Intersecciones con la justicia - Adolescencia y violencia de género: de la realidad psíquica a la conjetura y el prejuicio
Este trabajo surge luego de considerar la particularidad de las denuncias que ingresan a la órbita judicial acerca de violencia de género, efectuadas por adolescentes con relación a pares compañeros-amigos. A partir de ello abrimos algunos interrogantes en torno al impacto de los discursos sociales sobre el desarrollo emocional y sexual de los adolescentes, así mismo planteamos algunas reflexiones vinculadas a los riesgos sobre el fanatismo derivados de estos discursos que podrían mantener las estructuras previas de poder.
El discurso contemporáneo sobre violencia de género replica en diferentes medios e instituciones y ha posibilitado cuestionar la hegemonía de modelos que han tenido derivas lesivas tanto para la mujer como para el hombre. En tal sentido las retóricas actuales interpelan la desigualdad entre el hombre y la mujer, lo que coadyuvó a derribar preceptos que mandaban a callar, obteniendo de esta manera que la violencia quede invisibilizada.
La ampliación de la libertad en las mujeres supuso en muchos casos la proliferación de denuncias judiciales, muchas verídicas y necesarias, pero muchas otras enmascarando un efecto punitivo, desde una lógica retaliativa, donde los que antes ganaban ahora son los que tienen que perder. Esto ha dado campo para el desarrollo de temores, iras y de judicialización- criminalización como respuesta reactiva. ¿Puede la retórica del momento generar efectos indeseados e inesperados, es decir, no sólo ser emancipadora sino también ser un marco de reproducción de las estructuras de poder?
La identidad es un proceso de construcción personal y social que se encuentra en un devenir constante. El adolescente experimenta su sentir con mayor virulencia y vulnerabilidad. En ese trabajo madurativo los adolescentes pueden quedar sujetados a la fuerza del decir social o también de sus pares, donde este decir de uno representa el de todos, a un modo de garantes de significado. Distinto es el posicionamiento que un adolescente puede tener en relación con sus padres, que lo llevan a efectuar cuestionamientos en búsqueda de un necesario proceso de diferenciación.
¿Cómo incide en la subjetividad de un adolescente planteos vinculados al género cuando la sexualidad se encuentra en su pleno apogeo e invoca al descubrimiento y al encuentro con un otro? Si bien hay situaciones vinculadas al abuso, necesarias a ser denunciadas, también hay una zona en la que el cuerpo habla a través de juegos de seducción, de complicidad, de secretos, de acercamientos y de códigos compartidos. Por ejemplo, dos amigos pueden encontrarse y compartir el amor de la fraternidad y luego ello devenir en amor sexual, amigos con derechos a roces escuchamos en la clínica. Es decir, un código compartido que sufre una torsión y en tal sentido lo familiar vira en extraño. ¿Cómo habitan estas situaciones en un marco social de cambios? ¿se buscan respuestas a lo extraño en el poder judicial? ¿podría la Justicia, en muchos casos, dejar de ser una instancia de resolución de conflictos para convertirse en una instancia que refuerza el conflicto?
Si bien los cambios sociales pusieron sobre el tapete que el “no es no” como un modo para diferenciar lo que es consentido de aquello que no lo es, debemos recordar que hay situaciones en relación con el deseo y al encuentro con un otro que tienen su opacidad y que pueden dar lugar a un “no sé”.
Pensamos que son esas situaciones las que pueden sufrir un forzamiento desde lo social/familiar y ser direccionadas a una denuncia, injusta, maledicente y/o deformada, incluso en contra del deseo del adolescente? ¿Puede a veces la sociedad, el grupo de amigos o la familia, desde sus angustias inconscientes en torno a la sexualidad, dar una significación a priori?
¿Qué respuestas puede dar el psicoanálisis respecto de ello? Freud hablaba del cambio de meta inhibida a la sexual en la adolescencia. También sabemos que a la sexualidad se accede vía la curiosidad infantil, siendo el juego sexual exploratorio indispensable para alcanzar el ejercicio del placer con un partenaire a futuro.
Este juego sexual exploratorio de la infancia se reedita y enriquece en la adolescencia en el encuentro con los pares, donde se dan exploraciones dentro de una gama de diversidades sexuales, haciendo muchas veces de espejo con lo igual y con lo extraño dentro de cada uno, en un intento por dar respuestas propias a los enigmas que nos acercan al ser sujetos. En este proceso de encuentros y desencuentros diversos, la identificación juega un lugar central.
En la adolescencia se vinculan los procesos de duelo e identificación, ya que se da una pérdida de las identificaciones infantiles para ceder paso a la asunción de una identificación fálica, una estabilización de la posición sexuada.
Durante este tránsito, se pasa por una dolorosa destitución de las identificaciones parentales (Lauru, D.)
