Desde el inicio de su experiencia Freud caracterizó lo sexual, más allá de lo referido al cuerpo biológico, como aquello subyacente a las formaciones sintomáticas que se producen allí donde falla el saber, al límite de la concatenación asociativa, donde pulsa repetitivamente una diferencia irreductible a lo representable. Ahora bien, no por ello lo sexual en psicoanálisis es reductible a una construcción discursiva; la clínica pone de relieve más bien la insuficiencia de la mera alternativa dicotómica (o bien la anatomía, o bien la determinación cultural por vía discursiva) para dar cuenta de la sexualidad en el ser hablante.
Siguiendo las líneas de fuerza de lo que llamara “consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica”, Freud caracterizó la castración como un “complejo” resultante de la plasmación de diferentes predominios y recorridos de investiduras libidinales a partir de la inicial, que en todos los casos es del objeto materno. Surgen a partir de esos recorridos diferentes conformaciones fantasmáticas, que se especifican como relativas a la angustia referida a la eventual pérdida del pene en los hombres o bien a la pérdida del amor, con el correlato imaginario de la “envidia del pene” (penisneid) en las mujeres. Ahora bien, el pene no equivale al falo. El falo designa la premisa universal del pene[1] prevalente en la etapa fálica como punto culminante de la sexualidad infantil: la idea de que todos los seres tendrían pene de no ser por algún acontecimiento traumático que lo impidiera. De ahí la importancia de la falta fálica en la madre, en relación a la cual el complejo de castración articula narcicísticamente la investidura fálica del propio cuerpo, eslabón inicial de las configuraciones fantasmáticas en ambos sexos.
Resulta así que el falo en Freud no designa uno de los términos de una oposición binaria, sino la mencionada fase de evolución libidinal, hacia cuya culminación el complejo de castración “se disuelve” (untergang) o “se va al fundamento” (zugrunde gehen) en razón de su propia imposibilidad interna. Esto es, se reprime a la vez que se inscribe, se inscribe reprimiéndose[2] como articulador de los modos de legalidad combinatoria de las series de representaciones del psiquismo, enlazadas en última instancia a la falta de representación. La fase fálica de organización libidinal introduce así el registro de la falta de objeto adecuado a la satisfacción, propio de la pulsión, en el plano de las representaciones, haciéndolas partícipes de lo que en perspectiva de Lacan designamos como orden significante. A diferencia de las fases anal y oral, se pone en juego en ello algo carente de referente empírico, con valor traumático a la vez que organizador de la umbilicación del inconsciente dinámico en la falta a lo representable.
Desde ese punto de vista el “privilegio” del falo -adquirido no meramente por encarnar la diferencia entre hombre y mujer, sino por articular esta última a la de las generaciones, así como a la diferencia en sí misma, experimentada en el varón a partir de la pubertad entre erección y detumescencia- no es otro que el de encarnar de ahí en más dicha operatoria estructurante del deseo, en la medida en que liga el sexo con el lenguaje por vía de un irrepresentable. Esto es, la defección del lenguaje para decir la diferencia sexual, lo que pone en juego lo que en términos lacanianos designamos como un real.
Si por de pronto la posición sexuada no debe ser confundida entonces con la condición biológica o anatómica, no es menos cierto que sin diferencia anatómica no habría enlace entre las combinatorias representacionales y la falta pulsional, ni por ende horizonte fantasmático como condición de toda atracción erótica (tanto por alguien del sexo opuesto como del propio)[3].
Al superponer una falta en el sexo con otra en el orden significante la castración descompleta toda pretensión de “identidad sexual”, perturbando en su diferencia inconmensurable toda repartición simétrica o complementaria de los sexos[4]. Es fácil advertir a partir de ello que la orientación de la atracción sexual hacia personas del mismo sexo tanto como hacia el opuesto son compatibles con diferentes estructuras clínicas: neurosis, psicosis, perversión, etc.
Debido a la referida ligazón a lo irrepresentable el sexo (no así el género, pura construcción cultural) es un horizonte nocional inherente a la práctica analítica, al menos a partir de la articulación que en la fase fálica enlazan las representaciones dinámicamente reprimidas (en el nivel de la represión propiamente dicha o secundaria) a la pura falta de representación en el origen (en el de lo primariamente reprimido).
