Otra vez te reveo,
Pero, ay, ¡a mí no me reveo!
Se rompió el espejo mágico en que me reveía idéntico,
Y en cada fragmento trágico veo solo un pedazo de mí
Un pedazo de mí y de ti...
Fernando Pessoa
El presente trabajo establece una relación posible entre las nociones de duelo, dolor psíquico, entendido en términos de trauma, conforme la propuesta freudiana, y la creatividad como un efecto remanente del trabajo psíquico ante la adversidad en la vida y obra de Fernando Pessoa. Autor cuya producción permite rastrear y reconstruir una singular respuesta defensiva frente al drama de su verdad histórica, un drama que el propio autor desplegó “en gente”, en una multiplicidad de otros sí mismos a quienes infundió “un profundo concepto de la vida (…), gravemente atento a la importancia misteriosa de existir”, de trascender en el desdoblamiento de la heteronimia para, quién sabe, hacer más soportable la soledad que plasmara en su expresión.
En este sentido, sabemos que Fernando transcurrió su infancia, aparentemente, sin tropiezos ni sobresaltos hasta que sucedieron una serie de acontecimientos penosos que provocaron un cambio profundo en el círculo familiar. Todavía no había cumplido 5 años, cuando el padre enfermo de tuberculosis se agrava y deja la casa acompañado de su esposa, nuevamente embarazada. Su hermano Jorge, al nacer enfermo, requiere de cuidados constantes, entonces Fernando queda a cargo de las criadas. Su madre se reparte entre su marido moribundo y sus hijos. Cuando el poeta cumple 6 años muere el padre y cinco meses más tarde se muda de su casa natal. Un mes después Jorge muere y, simultáneamente, la madre conoce al que será su segundo marido.
Entendemos que estos lamentables sucesos, ocurridos a partir de los 5 años, provocaron el derrumbe de su mundo infantil. Tempranamente tomó contacto con la enfermedad, muerte, soledad y locura. Vivencias que marcarán su producción artística, ya que tal como señala Tabucchi: “la locura y la soledad son los aspectos que definen y significan al sistema heteronímico”.
Así, de niño no sólo sufrió el destronamiento por el embarazo de su madre, sino que tuvo que padecer el alejamiento de esta, sumado a la enfermedad, muerte de su padre y hermano menor. Le tocó también, sobrellevar la depresión materna como consecuencia a dichas perdidas casi simultáneas, circunstancias que indudablemente provocaron la retracción emocional de la misma. A raíz de esto el vínculo amoroso con su madre se vio afectado considerablemente y provocó posiblemente una caída en un estado depresivo y esquizoide, reforzando su narcisismo infantil.
Sobre esta penosa circunstancia centraremos nuestro análisis reforzando la hipótesis del impacto de la caída de la idealización materna para Fernando, como desencadenante privilegiado de una posición doliente, de un dolor que traduce la presencia de un objeto ausente y perdido, dejando la realidad psíquica poblada de sombras, figurantes y fantasmas (Pontalis, 1978). En este sentido, sabemos que el autor con sólo 7 años tuvo que asumir el nuevo matrimonio de la madre y una emigración a Durban (Sudáfrica), partida dolorosa que será sensiblemente evocada por el heterónimo Álvaro de Campos en “Oda marítima”. En aquel tiempo sale a la luz su primera manifestación poética con el título “A mi querida madre”, quizás, ante el peligro inminente de ser separado de la misma como consecuencia de su próximo viaje:
¡Oh tierras de Portugal,
oh tierras donde nací;
por mucho que yo las quiero
mucho más te quiero a ti![1]
De este modo, y por el apego amoroso que Pessoa de pequeño sentía hacia su madre cabe conjeturar que, dados estos acontecimientos, él se haya sentido exiliado del amor de su madre. Al respecto el poeta refiere: “Comprobé que siempre los que son apartados de su madre en la vida quedan necesitados de ternura, ya sean artista o simples hombres (...) Pero existe una diferencia: aquellos a quienes les faltó por muerte volverán sobre sí mismos la propia ternura, substituyendo ellos mismos la madre desconocida; aquellos a quienes la madre le faltó por frialdad pierden la ternura que habrían tenido y resultan cínicos implacables, hijos monstruosos del amor natal que se les negó”[2]
En su poesía resuena como el sentirse exiliado del amor de su madre ha tenido hondas consecuencias en el sentimiento de sí. “Todo en mí es como de un príncipe de cromo pegado en el álbum viejo de un niño muerto hace mucho…”. [3]
Sin embargo, según Simões, el golpe anímico que sufrió al descubrir que la madre súbitamente le iba a faltar por su unión con el segundo marido, parece haber contribuido a florecer prematuramente su vena poética.
