El virus de lo extranjero. Lo extraño como virus
Julio 2021 - ISSN 2796-9576
Ensayos psicoanalíticos

El virus de la diferencia sexual. Lo fálico y no-todo/a fálico en Psicoanálisis

Mirta Goldstein
Mirta Goldstein
  1.     La diferencia sexual, un imposible

 La diferencia sexual ha problematizado a la humanidad y a las relaciones entre los seres hablantes. Desde cierta perspectiva podemos afirmar que es el drama de la civilización, fuente del malestar cultural.

La sexualidad en términos psicoanalíticos se asienta en tres exilios de los cuales cada ser hablante resulta un extranjero:  el exilio de lo natural, el exilio del cuerpo materno y el exilio del Otro Sexo. De estos tres exilios derivan las dificultades que en la clínica psicoanalítica aparecen como síntomas y como cambios de género que proliferan en identidades asignadas.

Algunos heterosexuales atrapados en ser esto o aquello, masculino o femenino, deben sobreactuar una falsa dicotomía para contener la angustia porque en lo inconsciente primordial no hay binarismo sino heteros primario de goces. Heteros, en este contexto, expresa multiplicidad y simultaneidad de goces por la superficie corporal siendo la oposición binaria secundaria al heteros inconsciente primario. La pulsionalidad primaria es anárquica y pulsa por manifestarse con lo cual aparecen las sexualidades queer, demandando teorización y un lugar en la clínica psicoanalítica.

Desde distintas perspectivas: sociológicas, antropológicas, filosóficas se sigue intentando comprender las vicisitudes de la diferencia sexual en la civilización.  Cada campo aporta nuevos conceptos y definiciones, pero algo excede y no se ajusta al logos: lo Real de la diferencia sexual o la diferencia sexual misma en tanto solo puede escribirse: no puede decirse plenamente.

Sobre lo que no caben dudas es que la civilización surge de la diferencia sexual y esta es fuente y motivo de malestar. En este sentido pienso -metafóricamente hablando- que todo ser hablante está infectado de este virus, y cada quien lo resuelve en singularidad.

El virus de la diferencia sexual atraviesa a las generaciones y éstas producen sus mascaradas para aprehender algo de esa diferencia y/o aparentarla. Cada generación configura su mascarada masculina, femenina y ambigua.

El psicoanálisis teoriza la diferencia sexual desnaturalizando lo orgánico-anatómico-genético y cultural, e introduciendo una perspectiva que involucra el goce en todas sus modalidades, goces despertados por la pulsionalidad, deseo y cuidado del Otro.

Ser hablante es haber sido hablado, deseado, reconocido, incluido y hasta adoptado por el amor y el deseo parentales.

Cuerpo erógeno, pulsión, fantasías inconscientes, tiempos constitutivos como Narcisismo y Edipo, forman parte de la asunción singular de la sexualidad del sujeto, pero la diferencia sexual se entrecruza como un Real, un imposible de resolver de manera total.

Quizás la angustia de castración también nombre ese imposible de resolver si no es vía la singularidad del goce.

Freud se refirió a la posición fálica y a la sexualidad femenina en su relación con la castración. Articuló el Edipo como núcleo de la salida sexual, dando lugar a muchas controversias.

Si bien hoy nos encontramos con una diversidad de nombres para diferentes modos de goce y de elección de objeto, las nuevas nominaciones expresan la falla en la resolución entre Todo o Uno, y No Todo o lo Otro Sexual extranjero que denominamos “femenino”. Así los seres hablantes deben arreglárselas con lo que denomino: “heteros inconsciente”[1] y la inscripción inconsciente del significante de la diferencia: el Falo.

El significante Falo no tiene sexo ni género, no inscribe hombre y/o mujer, sino Tiene - No Tiene.  Sus fallas producen síntomas: adolescentes que dudan sobre su elección sexual, niños que demandan el cambio de género, adultos que denuncian su ambigüedad, cambios de elección de objeto tras traumas o accidentes, o sujetos que reaccionan a la heteronorma renunciando a sus deseos, por ejemplo, los que no desean hijos.

