0.Introducción
Es motivo de este ensayo propiciar algunos lineamientos que se despliegan en relación a la Verleugnung. La Verleugnung podría considerarse como una operación en relación al significante, que funciona en las adyacencias de todo acto logrado o impedido, según su sujeto, ese sujeto mismo que acontece por aquel acto significante. Es una operación solidaria a una modalidad del retorno vía repetición, una operación que necesariamente produce un resto, una impureza. Pero antes de considerar de lleno esta operación propiamente significante intentaremos surcar en una primera vuelta, los problemas que diversos autores encuentran en los tratamientos que dan a la representación, tratamientos que consideramos congruentes en varios sentidos a los que, en una segunda vuelta, nos toparemos respecto a la Verleugnung.
1. Primera vuelta
1.1 Poderes y límites
En primer lugar tomamos el texto en el que Roger Chartier intenta una lectura de la Obra de Marin, y que sugestivamente lleva como título “Poderes y límites de la representación” (1) . Retoma de Marin su preocupación por la lectura, como una función que se establece en relación tanto a un texto escrito como también a un cuadro pictórico. Texto y cuadro son los referentes de la lectura. La diferencia que puede establecerse entre estos dos tipos de lecturas aparece subrayada por Chartier en términos de irreductibilidad e intrincación mutuas. Así como un cuadro tiene el poder de mostrar lo que la palabra no puede enunciar o lo que ningún texto podrá dar a leer, así todo texto establece a su imagen de referencia, como ajena a la lógica de la producción de sentido. Leer un cuadro, leer un texto: ¿en ambos casos se trata de la función de la lectura?
Lo que deduce Marin de esta función son dos modos de la representación que se relacionan mutuamente; y allí, en esa reciprocidad, encuentra un problema, una pregunta. Sintetizando, puede expresarse este problema de la siguiente forma: la representación se manifiesta en un nivel transitivo que sugiere que la representación siempre representa algo (para este ensayo se trata de la faz metonímica de toda representación) pero también se manifiesta en un nivel reflexivo que sugiere -en cambio- que la representación se presenta representando algo (se trata de la faz metafórica). Hay aquí dos niveles contradictorios yuxtapuestos.
Puede también expresarse este problema subrayando dos concepciones del cuerpo: La ficción de un cuerpo simbólico tomado como real que es el modelo que se prefigura históricamente como no teniendo una historia -que Marin cuestiona y llama el modelo de la representación eucarística- y la concepción de otro cuerpo irreal que se encuentra empañado en la actualidad de las ciencias humanas, pero que sin embargo resurgió con las ciencias lingüísticas y con el psicoanálisis, cuyo sostén es el significante. Es en esta última concepción o tratamiento de la representación en su faz metafórica, presentando lo que representa, es donde se ubica un problema congruente con el tratamiento del sujeto dada una Verleugnung.
Pero avancemos siguiendo la argumentación del autor que tomamos como introductorio. Dice Chartier: que en la lectura de la imagen “opera la sustitución de la manifestación exterior en que una fuerza sólo aparece para aniquilar otra fuerza, en una lucha a muerte, por signos de la fuerza o, mejor, señales e indicios que no necesitan sino ser vistos, comprobados, mostrados, luego contados y relatados para que la fuerza de la que son los efectos sea creída”(2) .
La línea discontinua entre ambos modos de la representación parece situar o un mostrar o un demostrar, operando dos tipos de lecturas cuyo soporte son dos tipos diferenciados de representación y entre estos dos modos se sitúa un exceso denotado por la mutua irreductibilidad e intrincabilidad, siguiendo los tipos de lecturas del texto o del cuadro.
Marin extrae de su crítica a la lógica de Port-Royal y a los dispositivos de la “muestra”, un uso monopólico clásico de la imagen que resulta mostradora y tajante: “Es por eso que nuestros reyes no se procuraron esos disfraces. No se enmascararon con vestidos extraordinarios para parecer tales. Pero se hacen acompañar por guardias, por tajeados o por alabardas”(3).
