«La palabra es un virus. Quizás el virus de la gripe fue una vez una célula sana.
Ahora es un organismo parasitario que invade y daña el sistema nervioso central.
El hombre moderno ya no conoce el silencio. Intenta detener el discurso subvocal.
Experimenta diez segundos de silencio interior.
Te encontrarás con un organismo resistente te impone hablar.
Ese organismo es la palabra.»
William Burroughs, El ticket que explotó, 1962, cit. de Franco Berardi. 2020, p. 35.
1. Una introducción posible, entre Agamben y Recalcati.
De modo que los cambios que la epidemia nos impone
no sólo serán medidas temporales,
sino que alterarán inevitablemente nuestra vida colectiva.
Por lo tanto, se abre una nueva angustia,
la más actual: la verdadera contrición no es más la de la reclusión,
sino aquella de la necesaria convivencia con el virus.
Massimo Recalcati, 2020
Una vez comenzada la pandemia, Giorgio Agamben y Slavoj Zizek fueron de los primeros en salir a hablar. En febrero de 2020 ya se habían pronunciado. Por un buen tiempo me gustó lo planteado por Agamben: coincidía con una lectura desde cierta sospecha. Creo que comenzó acusando a los gobiernos -en principio el italiano- de algo así como “inventar una pandemia”, cuestionando de esta manera el estado de excepción. Fue subiendo la apuesta con un tema que me es particularmente caro: el del prójimo, que vengo investigando a lo largo de unos cuantos años, desde diversas perspectivas, en particular, la de la identificación. La idea enarbolada fue la “abolición del prójimo”; ese sintagma tenía un cierto encanto respecto de la articulación del contacto con los otros y el lazo social, en relación con las deliberaciones.
A posteriori me di cuenta que no se trataba en aquél caso de una “ontología del presente”, sino más bien de otra cosa. Me ayudó la lectura que hizo de él Massimo Recalcati, a quien tuve oportunidad de escuchar en el Symposium de la Asociación Psicoanalítica Argentina a fin de 2020. Dio vuelta en su interpretación la lectura de Agamben, en relación con el encierro y el control, reinterpretándolo, en relación con un acto de libertad. Del mismo modo cuestionó las interpretaciones “prêt-à-porter” que muchos psicoanalistas balbuceaban en relación con los “tapabocas”, subrayando la opacidad del sujeto, en relación con el significante.
Me pareció entender -y esto ya fue mi modo de llegada “entre la cita y el enigma”- a una respuesta que iba con más Foucault, respecto del que Agamben blandía, ahora con una referencia indirecta acerca de una convocatoria a la subjetividad, cuya autonomía podría situarse en relación con la actitud crítica que se pueda sostener ante los conocimientos y tecnologías que modelan. Quedaba indirectamente citada la articulación de la libertad con un ethos. O directamente, en relación con que […] “La crítica dirá, en suma, que nuestra libertad se juega […] en la idea que nos hacemos de nuestro conocimiento y de sus límites” (Foucault, 2007, p. 13).
Tal como decía en otro lugar (Catelli 2020f) de un momento a otro ingresamos en una serie distópica, digna de las mejores de las plataformas actuales de series y películas. La COVID-19 irrumpió y produjo efectos a nivel global, que trastocaron la escena mundial.
Estamos viviendo un período histórico especialmente singular, en relación con la pandemia que nos está tocando atravesar como sujetos, en nuestra singularidad, y como especie. La evidente transformación política y del mundo a la que estamos asistiendo, revela una vez más la inequidad y la profundidad de asimetrías entre los estados y sus pueblos. La emergencia angustiante empujó la aparición y refuerzo de repudios varios a quienes encarnaron de modo renovado al “extranjero”. “Lo otro” del otro volvió a cobrar una renovada presencia inquietante, bajo el significante “virus”: era “el virus del otro”, “el extranjero como virus”.