Aquello que no se inscribe en la lógica del significante fálico queda abierto, innombrable: lo no-todo más allá de lo fálico.

Me interesa ampliar la teoría freudiana desde el interior del pensamiento freudiano leído desde aportes posteriores y rescatar tres componentes estructurales del sujeto que el Edipo estabiliza, fija, pero cuya trascendencia es tan importante como el mismo Edipo. Me refiero a la disociación madre-mujer deseante, la desautorización de lo femenino y la universalidad de la premisa de falo; estos tres elementos son estructurantes de los seres hablantes independientemente de su sexo biológico y son tanto causa de síntomas como de un límite al análisis y la interpretación. Así los describe Freud y quedan, en las neurosis, como remanentes no totalmente subsumidos a la castración y en las psicosis como encarnaduras de lo repudiado, expulsado.

Los estudios de género que cuestionan la heteronorma, tampoco pueden definir de modo absoluto la diferencia pues ésta aparece como un Real a simbolizar en partes. A veces el síntoma epistémico aparece como demanda subyacente de una masculinidad débil para contrarrestar el mito o fantasma del hombre fuerte.

Por mi parte lo masculino y femenino en psicoanálisis corresponden a un modo de pensar y formalizar lo pensado y a posiciones en el discurso; un discurso totalitario puede estar en boca de una mujer y causar estragos como lo maternal sin límites, o en boca de un machista que sostiene una masculinidad endeble debido al repudio de lo femenino que quedó sin duelo.

Para pensar desde un punto de vista estructural la diferencia sexual, partimos de la posición masculina “fálica”; Freud fue claro: lo fálico es inherente a ambos sexos.  Desee esta perspectiva conceptualizó el tener o no tener el pene/falo.

¿Cómo convalidar que algo es estructural y no circunstancial? Si el varón actual sigue angustiándose ante la mujer activa sexualmente o deseante, o ante la vagina; si sigue buscando la virgen y desea salvar a la puta o mujer denigrada, entonces se confirma la teoría freudiana de que son cuestiones estructurales y no solo culturales.

Analizamos a sujetos con cuerpos pulsionales y los cuerpos son parte del sujeto.

Voy a comenzar planteando la siguiente aseveración: todos somos masculinos, aunque no todos somos varones, algunos somos femeninos, aunque no todos pertenecemos al conjunto mujeres.

Este enunciado deriva del núcleo de la teoría sexual freudiana que dice que todos los seres hablantes nos inscribimos como fálicos, en la lógica del tener-no tener que atraviesa a todos los géneros identitarios, a todas las modalidades de elección de objeto y de goce; lo fálico inscribe un universal: para todos los hablantes la castración a excepción del padre de la horda que no habla.

La fálico en Freud, arma el conjunto de la castración, aunque algunos se excluyen de la misma y además porque nunca esta es completa. Y esto adquiere relevancia cuando teorizamos la diferencia sexual ya no en términos de varón y mujer, sino en términos de fálico y un excedente, un plus, un algo extranjero a lo fálico: que por ahora llamamos lo femenino y que Lacan denominó: no toda fálico.

El no-todo queda en parte inscripto del lado fálico gracias al significante y luego se desdobla y excede la castración por lo cual algunos lo asemejan a lo infinito, a lo enigmático, a lo oceánico. La expresión el continente negro es una representación imaginaria de un Real indecible e incalculable.

Si femenino no es mujer y si varón no es igual a masculino, sino que todos los seres hablantes sexuados se ubican en la lógica del tener-no tener pues ambos sexos atraviesan la premisa universal del falo, lo femenino nombra a aquello que le quita a lo fálico un poco de universalidad, de totalidad, de consistencia, y entonces se puede afirmar: 1. todos somos fálicos; 2. no todos son todo fálico pues algunos son no-todo fálicos.