Este acompañamiento suscita obediencia y sumisión, hay un uso de esta “muestra” en ciertos dispositivos que representan la potencia de la función en juego. En esto vale apuntar a la diferencia entre creer y creencia, como una forma tensionada, disjunta. El hacer creer se sostiene en esa lectura transitiva que antes señalábamos con Marin, mientras que la creencia -en cambio- se formaliza como la adhesión del sujeto de una proposición, a un acto de enunciar más allá de lo que se enuncia. La creencia va al lugar de la presentación de lo representado, gana un lugar para el sujeto amparado por la metáfora en su función de abrochamiento, el creer, en cambio, no asegura ningún objeto a esa acción, es decir lo metonimiza.
En síntesis y abreviando, Chartier rescata de la Obra de Marin esa tensión que las relaciones entre el texto y la imagen tienen para este último. “En esta irreductibilidad de lo visible a los textos -visible que es no obstante su objeto- los textos así glosados e interglosados [que Marin estudia] extraen, por esa extraña referencialidad, una capacidad renovada para acercarse a la imagen y sus poderes, como si la escritura y sus poderes específicos resultaran excitados y exaltados por ese objeto que, a causa de su heterogeneidad semiótica, se sustraería necesariamente a la todopoderosa influencia de aquellos: como si el deseo de escritura (de la imagen) se ejercitara en realizarse "imaginariamente" deportándose fuera del lenguaje hacia lo que constituye, en muchos aspectos, su reverso o su otro, la imagen"(4).
Allí se recorta este deseo de escritura de la imagen cuya causa es un objeto (que denominamos mirada y que Marin denomina lo visible) que liga e identifica las producciones simbólicas (es decir ambos tipos de representaciones) con una textualidad. Este deseo liga lo que se da a ver (la muestra) con lo que se lee (la demostración o mal dicho su demuestración). La obra de Marin, entonces, sitúa un interés entremarcado por cierta omnipotencia de la representación y sus posibles desmentidos.
1.2 El autor
Los dos cuerpos del rey es un texto de Kantorowicz que comenta Guy Le Gaufey en su “Anatomía de la tercera persona” (5) cuando trata el tema de la duplicidad del soberano. Nos interesa porque en ese dos al que refiere la duplicidad, puede leerse una fallida solución al problema de la propiedad, o más específicamente un problema concerniente al estatuto de la apropiación de los bienes que la Corona acumula. Existe la persona del soberano y existe la Corona, se considera que son dos, por ende, existe también -y esto no puede constituir una obviedad- un vínculo jurídico entre ambos. Esta juridicidad nace intrincada con el pensamiento teológico, en donde encuentra un antecedente que deberá a su vez combinarse con la estrategia que los romanos impusieron en la historia occidental como régimen del menor, aquello dependiente (jurídicamente hablando) de un tutor: restitutio ad integrum. La Corona bien podía ser considerada como un “menor” a condición que se le adjuntara un “tutor”. Pero aún queda un intersticio, a manera de falla a considerar, en el pasaje que va de la muerte de un Rey tutor a otro que le suceda. Allí los ingleses inventaron la idea de “corporación unitaria”, es decir inventaron una corporeidad que sólo tiene un miembro cada vez. Le Gaufey establece en este punto un común con diferencia lógica matemática de conjuntos entre pertenecer a una clase y estar incluida en ella, que es una diferencia irreductible, pensada en modo similar a la diferencia que se establece entre distinguir dos cosas o separarlas una de la otra.
La verdadera solución a estos dos que forman unidad, adviene en cambio del lado francés cuya realeza inventó proponer la intervención de un tercero que suple a toda efigie y se forja como una instancia de poder: la asamblea. Así habrá que esperar, según Le Gaufey, a una teoría de la representación en boca de Hobbes para que este dos sin tres franceses, o esta corporación unitaria inglesa -ambas soluciones fallidas al problema de fondo- aparezca situado como verdadero problema.