En consecuencia, dicha condición adversa tendrá, no obstante, un saldo positivo. Como afirma J. Simões (1954): “El niñito de mamá sintió que no lo era, se volvió frío, mistificador, desde esta especie de palco impersonal, intemporal, abstracto donde empieza a representarse el extraño drama de su creación poética.” [4]
En este sentido, y a mi juicio, el rechazo amoroso y abandono sufridos en su más tierna infancia sumado a la perdida traumática de su padre y hermano menor constituyeron un terreno fértil no sólo para el desarrollo de la escritura creativa sino también para la creación de un compañero imaginario que cumple la función de restitución de sus tremendas perdidas, jugando a escribirse cartas a sí mismo con la firma de Chevalier de Pas[5].
Compañero imaginario que, conforme el pensamiento de Winnicott (1958), responde no solo a simples construcciones de la fantasía, sino a creaciones muy primitivas y mágicas utilizadas a modo de defensa. De ese modo, y como sabemos, estas construcciones en el niño pequeño llenan el vacío, descuido, soledad o rechazo que parece estar vivenciando como consecuencia de la retracción materna, por ejemplo, debido al nacimiento de un hermanito o, como en el caso de Fernando, por múltiples situaciones de pérdidas.
El autor, expresa esas vivencias mediante la palabra plasmada en la creación literaria, reproduciendo el sentimiento de abandono y apartamiento de su madre. Suceso que, en el siguiente pasaje del “Libro del desasosiego”, sitúa en su primer año de vida, momento de gran inermidad infantil:
“No recuerdo a mi madre, murió cuando yo tenía un año. Todo lo que hay de disperso y duro en mi sensibilidad proviene de la ausencia de ese calor y de la añoranza inútil de los besos que no recuerdo. Soy algo postizo[6]. Me desperté siempre contra pechos ajenos, abrigado por añadidura.
¡Tal vez la nostalgia de no haber sido hijo incida hondamente en mi indiferencia sentimental. Quién de niño me estrechó contra su mejilla no pudo estrecharme contra su corazón. La que sí hubiera podido, estaba lejos, enterrada – esa que me pertenecería, si el Destino hubiese querido que me perteneciera…”[7] .
Así, pensamos que dicho quiebre afectivo en la relación con la madre tuvo un efecto catastrófico para la expresión de su sensibilidad y desarrollo de su capacidad amorosa. En su biografía se pudo detectar que tanto sus vínculos amorosos como sus emprendimientos intelectuales y laborales fueron iniciados y luego abandonados. Esta modalidad de conducta recuerda al concepto de “La madre muerta” de A. Green (1983), que se encuentra reflejado a lo largo del siguiente fragmento de B. Soares:
“Reconozco, no sé si con tristeza, la sequedad humana de mi corazón” ...
Por lo tanto, la significación, en si misma traumática, de haber sido exiliado del amor de la madre como consecuencia del rechazo amoroso puede ser considerado el segundo tiempo del trauma que resignifica otro apartamiento más temprano, posible de ser encuadrado dentro del concepto de la madre muerta.
En su ensayo, A. Green, sostiene que “la madre muerta” es una imago constituida en la psique del hijo como consecuencia de una depresión materna, condición por la que se transformó brutalmente el objeto vivo, fuente de vitalidad del hijo, en una figura inanimada. Este cambio brutal vivenciado como catástrofe es un trauma narcisista, que además de la perdida de amor conlleva una pérdida de sentido. El desastre se limita a un núcleo frío que revela su marca indeleble sobre las investiduras eróticas de los sujetos en cuestión, afectando el destino libidinal, objetal y narcisista. La falta de respuesta materna ante la conmoción vivida provoca heridas no cicatrizables en el yo del niño que paralizan su actividad, sumiéndolo en un estado de desamparo. Sus consecuencias en la esfera de la sexualidad son menos importantes que las que ocurren en el nivel del yo. De este modo Ferenczi hace retroceder el paradigma de la pulsión por el del objeto pues afirma que el trauma no siempre está en relación con lo sucedido sino también con lo no sucedido, con las carencias del objeto primario.[8] En este sentido, Green hace depender también del objeto la función básica del campo psíquico, la de crear representaciones tanto del mundo externo como de la realidad psíquica (Función objetalizante).
Por su parte, Ferenczi, figura al trauma como una conmoción que hace estallar la personalidad, provocando una escisión. Así la parte violentada es segregada, fragmentándose de este modo la personalidad. Según Thierry Bokanowski (1998), Ferenczi fue el primero en percibir “la importancia mutativa de la asociación del concepto de trauma con el de escisión” [9]. Este último autor considera el trauma como una fractura psíquica.
En consonancias con estas ideas, pensamos que el pequeño Fernando se defiende frente al colapso narcisista vivenciado mediante la escisión psíquica.
Incontables son los versos del poeta en los que podemos identificar a la escisión funcionando de manera activa, sin embargo, para esta ocasión seleccionaremos uno de ellos que ilustra que ante la conmoción vivida fue su ser infantil, la parte violentada de su personalidad, la que sufrió el destino de la escisión.
El siguiente soneto, sin título extraído de “El libro del desasosiego”, muestra una fuerte añoranza por la niñez perdida y el hablante, ya un adulto, se siente vacío, por estar deshabitado del niño que alguna vez fue.