Esta premisa del notodo fálico es posible dado que lo femenino va más allá. Esto equivale a decir que las mujeres pueden ser locas, pero hablan, y lo mismo las lesbianas y las trans.

Notodo fálico permite incluir en la teoría y la clínica freudianas, a las sexualidades queer, que justamente por no sujetarse a lo fálico, tienen labilidad pulsional, labilidad de goce, es decir, tienen desplazamientos del goce por la superficie corporal mucho más a la manera de lo que Freud planteaba para la feminidad cuando decía que lo femenino goza en la extensión corpórea.

Pero también nos permite decir algo sobre el poeta, o el cantautor de boleros más cercanos a la palabra de amor, más cercanos a una posición “femenina” no toda fálica o a la creación.

Todos los sexos, en su constitución infantil, atraviesan la fantasía de la universalidad del falo en la madre y todo sujeto se identifica a ese falo supuesto para completar a esa figura primordial, y cada quien sale de ese tiempo subjetivo inventando una sexualidad singular hacia la salida del Edipo, sexualidad que combina lo masculino y femenino sin proporciones cuantificables o medibles.

La lógica que Freud introduce del tener/no tener para ambos sexos, tiene consecuencias psíquicas importantes que marcaran dos tiempos: la etapa preedípica fálica donde el todos es lo universal, y lo singular introducido por el lado femenino o no-toda fálica que, al romper la coherencia de la unicidad fálica y al desubicar el placer de órgano descubre oculto un placer desplazable por el cuerpo que permite nombrar distintas identidades de género o LTGBQ (Lésbico, gay, transexual, bisexual, queer).

Para Freud el Edipo es estructurante pero también lo son el repudio a lo femenino, la premisa Universal de Falo y la disociación Madre Virginal - Mujer Deseante.

¿Cuál es entonces la función estructural del Edipo?  Darle significación subjetiva a la singularidad de una combinatoria sexual de objetos de deseo y de amor, modalidades de goce y nominaciones de sexo o género. Lacan denomina “sexuación” a la apropiación simbólica del sexo y la sexualidad.

Entonces la diferencia sexual es la combinatoria que cada sujeto inventa para sí y produce como mascarada a veces masculina, a veces femenina, a veces transexual, travesti, queer.

Entonces reconocemos una sexualidad simbólica, una mascarada imaginaria, y un Real del Goce propio y del Otro Sexo. Este Otro Sexo no es uno, sino nombra una pluralidad de Otros Sexos.

Género es, desde esta perspectiva, la nominación de sexo que cada sujeto se otorga a sí mismo y que los Estudios de Género denominan “identidad”.

 

2.    Correlaciones entre Repudio a lo Femenino, Premisa Universal de Falo y Disociación Madre Virginal - Mujer Deseante

 La etapa de la universalidad del pene o falicismo primario es común a ambos sexos. Freud le tribuye a la niña el clítoris como órgano equivalente al pene y en ambos comienza el onanismo fálico.  O sea, la madre fálica es un tiempo constitutivo y un punto de inserción de la castración simbólica.

A la salida del Edipo la madre fálica cae, a medias dado que la castración no es perfecta ni completa en su inscripción inconsciente; la caída del niño como Falo materno y en la Madre del niño como su Falo, divide la representación de la mujer en madre virginal y mujer deseante (puta).

La madre virginal persiste en las fantasías de ambos sexos por lo cual el duelo por la madre fálica sigue teniendo eficacia inconsciente en tanto, como dice Freud, el repudio a lo femenino equivale a una desmentida que en parte se reprime en la salida del Edipo y en parte se vuelve a desmentir. Recordemos que el repudio o desautorización de lo femenino es también para Freud un límite al análisis, por ende, algo indestructible en la estructura psíquica.

¿Cuál es la consecuencia del repudio? Para Freud una mujer no abandona su deseo de falo (trasladado a un hijo o a un marido potente) ni tampoco un varón declina su convicción de que la actitud pasiva ante otro varón es feminizarse. Si bien nuevamente estamos hablando de varón y de mujer, pensemos que el lenguaje nos limita y que nos referimos, más allá de Freud a posiciones en el fantasma y en el discurso fálica o no-toda fálica.