Le Gaufey entonces considera estas cuestiones a nivel de lo que él llama los dos cuerpos, y subrayamos dos formas de presentar esta cuestión: la efigie francesa por un lado y la lógica inglesa de inclusión o corporación unitaria. La efigie a la que alude es la que se creaba en tamaño natural de gran calidad plástica y artística, a imagen y semejanza del Rey apenas difunto, y que se sostenía hasta al final de la ceremonia de entierro. En ese vacío de poder (hasta la ceremonia de consagración del próximo rey), la efigie ocupa un lugar: el del cuerpo del Rey, la visibilidad de uno de los cuerpos. Es el bastón del Mayordomo de la Casa del rey lo último que permanece en pie durante la comida del funeral, después de la ceremonia del entierro en donde todos los otros emblemas son abandonados junto al féretro y es lo único que se ofrece al nuevo Rey - todavía no coronado- en reconocimiento de la insignia del Rey difunto y que ya nadie detenta; queda así en manos del nuevo Rey renovar todos los cargos de la realeza. Reducido pues a un bastón ese cuerpo representantivo mantiene vivo el acto de defunción que ya hubo sido. El rey entonces -como se aprecia- nunca muere, puesto que la muerte del Rey jamás afecta a ambos cuerpos a la vez.
Por el lado de la lógica matemática de conjuntos, se establece una diferencia entre la función de pertenencia y la de inclusión. Aún para el caso que se trate de un sólo elemento en un conjunto unitario, puede definirse la pertenencia de ese elemento a ese conjunto, pero nunca la inclusión a sí mismo, o a la clase que este incluye. Por este sesgo se introduce la repetición de la diferencia: el significante que se define por ser diferente a todo significante, incluso a él mismo. La ruptura de la identidad más nunca de la identificación posible (o congruencias que habrá que establecer respecto al sistema todo). El Rey ha muerto viva el Rey; no hay pues, tautología posible, la representación entonces adormece al acto inclusivo confundiéndolo con la función de la pertenencia, tal como el bastón aletarga al acto de defunción sosteniendo al sujeto que se representa.
La presencia representativa de la imagen o la incorpórea inclusión a la clase de un solo elemento, demuestran en su practicidad cómo se resuelve el desmentido del acto de morir en procura de una transmisión de los emblemas reales.
1.3 Escotomizaciones.
Por último y más brevemente está el tema de la representación dentro del estatuto científico que, a diferencia de lo anterior mucho más humanista, concierne de lleno a la cuestión del sujeto. F. Regnault escribió un texto rememorando los diálogos galileanos renacentistas (6), en donde se argumenta sobre las implicancias del paso nuevo de la llamada ciencia moderna. Subrayamos en esta bastedad la reducción en la óptica, la dióptrica, la astronomía, etc. de la visión al así llamado sujeto de la representación que hace de ella un punto geométrico. En esa operación el sujeto se escamotea en un rechazo que tendrá que esperar el advenimiento del psicoanálisis para ser considerado en su retorno. Lo que hay que subrayar -y Regnault lo hace respecto de la mirada- es que, junto a ese rechazo en procura de una pura representación, hay objetos que la ciencia -o que por la ciencia- comienzan a tomar estatutos de reales y que respecto de ellos la escisión del sujeto comienza a complejizarse: escisión, spaltung, escotomas, etc. constituyen nombres para esa relación entre ese sujeto así rechazado y la cosa del mundo. Así podemos establecer que no es tanto la representación sino el sujeto de la misma, el que es puesto en consideración en este giro de la modernidad.
