes que no sentían ningún compromiso ni responsabilidad social.
Se podría decir típica de estos tiempos. No le interesaba el estudio ni el trabajo.
Ni-ni podríamos decir, pero no era del todo cierto. Hay algo que le fascinaba: bailar, si, el baile en los boliches. Comenzaba el jueves y hasta el domingo no paraba. Ella bailaba, no importaba el sexo del acompañante. Lo importante era el frenesí. Con frecuencia amanecía en lugares desconocidos sin siquiera saber con quién estaba. Eso no le importaba demasiado, pero la noche del jueves 19 de marzo fue distinta. Como todos los jueves se había arreglado durante todo el día para comenzar su fin de semana “Terremoto”. Allí era relacionista pública. Buena manera para no pagar la entrada ni la consumición. Fue una noche de excitación mayúscula.
A las diez de la mañana del viernes 20 suena el teléfono en la casa de María Elena.
-Hola
-Mamá, soy yo
- ¿Rafa? ¿Dónde estás?
-Por favor mamá, vení a buscarme
- ¿Pero hija, no te enteraste? Hoy empezó la cuarentena. No se puede salir. ¿Dónde estás?
-Cuarentena, cual cuarentena. Por favor mamá, vení a buscarme, te lo suplico.
-Claro, vos como siempre no sabiendo nada del mundo. Lo único que querés es divertirte.
-No empecemos ahora a discutir, por favor. No es el momento.
-Nunca es el momento para vos. Ya no sé cómo hacer para que entres en razón. Desde que tu padre nos abandonó ya no sos la misma.
-Mami, por favor, se me está por acabar el crédito.
En ese instante la llamada quedó en silencio.
A los pocos días el cuerpo de Rafaela apareció en un descampado. Su fatal destino amplió la lista de femicidios.
III
A Ernesto la cuarentena no le modificó gran cosa su vida. Estaba muy acostumbrado a no salir de su casa. Vivía solo. Ya hacia bastante tiempo que se había separado de su tercera mujer. Su carácter tosco y ensimismado hacía que sus esposas lo dejaran sin que él manifieste dolor alguno por estos abandonos. Con sus tres hijos, dos con la primera mujer y el otro con la segunda, mantenía una relación cordial pero distante. Respecto a su oficio, escritor, se podría decir que era un escritor exitoso pero burocrático. Conocía la fórmula para que sus lectores entraran en sus libros y quedasen hechizados con sus tramas. La editorial ya le había anticipado el dinero de su próxima novela dando por descontado el éxito que iba a obtener. Pero en Ernesto ya no había creatividad, no experimentaba, escribía repitiendo esa fórmula conocida.
El 22 de abril llegó una noticia que lo conmovió: murió Marcos Mundstock.
Pasaban las horas e iba entrando en un estado de melancolía. Dejó de escribir lo que estaba escribiendo. Le vinieron recuerdos. Poco a poco fue localizando los hechos por donde transitaban esos recuerdos hasta que logró ubicarlos con exactitud: el instituto Di Tella, donde escuchaba a Les Luthieres. Se le presentó con claridad la imagen de Elena. Comenzó a vivenciar en su cuerpo aquellas experiencias vividas allí. Hasta se sonrojó. Pasaron casi 50 años y recordaba con absoluta claridad las vivencias de máximo placer junto a ella. Fueron unos pocos meses. Ir al Di Tella, comer pizza en Guerrín, y luego el telo….
Después, con los años comenzó la rutina: casarse, criar a los hijos, escribir.
Pero la vida quedó allá.
IV
Es imposible no escribir esta historia. A muchos les podrá parecer una pavada. Sinceramente no soy escritor, pero con esta cuarentena me atrevo a dejar plasmado algo que viví. Estoy convencido que va a quedar en mi computadora sin que nadie lea esta historia. ¿Será así como sienten los escritores?No tengo eloficio, peroleí que ellos sienten esanecesidadde expresar sus ideas. ¡Cómo me hubiese gustado enhebrar palabra por palabra para que suene rítmicamente y que sea un deleite musical!
Tampoco quiero quejarme, simplemente hago una acotación. Pasé por la vida haciendo planos. Lo digo en pasado porque hace poco me jubilé como arquitecto. Esa profesión me dio un buen pasar económico, esto es, entre otras cosas, haber criado dos hijos con una buena educación. Lamentablemente no puedo disfrutar de ellos ya que hace algunos años viven fuera del país.
Por suerte puedo viajar con mi mujer una vez al año y visitarlos. Claro que tengo un reproche hacia ellos, todavía no me dieron nietos. Ambos están en pareja, sin embargo, el nieto aún no ha llegado.
Acá viene la historia que quiero contar. En el departamento vecino vive una pareja joven. Muy simpáticos. Tenemos una relación muy cordial. Karina me contaba sobre su embarazo cada vez que nos cruzábamos en el palier. Hasta me enseñó en una oportunidad la ecografía en donde se veía claramente la fisonomía de la nena. Llegó la cuarentena y con ella Anita. No la pude conocer en esos días. Durante el silencio de las noches escuchaba nítidamente su llanto. Yo iba adivinando: ahora tiene hambre, ahora está molesta con los pañales, ahora tiene dolor de barriga. Pero una madrugada su llanto no paraba. Me preocupé y supe que le pasaba. Con el pijama puesto y el correspondiente barbijo les toqué el timbre. Cuando me abrieron estaban desencajados, sin saber que más hacer con la bebé. La arropé en mis brazos y se calmó. Fue simple. Necesitaba un abuelo.
V
Salomón nunca se enterará que esa fue la última noche que iba a escuchar a LeibeleSchvartz cantando en idish en su viejo Winco. Vivía en un departamento de dos ambientes. Uno era el dormitorio y el otro el comedor, donde pasó prácticamente sus últimos años rodeado por sus libros y una pila interminable del IdisheZaitung. No había tema que no le interesara para investigar. No se mostraba gran conocedor, como tampoco expresaba sus sentimientos. Hombre de pocas palabras y mucha cultura.
Al día siguiente,cuando Salomón no le contestó el celular, su hija Fanny se preocupó mucho.Salió corriendo a su departamento. Lo encontró recostado en el sofá, tenía la cara plácida, hasta parecía sonriente. La muerte dulce suele decirse.
No hubo velatorio. La cuarentena no lo permite. Fanny hizo rápido los tramites en AMIA. partió sola hacia La Tablada en una tarde nublada y otoñal. Luego del entierro, Fanny tuvo la necesidad de volver al departamento de su padre para reencontrarse con viejas fotos, viejas cartas y viejos documentos ya amarillentos.
Ochenta años y sólo quedaban esos papeles que eran los testigos de que una vida había pasado por este mundo. Fanny se quedó impávida cuando vio nuevamente el documento polaco y más precisamente la fecha de nacimiento de su padre: 15 de octubre de 1940.
Había nacido durante el Gueto de Varsovia y se fue en la cuarentena del 2020.
Autor/es:
Carlos Tewel, APA
Directora: Mirta Goldstein de Vainstoc
Secretario: Jorge Catelli
Colaboradores: Claudia Amburgo
José Fischbein
Los descriptores han sido adjudicados mediante el uso del Tesauro de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina
Presidenta: Dra. Claudia Lucía Borensztejn
Vice-Presidente: Dr. José Fischbein
Secretaria: Lic. Laura Escapa
Secretaria Científica: Dra. Rosa Mirta Goldstein de Vainstoc
Tesorero: Dr. Rafael Eduardo Safdie