En la clínica psicoanalítica a veces el padre se encarna en la esposa y el varón se violenta con ella en lugar de matar al padre simbólicamente para poder ir “más allá de él”.

Freud asevera que el repudio a lo femenino es esa roca más allá de lo inconsciente reprimido.

¿Por qué el niño/a divide a la madre en virgen y puta? Porque la madre-virgen rechaza la castración y la puta representa la castración y el deseo, lo cual no significa que algún sujeto varón o mujer, haga de la puta una erotómana que elude la castración.

El psicoanálisis eleva la diferencia sexual a otra dimensión y abstracción. Ya no hablamos de bipolaridad biológica, anatómica o mental, sino de combinatorias psíquicas entre lo universal y lo singular que a su vez están en la base de la formación de síntomas por ejemplo en las disfunciones sexuales masculinas. Un varón heterosexual que se angustia ante sus facetas femeninas, puede hacer una impotencia o una eyaculación precoz.

Jones, Ferenczi y Abraham aseveraron que en la prehistoria edípica o posición narcisista-fálica, el niño con sobreestimación del pene al cual se identifica, puede de adulto retirar la libido objetal y dejar de desear, tener angustia ante la penetración por el exceso de dominio sádico anal de la madre omnipotente o que el síntoma sea la eyaculación precoz.

También se refirieron al deseo de reconocimiento del varón por parte de una mujer a la que idealiza y por la cual se melancoliza hasta el suicidio.

El triunfo del erotismo uretral que los hombres pueden exhibir se desplaza al poder del dinero y al éxito, al donjuanismo, etc.

Nos preguntamos: ¿acaso la madre fálica no es la madre omnipotente? Con esto queremos decir que la imago de la madre fálica omnipotente es devoradora, retentiva, engolfante en las fantasías y sueños.

En Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad, Freud describe un ataque histérico en que una mujer con una mano se saca la ropa y con la otra se defiende de su deseo; para Freud tras el ataque sintomático se esconde la fantasía de bisexualidad sucedánea de la premisa universal del pene que se halla en niñas y niños. Entiendo que este ataque escenifica las dos caras de la orientación fálica: tener y no tener, en conflicto con lo no-todo fálico o femenino, y no solamente el conflicto en términos de deseo y prohibición como lo describe Freud.

En Una neurosis demoniaca del siglo XVII, de 1923, Freud aborda el rechazo a lo femenino como una revuelta ante la castración en la fantasía de “hacer del padre mujer”.  ¿Será una transformación en lo contrario del temor a ser feminizado o pasivizado por el padre?

Lo fálico en el discurso se orienta hacia la identificación al padre y a la castración como amenaza de pasivización, tanto en la niña como en el niño. En cambio, el que se ubica desde el lugar del macho, del amo, o sea el que hace de lo fálico un extremismo, se asienta en el repudio a lo femenino y en la disociación madre-puta por lo cual en muchos casos agreden a las mujeres en los embarazos, atacan al homosexual o se alienan en alguna posición fanática.

Con lo cual lo femenino como Otro Goce queda por fuera de la lógica del tener/no tener, en cambio la mujer-madre-virgen sigue allí en esa lógica.

Otro aspecto a tener en cuenta es que Freud se contradice cuando por un lado afirma que el lado masculino desea como amante y el femenino como siendo amada, y por otro que lo masculino demanda ser narcisísticamente reconocido o amado por el padre, y lo femenino ama al hijo=falo.

Amar y ser amado son orientaciones de la lógica del tener-no tener el amor del Otro cuestión que aparece claramente en la novela familiar del neurotico, es decir, se incluyen en el lado fálico en ambos sexos. Por ende, un padre teme perder el amor del hijo o prefiere la continuidad de sus estandartes a la autonomía del deseo de su hijo, tanto como una madre teme perderlo como falo y lo agobia con sus cuidados.