2. Segunda vuelta
2.1 El sueño de turbación
Cuando Freud trabaja el sueño de turbación por desnudez (7) , considerándolo como un buen ejemplo de sueño típico, intenta en primer lugar acotar los rasgos por lo que considera que esos sueños deben ser tratados como tales. Recorta entonces que “...sólo nos interesa cuando en él se siente vergüenza y turbación, queramos escapar u ocultarnos y en eso sufrimos una extraña inhibición: no podemos movernos del sitio y nos sentimos impotentes para modificar la situación penosa”. En esa extraña inhibición Freud lee cómo, al menos dos piezas contradictorias se muestran al soñante tal como dos fragmentos que armonizan mal entre sí. La inhibición, que en un interesante señalamiento clínico Freud da a llamar turbación en la locomoción es, junto con la indiferencia de los personajes del sueño (aquellos que se insertan en la escena del sueño donde el soñante se muestra desnudo o mal vestido) las expresiones de esas dos fuerzas. Inhibición e indiferencia marcan una disonancia y se muestran discordantes al oír y al ver de Freud que sigue la huella de este mal arreglo en el análisis del cuento “El vestido nuevo del Emperador” a la vez que no desatiende la desfiguración y la distorsión que desde el sueño se le impone al soñante o, en el caso del cuento, al creador literario. Luego del análisis Freud intelige entonces una apetencia de exhibición que se muestra en esas formaciones para nada desajustadas con un infante desprovisto de vergüenza. Pero para que esta construcción ficcional a todas luces rigurosa tenga sentido y lógica, a Freud se le hace necesario sostener a la repetición. Porque, en la medida en que “las impresiones de la primera infancia” en sí y por sí, quizá sin que importe su contenido, demandan reproducciones: por tanto, su repetición es cumplimento de un deseo. Los sueños de desnudez son entonces sueños de exhibición. Es importante subrayar entonces que, dada esta repetición, la represión subsidiaria es la que interviene descolocando la conexión existente entre la turbación por la desnudez y la mostración exhibicionista. Freud de la siguiente manera nos comenta un corolario: “El sueño sirve excelentemente para figurar el conflicto de la voluntad, el ‘no’. De acuerdo con el propósito inconsciente, la exhibición debe continuarse y de acuerdo con la exigencia de la censura, debe interrumpirse”
2.2 El goce de la obscenidad
La pulla indecente(8) es otro motivo que da lugar a trabajar por otro camino las circunstancias sexuales por medio del decir en donde se pone en primer plano -según el análisis de Freud- el placer de ver desnudo lo sexual. Freud infiere tres pasos estructurales para la construcción de la pulla indecente.
El primer paso es una inferencia: acota que en su origen la pulla indecente está dirigida a la mujer y equivale a un intento de seducirla. Se aclara que en este punto hay una fuerza que actúa como fundante que es la inclinación de ver desnudo lo específico del sexo, que es uno de los componentes originarios de la libido, aclarando que este ver tal vez sea ya una sustitución del tocar lo sexual. Y bien, ese tocar se relaciona con el autodesnudamiento que es la inclinación infantil por excelencia en relación al exhibicionismo masculino y al pudor sexual femenino cuya puerta de escape es el vestido (o las vestiduras de la moda). Dado este primer paso inferido por Freud llega a la conclusión que es la inflexibilidad de la mujer la condición inmediata para la plasmación de la pulla indecente.
El segundo paso -que Freud nombra como ideal- es cuando a la resistencia propia de la mujer se le suma la presencia de otro hombre, es decir un tercero. Es este tercero quien cobra rápidamente la máxima significación para el desarrollo de la pulla. Entonces en el caso ideal -el segundo paso- se cuenta con tres personajes.
El tercer paso es cuando este tercero cobra la máxima intensidad hasta el punto de que puede prescindirse de la presencia de la mujer o bien, es esta misma presencia la que pone fin a la pulla. En este punto la pulla se aproxima a la estructura del chiste pues se configura como un entre dos con exclusión de un tercero. Pero Freud separa la pulla del chiste en varios aspectos: “El mero enunciar la franca desnudez depara contento al que enuncia la pulla y hace reír al tercero". Es el recurso a la alusión, es decir a la sustitución por algo pequeño que se sostiene en la obscenidad plena y directa, así disfrazada en el decir. Freud dibuja un recorrido por el cual la satisfacción de una pulsión consiste en el rodeo del obstáculo: la insusceptibilidad de la mujer para soportar lo sexual sin disfraz. Freud denomina entonces represión a ese poder que estorba o impide el goce de la obscenidad sin disfraz.