Ante esta angustiosa operación de separación y duelo de los objetos y vínculos primarios, es común, sustituirlos por el Otro representado en los pares, o que estos grupos de pares funcionen como contención y red sustitutiva para las angustias que los padres no pueden abordar. Esta colocación de metáforas en el otro no es estable, sino más bien un proceso frágil y móvil.
En la adolescencia también sabemos que las pulsiones se genitalizan, retornan los investimentos de los objetos primarios de este modo genital, lo cual es un cambio radical para cada sujeto. El cuerpo desborda la imagen del yo, y el adolescente debe reapropiarse de los elementos pulsionales puestos en los padres: la mirada y la voz principalmente. En esa búsqueda de nuevos espejos identificatorios, si se obturan estos procesos desde estas intromisiones violentas, se obstaculizan los duelos necesarios, pasando quizás a quedar los adolescentes atrapados en luchas que los alienan de su propia salida única y singular. Quedando en ese marco vertiginoso incrementadas las respuestas reaccionarias por sobre el aspecto reflexivo.
Así como un niño despliega su curiosidad sexual, los adolescentes intercambian juegos sexuales para conocer y reconocer el cuerpo sexuado del otro sexo. Estos juegos sexuales generalmente preliminares canalizan la excitación que luego se descarga en la masturbación. La censura sobre estos juegos puede producir inhibiciones a futuro.
Intervenir apresuradamente, con categorías o certezas sesgadas a priori, desde la conjetura de justicia de género, con efectos judiciales, reales y punitivos, podría en muchos casos trastornar lo que sería un tránsito con consecuencias privadas o a niveles de grupos de pares naturales, efectos que pudiesen ser transitorios, para tornase en situaciones con consecuencias graves, de potencialidad traumática y destructiva, ejerciendo así un exceso de violencia secundaria.
En ese sentido un adolescente se preguntaba si solo las mujeres podían estar legitimadas desplegar juegos de tocarse en los recreos del colegio en un marco de código lúdico compartido, porque cuando él respondió a dicho juego pasó a ser catalogado de violento y por lo tanto ser denunciado judicial y socialmente.
A la luz de estas reflexiones nos preguntamos, cuál es el lugar del hombre como sujeto activo de deseo ante lo imperativos y radicalizaciones que algunos discursos imponen a modo de fuerza de ley. ¿Se estaría leyendo algo que es del plano de la interdeterminación vincular como una situación en la que uno es el culpable? Esta pregunta no anula la necesaria labor constante en contra la violencia a las mujeres, sino pone en cuestión los abusos legales producto de desmentir otras facetas que el psicoanálisis propone como son los dos tiempos de la sexualidad hasta la adultez y/o mayoría de edad. En los colegios se están dando situaciones en las cuales cualquier conducta erótica puede ser estigmatizada como “abuso” y así se condena a un adolescente al ostracismo.
Cuando se tienen prejuicios de que la violencia de género es únicamente del varón a la mujer, se da lugar a una distorsión y a una compulsiva repetición de la violencia patriarcal ahora devenida en violencias desde un discurso feminista que podríamos quizás denominar fanatizado. Fanatismo que por definición remite a terquedad, a lo apasionado, a la ceguera de la obediencia, a la certeza ideológica, todo ello al modo de añoranza a un objeto protector.
El psicoanálisis desde Freud nos permite desexualizar las categorías de femenino y masculino, entendiendo que tanto hombres como mujeres se constituyen en una bisexualidad intrínseca. Del mismo modo, nos permite reconocer que la pulsión al dominio del otro, y a la violencia tampoco tiene género, ya que lo arcaico nos habita desde lo más íntimo de cada ser.
Siguiendo a Freud quien en su escrito el Malestar de Cultural refiere que el malestar tiene un carácter estructural, que es inherente a la cultura misma, a la existencia humana en cuanto a la imposibilidad de satisfacción del deseo.
Esto hace marcas en el devenir social y se encuentra asociada al influjo del poderoso superyó. En tanto no hay pulsión sexual pura, o sea, la hostilidad forma parte del investimento libidinal del objeto, entre los sexos hay inevitablemente un “malestar sexual”. Freud se preguntaba si el desarrollo cultural podría dominar la perturbación de la convivencia que proviene de la humana pulsión de agresión y de autoaniquilamiento.
También en 1933, en su escrito ¿Por qué la guerra?, nos advierte, desde una visión genealógica, que “a veces, cuando oímos hablar de los horrores de la Historia, nos parece que las motivaciones ideales sólo sirvieron de pretexto para los afanes destructivos” y nos recuerda que la pulsión destructiva está presente en todos. Él considera que la cultura, y todo lo que apunte a Eros, podrá obrar contra la guerra. Sin embargo, somos testigos de la fuerza tanática que hace inevitable grandes y pequeñas guerras, todas destructivas, a pesar de los aparentes desarrollos sociales y culturales.