En la identificación especular que arma el esquema corporal, el varón se sostiene en la evidencia del órgano, mientras la mujer tiene una identificación débil con su imagen por la cual siempre algo le falta y le reclama a la madre su insuficiencia de falo. Pero en la clínica también un hombre puede flaquear en su identificación al órgano, por ejemplo, en la fantasía de pene pequeño y por ende de sentirse minusválido.

En síntesis, quiero reafirmar algunas cosas: 1. Que la sexualidad es una salida combinatoria para todos los sexos y géneros de lo fálico y lo no-todo fálico. 2. Que las mujeres primero pertenecen al orden fálico masculino y no todas acceden al no todo fálico. 3. Que lo que denominamos diferencia sexual no es más que la inscripción de la combinatoria sexual singular de cada quien en la salida del Edipo, la cual no es proporcionalmente equitativa entre masculino y femenino por lo cual la teoría psicoanalítica no es binaria. Luego varones, mujeres y LTGBQ se las tienen que arreglar con el orden fálico y con el orden no todo fálico. 4. La sexuación es la combinatoria entre los modos distintos de goce, los modos diferenciales de diseñar el esquema corporal, la relación fantasmática con el objeto más allá de la elección del mismo, y las posiciones en el discurso, es decir un varón histérico se puede perder por las calles tanto como una mujer con un fantasma inconsciente de prostitución.

El fantasma de ser tragado por el objeto primordial puede llevar al vértigo y a caídas accidentales en alturas o en el agua.

La combinatoria sexual reúne elementos pasivos-activos, una fijación al objeto disociada entre virgen madre y mujer deseante, un goce de órgano o un goce en la extensión corporal y un goce de la palabra.

La posición masculina fálica y la posición femenina no toda fálica son a su vez fantasmas a analizar, que derivan de la disociación madre virginal - mujer deseante en ambos sexos. Así un Hamlet le reprocha a su madre su sexualidad con otro que no es él mismo; deseo de retorno a una madre fálica completada con su propio cuerpo erotizado.

Cuando el encuentro con el cuerpo de la mujer es una amenaza de castración, el varón organizado en torno a la satisfacción de órgano, fantasea con otra mujer o con muchas mujeres o con la bisexualidad. Así mantiene su erección y se asegura su potencia. Esto puede aparecer en sesiones de pareja por ejemplo cuando fracasa el vínculo sexual porque no se satisface la condición erótica.

Es frecuente escuchar que algún miembro de la pareja propone mirar pornografía; tanto si es heterosexual varón o mujer, o transgénero no se sabe qué lo excita además del mirar; puede excitarse con el pene del varón o los pechos de la mujer, satisfaciendo los componentes bisexuales, o si se angustia ante la vagina y la penetración se centra en la relación anal o sadomasoquista. Su partenaire sexual puede satisfacer la condición erótica ofreciendo su propio cuerpo bisexualmente o negándose a ello. Es frecuente que el desencuentro de una pareja heterosexual ocurra cuando el hombre le regala lencería de mujer fatal a su mujer y ella histéricamente dice: “eso no es para mí yo no soy puta” con lo cual no tienen relaciones sexuales o se dificultan porque no se acoplan los fantasmas. La posición femenina de ponerse como objeto de deseo del lado masculino queda interferida.

Freud decía que la mujer deseante puede simular ocupar el lugar del objeto de deseo del varón, y cuando no es así, el deseo queda amenazado porque no hay satisfacción de la condición erótica y el objeto causa de deseo para el sujeto en el fantasma queda expuesto. Luego una mujer con un fantasma de prostitución reprimido queda a salvo de la castración posicionándose como objeto madre-virgen o sintomatizándose en la frigidez.  El síntoma del varón puede ser que prefiera la masturbación por no atreverse a atravesar la disociación madre-puta y la angustia de castración.