2.3 Stigma indelebile
Posiblemente el fetiche sea el paradigma de una sustitución lograda y muestre el funcionamiento por el cual el goce de la obscenidad sin disfraz es reprimido. Cuando Freud se detiene en ello en “El fetichismo” muestra a las claras y otra vez, que se trata de una sustitución en donde el significante –entroncado en el juego de pase de lenguas del ejemplo- aparece en su valor de tal.
Dos cuestiones: En primer lugar, lo que se sustituye, aquello por lo cual el goce de la obscenidad sin disfraz encuentra un obstáculo: se trata del falo: “El fetiche es el sustituto del falo de la mujer (de la madre)”. En segundo lugar, la introducción del concepto de Verleugnung en función del cual el sujeto “conserva y resigna”, sea la castración en la madre u otro acontecimiento que su vida le hubiera consagrado.
2.4 Consideraciones a la segunda vuelta.
Los tres textos de Freud que hemos considerado pueden ser considerados a la luz de una pregunta sobre la que opera la Verleugnung en la medida en que se le considere como una operación propia del sujeto en relación al significante.
En el texto sobre “El fetichismo” Freud llamó Verleugnung a un proceso que afecta al destino de la representación. En el texto sobre la pulla indecente, utilizó en cambio la descripción del mecanismo que llama alusión, como una sustitución para que una satisfacción se logre “rodeando el obstáculo”. A su vez, en el análisis de un sueño típico, una consideración similar en cuanto proceso recibe el nombre de un conflicto de la voluntad, expresado en el sueño bajo la forma de un inexistente “no”. Intentamos no leer en esa secuencia de tres textos, un avance teórico -que a medida en que progresa encuadra mejor sus contenidos y sus objetivos- sino más bien precisar como un avance del posicionamiento del pensamiento teórico freudiano hace necesaria una consideración más ajustada de la repetición. En los tres textos la repetición deja de ser un esfuerzo descolocado dado su retorno, a constituirse en un proceso que necesita de tres pasos en su construcción hasta, por fin, un tratamiento basado en el significante. Estos tres hitos sobre la repetición -que no son los únicos en la vastedad de la obra freudiana- conducen a una hipótesis en donde:
1) El sueño expresa un modelo de inhibición y es por eso que la voluntad aparece como aprehensible más que alguna otra cosa, en un sistema dual y asocial.
2) En la puja se ubica en cambio, un ciclo formativo del síntoma que se escribe como la imposibilidad de un goce sin disfraz, lo insusceptible mismo. Hay allí una puesta en juego de una inflexión, y la modalidad del retorno ya no es dual sino tripartita. Freud sabe colegir esa estructura tripartita aún dada la ausencia misma del tercero (o el segundo, según cómo se lo considere) de los integrantes del lazo así conformado. Esa presencia-ausencia, toma el rango de Otredad, y Freud lee allí un trato simbólico puesto en acto dispensado a la mujer.
3) Pero en el fetichismo el conflicto deja de ser una turbación o una inflexión para tratarse de la angustia misma en la forma del horror. Es el mismo significante, ese stigma indelebile como Freud señala, quien retorna como un resto de una operación que se entiende entonces –por ese resto- ni cerrada, ni cancelada. Pero esa operación cuenta con un Otro (Freud lo lee en el sentido de Otro materno, lenguas mediante), es decir que esa operación no puede construirse a la manera de la hipótesis anterior, y además recae sobre un cuerpo anotado a la cuenta del sujeto. Es decir que si se trata de un brillo no es sin la nariz –corpórea- que lo aloja.