El niño que antes fui llora en la estrada
Porque allí quien fui luego lo dejó;
Pero hoy, al ver que lo que soy no es nada,
Quiero buscarlo donde se quedó.
Ah, ¿Cómo he de encontrarlo? Quien erró
la venida la vuelta tiene errada.
De donde vine adonde ignoro yo.
De no saberlo, está mi alma parada.
Si al menos deparase este lugar
Un alto monte desde el que pudiera
Lo que olvide, mirando, recordar
En la ausencia, de mí al menos supiera
Y, al ver de lejos al que fui, encontrar
Un poco en mí de cuando así yo era.
Si bien el poeta desde el punto de vista formal se permite toda licencia en el uso del tiempo, haciendo una fusión del pasado con el presente, al decir “el niño que antes fui llora en la estrada”, emplea el tiempo de modo subjetivo, fragmentado. Y el tiempo se ha fragmentado por efecto del trauma infantil que consistió en la brusca interrupción de investidura libidinal por parte de la madre, dejando su “alma parada”, expresión con la que alude a la fijación al trauma.
En cuanto a la escisión, M. Klein la concibió como una defensa que opera precozmente en el psiquismo contra la ansiedad provocada por la actuación del instinto de muerte. Se escinden partes buenas como malas del yo, se expulsan y proyectan sobre el objeto externo, generando una dependencia de este. Cuando la identificación proyectiva se circunscribe al mundo interno, se segregan aspectos del yo que dejan “temporariamente” de existir. Estos aspectos escindidos permanecen dentro del psiquismo como si se trataran de núcleos encapsulados y ajenos a todo el funcionamiento psíquico. En ambas circunstancias la consecuencia es la aniquilación de partes del yo. Es de destacar que estos aspectos “mutilados” quedan fuera del registro yoico.
Es posible conjeturar, tomando los desarrollos teóricos de Ferenczi y de Klein, que la escisión en un primer momento fue pasiva, consecuencia del trauma infantil que provocó la escisión de su ser infantil. Sin embargo, luego el uso de la escisión de manera activa le permitió crear, mediante la identificación proyectiva, el compañero imaginario, un doble-tercero que le facilita el ingreso al mundo simbólico y crear el sistema heteronímico, su obra descomunal, que le posibilitó la construcción del lazo social.
En este sentido, como dice Simões, es difícil decidir en qué medida F. Pessoa es hombre antes de ser artista o artista antes de ser hombre.
La siguiente aseveración de Pessoa[10] ilustra dicha cuestión y vincula de forma concluyente al compañero imaginario y la figura del heterónimo “Pienso a veces lo bello que sería, unificando mis sueños, crearme una vida continua, que se sucediera en el transcurso de días enteros, con compañeros imaginarios o gente creada[11], e ir viviendo, sufriendo, disfrutando esa vida falsa... y nada de mi sería real...todo pasaría en una ciudad construida en mi alma…”
Ahora bien, muchos niños sufren carencias afectivas y pérdidas dolorosas, sin embargo, no todos crean un compañero imaginario. Entonces, ¿cuál será la condición propiciadora que origina su invención?
Indudablemente dotes creativas e imaginativas, en Pessoa casi desenfrenadas, cuya exuberancia facilitó la configuración de la fantasía como un refugio para la vida.
En este sentido, si bien Freud postuló el juego repetitivo como un modo de procesamiento psíquico del trauma infantil, nosotros proponemos a la creación en cuyo desarrollo el juego no parece estar excluido. El trabajo de la creación constituye una forma de trabajo psíquico al igual que el trabajo del sueño y del duelo. Es un proceso psíquico que ayuda a ligar las impresiones traumatizantes dando origen, en este caso, a la invención de un objeto de la fantasía, como dice Pessoa, “Desde niño he tenido la tendencia de crear un mundo ficticio, rodearme de amigos y de conocidos que nunca han existido”, permitiéndole restituir el lugar perdido tras el derrumbe de su mundo infantil.
Anhelo creativo que, concretizado, y sin lugar a duda, amortiguó el desgarro anímico evitando el desgarro psíquico del autor, quien nos deja como legado sus heterónimos y su obra descomunal, cuyo estudio nos permitirá continuar profundizando respecto a la naturaleza del yo y sus vicisitudes.
[1] En vida y obra de Fernando Pessoa. J. Simões
[2]Idem
[3] Libro del desasosiego, (Pág. 62)
[4]Idem
[5]Situación que se repite en la adolescencia con el heterónimo Alejandro Search.
[6] El subrayado es mío.
[7] Pessoa, Fernando. Libro del desasosiego (Pág.68)
[8] André, Jacques, comp: (2000) “Los estados fronterizos”: ¿nuevo paradigma para el psicoanálisis? Buenos Aires, Nueva Visión.
[9]Bokanowski Thierry (1988). - Entre Freud y Ferenczi: el “Trauma”. En: Revista de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica de Madrid. Nº28, 1998.
[10]Extraída del Libro del Desasosiego
[11] El subrayado es mío.
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Autor/es:
Mónica Hamra, APA
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