Cabe entonces la pregunta, ¿es un problema social el patriarcado? ¿o es el síntoma inevitable de nuestra condición humana? ¿Nos encontramos nuevamente inmersos en discursos hegemónicos que lejos de lograr la libertad de todos, sostienen la opresión y la violencia? Escuchamos con frecuencia que “hay que desmontar el patriarcado”, pero tenemos que estar atentos a que el cambio no signifique un cambio de nombre y personajes pero que mantenga la misma estructura de poder, discriminación y violencia. Que no represente un gatopardismo más, donde opera la lógica “si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie” y como la famosa frase de la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Cambia la superficie, cambia el discurso, cambian los roles, pero se mantienen las estructuras tanáticas, operando desde una división binaria de buenos-malos, oprimidos-opresores. Podríamos pensar aquí en la dialéctica hegeliana amo-esclavo.
Hacer del problema de la estructura patriarcal un conflicto donde unos son buenos y otros malos, además de esencializarnos, también discrimina y oprime. Simplificar la violencia de género a un conflicto hombres-mujeres, no solo es un discurso esencialista, sino también opresor y discriminativo, que excluye, per se, la diversidad de géneros y sexualidades, así como la
complejidad de cada individuo.
Como hemos planteados, todos podemos actuar desde las posiciones de poder y apoyar posturas totalitarias y fundamentalistas, aunque creamos que estamos luchando por cambiar las ya establecidas. Esto nos aleja de la posibilidad de pensar y cuestionar con libertad. Nosotros como psicoanalistas, no estamos ajenos a ello.
Se precisa un esfuerzo constante para el pensamiento sin ataduras sociales e ideológicas atadas a nuestros aspectos arcaicos. Se hace fundamental mantener la premisa de que no podemos celebrar la libertad de ningún grupo oprimiendo otros y tener presente lo que Hanna Segal nos recordó en 1985:
“Eros, impulso de vida, consigue integrar y domar los impulsos destructivos y autodestructivos, convirtiéndolos en agresión generadora de vida. Pero en lo profundo de nuestro inconsciente siguen existiendo tales deseos y terrores no integrados. Todos somos sanos sólo parcialmente y circunstancias como las que ahora prevalecen movilizan nuestras partes más primitivas. La atracción de la omnipotencia es poderosa, como también es, en cierto nivel, la atracción de muerte.”
¿Habrá manera de cambiar las estructuras más allá de la superficie o de la inversión en los roles protagónicos? ¿qué aspectos de la cultura son los que pueden rescatarnos de actuar de ese modo? Quizás aceptar nuestra terrible tanática condición humana, lejos de llevarnos a actuarla, nos permita abandonar las “luchas sociales” para centrarnos no en pugnas sino en el fortalecimiento de los vínculos de amor y en cultivar nuestro propio jardín, tal como lo propuso Voltaire, para así aspirar a verdaderos movimientos estructurales de la sociedad.
Referencias bibliográficas
1. LAURU, D. (2005). La locura adolescente. Psicoanálisis de una edad en crisis. 1era edición. Argentina. Edit. Nueva Visión.
2. FREUD, S. (1996 [1932]) ¿Por qué la guerra? Obras Completas. tomo III. pp. 3212. Editorial Biblioteca Nueva. 1era edición. España.
3. TOMASI DI LAMPEDUSA, G. (1980 [1958]) El Gatopardo. Editorial Argos Vergara, s.a. España.
4. SEGAL, H. (1985) El silencio es el auténtico crimen (De N. Mandelstam, en "Hope against Hope"). Revista de Psicoanálisis. 42(06), pp. 1323-1335
Autoras:
Marcela Giacusa, APC,
Katharina Trebbau, SPC
Gabriela Reyes-Wever, SPC
Descriptores: VIOLENCIA / GENERO / ADOLESCENCIA / JUSTICIA / PULSION ESCOPICA / MALESTAR / CULTURA
Directora: Mirta Goldstein de Vainstoc
Secretario: Jorge Catelli
Colaboradores: Claudia Amburgo,
José Fischbein,
María Amado de Zaffore
Los descriptores han sido adjudicados mediante el uso del Tesauro de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina
Presidenta: Dra. María Gabriela Goldstein
Vice-Presidente: Dr. Carlos Federico Weisse
Secretario: Dr. Adolfo Benjamín
Secretaria Científica: Lic. Cristina Rosas Salas
Tesorero: Dr. S. Guillermo Bruschtein
Vocales: Dra. Leonor Marta Valenti de Greif, Lic. Mario Cóccaro, Psic. Patricia Latosinski, Lic. Susana Stella Gorris.