II
En los llamados “discursos de género” (tomaré en forma paradigmática desarrollos de J. Butler[5]) la sexualidad es considerada como un dispositivo entramado en el poder, que por vía de reiteración discursiva desliza lo heteros a su institucionalización en la cultura como parte de una normatividad patriarcal, con efectos performativos de materialización en el cuerpo. La elección sexual resultaría así de construcciones discursivas responsables durante el desarrollo histórico de occidente de haber naturalizado normativamente el patriarcado y la heterosexualidad. Esto es, que a la pretendida condición “natural” de la sexualidad humana según los cánones tradicionales los discursos de género contraponen su determinación en función de construcciones discursivas “culturales”.
Ahora bien, a diferencia de la lógica de repetición asentada en un irrepresentable, que supone correlativamente lo que con Lacan designamos como “pérdida de goce” propia de la experiencia analítica, la de la insistencia discursiva productora de tal performatividad constituyente de la norma patriarcal y heteronormativa sería potencialmente infinita: sin tope real y por ende sin la pérdida de goce inherente a la ligazón a un irrepresentable.
Advertimos a partir de esta distinción que, si los discursos de género reducen la diferencia sexual al binarismo fálico/castrado, la experiencia analítica permite en cambio leerla en clave no binaria. En tanto que falta real en el entramado discursivo simbólico, la castración umbilica erotismo y muerte en torno a ese núcleo no representable del ser articulado en falta en lo pulsional que hace tope real en cada vuelta de la repetición. Siendo la castración iirreductible al binarismo, afectada por ende toda identificación por un rasgo de negatividad, la castración resulta performativa de alteridad cualquiera sea el sexo anatómico, más allá de todo semblante de “identidad de género”.
Cabe señalar por último que no siempre se advierte que, dadas las diferencias en la salida del complejo de castración y su incidencia en los modos repetitivos de búsqueda de satisfacción, el derecho a la igualdad jurídica y política entre los sexos no se extiende simplemente de modo unívoco a los modos de acceso al disfrute sexual. La sexualidad introduce siempre un desfasaje que no es reductible, por mucho que se “actualicen” sus modos de aceptación en la cultura de una época o su condición jurídica[6]. Hay siempre una tensión inherente a lo sexual desfasada de lo jurídico, y la ilusión de eliminarla por completo soslaya que en el choque de lo psíquico con lo anatómico se trata siempre en última instancia de un mal encuentro.
El desafío que enfrenta la práctica analítica al respecto supone entonces el riesgo de dejar a un lado las preguntas que la experiencia analítica conlleva en relación a la unión sexual, la diferencia y la castración, como si la diversidad sexual implicara de algún modo una sexualidad blanca: sin real, ajena a la muerte y la castración.
Referencias
[1] Freud, “La organización genital infantil” (1923).
[2]Freud, “El Sepultamiento del Complejo de Edipo” (1924).
[3]De modo concomitante la función del padre, terceridad que marca la distancia al origen incestuoso en pérdida y sin la cual el hijo no es propiamente un hijo ni la madre una madre (serían a lo sumo una hembra y su producto retenido como objeto), queda despegada del progenitor biológico, pudiendo ser cubierta de modos diversos por quien encarne dicha distancia (puede ser el papá, un tío, un abuelo, un novio o novia de la madre, etc.)
[4]A partir de la negativización fálica lo femenino queda localizado ya sea como excepción fundante del universo parlante (habitualmente encarnada en forma sintomática en la histeria, que apunta a la irrisión de los emblemas fálicos a la vez que busca apropiárselos), o bien en su relación contingente, no-toda articulada al falo, en la experiencia enigmática del goce femenino, no fácilmente deslindable de la angustia.
[5]Autora entre otros títulos de “El género en disputa” y “Cuerpos que importan”.
[6] En nuestros días con el matrimonio igualitario o la posibilidades quirúrgicas en el transexualismo, así como con el acceso de las mujeres a la sexualidad por fuera del matrimonio en tiempos de Freud.
Autor
Carlos A. Basch, APA
Descriptores: SEXUALIDAD / DIFERENCIA SEXUAL ANATOMICA / COMPLEJO DE CASTRACION / FALO / REPETICION
Directora: Mirta Goldstein de Vainstoc
Secretario: Jorge Catelli
Colaboradores: Claudia Amburgo, José Fischbein, María Amado de Zaffore
ISSN: 2796-9576
Los descriptores han sido adjudicados mediante el uso del Tesauro de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina
Presidenta: Dra. María Gabriela Goldstein
Vice-Presidente: Dr. Carlos Federico Weisse
Secretario: Dr. Adolfo Benjamín
Secretaria Científica: Lic. Cristina Rosas Salas
Tesorero: Lic. Mario Cóccaro
Vocales: Dra. Leonor Marta Valenti de Greif, Psic. Patricia Latosinski, Lic. Susana Stella Gorris.