Nos cansamos de escuchar que la niña debe cambiar de objeto y dirigirse desde la madre al padre. Pero el varón a la hora de construir su masculinidad sufre también una ruptura con su primer objeto de identificación, que es la madre. Bollas dice que, para asumir la elección sexual y la masculinidad, es necesario que el varón pase del orden maternal al paternal, y esa experiencia es vivida como un exilio, un duelo.

Burkhalter cuenta una anécdota personal que ejemplifica lo que significa para el hombre pasar de la madre al padre; relata su experiencia emocional ante la escena de su hijo apegado en un abrazo con su esposa-madre, por lo cual primero se enternece pero luego se siente desterrado, extrañado, melancólico.

En mi clínica pude observar hombres que buscan a la mujer perfecta sin encontrarla sosteniendo la disociación mujer completa-mujer en falta; el obsesivo creerá encontrarla en la amada, pero a costa de dejar de desearla. En otros, el fantasma de salvar a la puta, a la discapacitada, a la fea, les ratifica la disociación del objeto y se conviertan en bígamos desdoblando la familia a la par que el objeto.

Hasta ahora la pregunta fue ¿Qué desea una mujer o Dora?  Pero ¿qué deseaba el Sr. K? ¿Por qué acepta las visitas del padre de Dora a su esposa? ¿Fantasea con la virgen cuando le dice a la joven: mi mujer es nada para o por el contrario ese nada viene a decir que no es toda de él ni para él? ¿Acaso Dora sabe que deseaba su padre, o teje en su fantasía lo imposible de saber?

Freud dice que lo femenino es enigmático, pero no dice que lo masculino es igualmente enigmático para las mujeres. Entonces lo enigmático es el goce del Otro Sexo u Goce Otro para todos los géneros, y lo masculino y femenino se rellenan con las fantasías primordiales pre edípicas y los fantasmas edípicos.

Entonces castración significa alcanzar la posición de Nadie lo tiene y nadie lo es, que implica hacer algo con la desautorización de lo femenino; en tanto la castración del Otro y del sujeto no puede no fallar, se forman síntomas. Otras alternativas son la desmentida de la desmentida de la castración materna quedando fijado el sujeto a la universalidad del pene, o su rechazo que lleva a la alucinación y el delirio por ejemplo de ser la mujer de Dios como en Schreber.

Dado que el Objeto está perdido, cualquier objeto del deseo, cualquier partenaire sexual, es un complemento frustro, un síntoma para el otro, de ahí que la mujer es nada o todo para lo fálico, y lo fálico deja siempre el deseo como insatisfecho.

Para abordar el tema de las diferencias sexuales y sexuadas, propongo partir de la sexualidad infantil polimorfa descripta por Freud para todo ser hablante. O sea, hay algo pulsional oral, anal, escópico e invocante general a los seres hablantes, y algo que es sexuado que proviene de una combinatoria de goces pulsionales diversos y diferentes, que es eminentemente singular.

El concepto de bisexualidad ya es una forma de abordar la condición polisexual y poliobjetal con las que entiendo al sujeto hablante, condición que nos dice que hay un notodouno en la sexualidad que el discurso Queer vino a revelar y que nos permite ampliar la teorización freudiana.

La polisexualidad no anula la diferencia masculino-femenino, sino que la complejiza y revela la bisexualidad inconsciente que en algunos casos se exterioriza en el poliamor o en la poliobjetalidad.

Entiendo que la bisexualidad introduce distintas modalidades de goce[2]. La represión secundaria y sus diques actúa con su fuerza de desalojo sobre los cuerpos pulsionales a veces inhibiendo la polisexualidad que reaparece en las disfunciones sexuales.

A mi entender somos primariamente polisexuales, poliobjetales y poliamorosos, tenemos la condición de un Heteros primario inconsciente sin acceso a lo simbólico por ende abierto a que secundariamente se fijen identificaciones, elecciones de objeto, identidades de género y prevalencias de condiciones eróticas.

Por ello Freud describió más de un tiempo a la singularidad de la sexuación.