Y así como la represión modula a la repetición en la primera hipótesis subordinándola a los efectos de una turbación, así en la tercera hipótesis es la Verleugnung quien la modela. El fetiche, se deduce de la segunda hipótesis, no es un síntoma, es un significante tomado en el rango del objeto y es en relación a este punto que el sujeto representado por ese significante se constituye como tal: el fetichista es el paradigma de esta llamada perversión.
3. Del acto, escamoteado.
La Verleugnung -adrede no traducida por nosotros- es esa operación entonces tan cercana al acto que introduce una modalidad de retorno específica: “conserva y resigna” al decir de Freud, generando un resto cuya estofa es un significante.
Esto implica conferirle a la Verleugnung una vecindad respecto al acto, opuesta a la distancia que se establece por el trato que le dispensa al acto la represión, en la versión llamada neurótica, inhibitoria y ubicada en el plano de la locomoción -que implica movimiento no sólo en el sentido del desplazamiento sino en el de transformación (10) . Esta cercanía entonces entre la Verleugnung y el acto se establece en la medida en que todo acto es un hecho significante que, dada la repetición, se autentifica como único para ese sujeto engendrado allí, por ese acto. Que el sujeto venga a desconocer a ese acto, o incluso a rechazarlo, se debe a su misma condición de sujeto dividido. En los tres textos freudianos considerados no se trata tanto de actos, sino de cierta imposibilidad en que el sujeto se encuentra para realizarlo en el orden de una inhibición, pero aun así remite a una serie que ubicará transformándolo como síntoma luego angustia, siguiendo ese trípode freudiano. Lo que así se pone en cuestión entonces, es ese acto escamoteado. Pero es la repetición o, mejor dicho, lo que se repite en el hecho significante, lo que engendra a ese sujeto, pérdida de un objeto mediante y a la vez, es por la repetición que se apunta al acto que el sujeto escamotea represión (Verdrangung) o Verleugnung mediante.
Notas:
1-Chartier, R. Poderes y límites de la representación. En Escribir las prácticas. Manantial. Bs.As. 2001.
2-Chartier, R. ídem anterior.
3-Chartier, R. ídem anterior.
4-Chartier, R. ídem anterior.
5-LeGaufey, G. Una ficción jurídica curiosa: los dos cuerpos del rey. En Anatomía de la tercera persona. Edelp, Bs.As., 2001
6-Regnault, F. El ojo del lince. Ensayo sobre la mirada de Galileo. En Dios es inconciente. Manantial. Bs.As. 1986
7-Freud, S. Sueños típicos. El sueño de turbación por desnudez. En La interpretación de los sueños. Pag. 253. Obras completas. Tomo IV. Amorrortu Editores. Bs.As. 1981.
8-Freud, S. Las tendencias del chiste. En El chiste y su relación con lo inconciente Pag. 93. Obras completas. Tomo VIII. Amorrortu Editores. Bs.As. 1981.
9-Freud, S. El fetichismo. Obras completas. Tomo XXI. Amorrortu Editores. Bs.As. 1981.
10-Lacan, J –Clase 1: 14 de noviembre de 1962. En Seminario 10 “La angustia”. Paidós. Bs.As. 2002
Autor:
Jorge Tarela, École lacanienne de psychanalyse
Descriptores: DESMENTIDA / REPRESENTACION / SUEÑOS TIPICOS / FETICHISMO / REPETICIÓN
Candidato a Descriptor: OBSCENIDAD
Directora: Mirta Goldstein de Vainstoc
Secretario: Jorge Catelli
Colaboradores: Claudia Amburgo,
José Fischbein,
María Amado de Zaffore
Los descriptores han sido adjudicados mediante el uso del Tesauro de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina
Presidenta: Dra. María Gabriela Goldstein
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Secretario: Dr. Adolfo Benjamín
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