Propongo pensar que hay una polisexualidad infantil, un heteros primario que no tiene que ver con la heterosexualidad como género, sino que comienza con el vínculo del niño/a con el Otro materno, o se despierta por accidentes sexuales tales como el ser rozado por la mano que pone una inyección o un supositorio, por identificaciones y por la cultura.

Toda esta complejidad necesita de tiempo y por ello Freud habló de dos tiempos para que la sexualidad se defina. Prefiero hablar de tres tiempos: la diferencia pulsional primaria diversa y polisexual; un segundo tiempo de la diferencia que comienza a ser sexuada en la salida del Edipo y un tercer tiempo puberal.

Freud descubrió que todos pasamos por una etapa donde la madre todopoderosa y ambivalente se completa con ese mismo niño/a. La castración es la separación de ese objeto niño fantasmático que completa a la madre fálica. Esa operación de separación-castración no es completa porque requiere de la separación de la madre y la del hijo, por lo cual aparecen síntomas. Una afonía ante el público puede esconder una fantasía de pequeñez ante esa madre todopoderosa o el conflicto edípico de arrebatarle al padre su lugar y por eso renunciar a desear hijos o masturbarse para invertir la situación pasiva ante la madre-esposa.

Ya Freud ubica lo simbólico en el campo del tener o no tener en la ecuación pene, falo, niño. Lacan asevera que todo aquel que habla, goza fálicamente. El goce fálico es el goce del que habla, o sea, del que está inscripto en el orden simbólico. Dado que la mujer habla, se inscribe también del lado masculino-fálico y lo femenino le resulta un misterio del cuerpo gozante: un indecible.

Lo femenino se inventa pues es indecible, es Real y singular. Luego: ¿sólo las mujeres son capaces de invención? Obviamente no. Por mi parte pienso que cada ser hablante inventa su singular combinatoria entre el orden fálico y aquello que lo excede y denominamos Otro Goce no todo fálico.

 

[1] Estas ideas fueron expuestas en el trabajo: Estudios de géneros, Femenino, masculino y polisexual en el siglo XXI, que recibiera la mención especial del premio Lucien Freud 2019, otorgado y publicado por la Fundación Proyecto al Sur y en la Revista Caliban: Los exilios del sujeto.

[2] El Goce es diferente a placer, se refiere a aquello que marca el exceso que provee la pulsión de muerte, pudiéndose definir como una satisfacción sufriente, por lo tanto, paradójica, en la que el sujeto neurótico obtiene una satisfacción en el síntoma. El goce reconduce imaginariamente al sujeto a intentar el logro de lo imposible: el reencuentro con el objeto perdido que es una satisfacción pulsional oral, anal, fálica, escópica e invocante perdida. El goce articula compulsión a la repetición y pulsión de muerte.

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 Autor

Mirta Goldstein 

Descriptores: SEXUACION / MASCULINO-FEMENINO /

Palabras clave: DIFERENCIA SEXUAL / FALICO / NO-TODO/A / QUEER / POLISEXUAL

Directora: Mirta Goldstein de Vainstoc

Secretario: Jorge Catelli

Colaboradores: Claudia Amburgo

José Fischbein

María Amado de Zaffore

ISSN: 2796-9576

Los descriptores han sido adjudicados mediante el uso del Tesauro de Psicoanálisis  de la Asociación Psicoanalítica Argentina

Presidenta: Dra. María Gabriela Goldstein

Vice-Presidente: Dr. Eduardo Safdie

Secretario: Dr. Adolfo Benjamín

Secretaria Científica: Lic. Cristina Rosas de Salas

Tesorero: Dr. S. Guillermo Bruschtein

Vocales: Dr. Carlos Federico Weisse, Dra. Leonor Marta Valenti de Greif, Lic. Mario Cóccaro, Dr. Néstor Alberto Barbon, Psic. Patricia Latosinski, Lic. Roxana Meygide de Schargorodsky, Lic. Susana Stella Gorris.