Los cuerpos, que volvieron a quedar cada vez en un mayor primer plano, como bastiones sitiados del biopoder y renovados objetos de la biopolítica, (Foucault 1972, 1976) quedaron aislados en las casas, las nuevas celdas del célebre panóptico de Bentham, (Foucault, 1975; Bentham, 1780). Recalcati, tal como referí supra, da nueva lectura a esta propuesta y triangula indirectamente la crítica con el ethos y la libertad. La convocatoria masiva desde el poder en su biocontrol es, sin embargo, eficaz en el desarme de la colectivización, la instalación de la sospecha respecto del otro, la estimulación de la denuncia y la vigilancia cada vez más aguda de las poblaciones.
2. La subjetividad y lo extranjero: de Tebas a la Acrópolis
“Cartas le fueron venidas,
de que Alhambra era ganada.
Las cartas echó en el fuego
y al mensajero matara”
¡Ay de mi Alhambra! Op. cit. Freud 1936a: 219
Nuevamente surgen, estimulados por las estigmatizaciones y la violencia inherente al ser humano, la desconfianza ante quien está del otro lado del “river”. Así se distinguía en algún tiempo medieval quién era “de los propios” y quién era un “rival”. (Catelli, 2016b, 2020f)
La experiencia con el semejante, siguiendo los lineamientos de pensamiento de Freud (1950a), puede ser comprendida como lo que se constituye con una acción inaugural (aquella tan mentada “nueva acción psíquica” {Aktion}, Freud, 1914c): la salida del encierro narcisista, el reconocimiento del otro, la identificación como trabajo psíquico y la comprensión del sujeto en ciernes, para dar lugar a su constitución. (Cf. Catelli, 2014) El movimiento paradójico del infans en sus primeros momentos de alimentación, involucra tanto la incorporación del alimento, como la identificación, en términos de trabajo psíquico (Winocur, Carrica y Buchner, 1989), en que el reencuentro con el otro que encarna al asistente, es necesario que sea reconocido, encontrando puntos de cierta coincidencia con la representación del mismo. Siguiendo estos lineamientos y, hasta aquí, en coincidencia con Winocur, este “trabajo de la identificación”, como una actividad de pensamiento inconsciente, de razonamiento del aparato, permite ir estableciendo puntos de coincidencias y diferencias, que abre unas dimensiones entre un “prójimo” y un “semejante” (Nebenmensch), no sin consecuencias en el establecimiento del llamado “lazo social”, los destinos de la pulsión y la constitución del aparato psíquico. (Catelli y Zaefferer 2013 y Catelli 2020j).
Edipo llega a Tebas con la intención de resolver el problema de la peste que la azotaba. Su investigación implacable lo fue conduciendo a la revelación trágica de los crímenes que lo condenaban a su destino trágico. El extranjero estaba en él, ese virus lo habitaba desde la sanción del oráculo, que se había pronunciado, dando lugar a su universo simbólico, anticipatorio y determinante de la precipitación de una extranjería trágica de sí mismo. Freud revive esa experiencia en la Acrópolis junto a su hermano, describiendo la vivencia como un “Entfreumdungsgefühl” *(Freud, 1936a: 218), término que normalmente es traducido como “sentimiento de enajenación”, pero que contiene el virus del extranjero en el significante mismo, y me interesa señalarlo más explícitamente; “fremd” es extraño, ajeno y, de este modo, sustantivado, “der Fremde” o bien “der Fremdling”, es el extranjero. El sentimiento de “Entfremdung” da cuenta de ese descubrimiento recursivo, conmovedor y siniestro del extranjero incestuoso y parricida, que habita en cada sujeto y que Freud evoca en el atravesamiento de esa experiencia “más allá del padre”. Freud ubica allí lo que de uno es ajeno para “el yo propio” (ibíd.) Cada sujeto ha de encontrarse en ese camino singular para encontrarse con ese virus del extranjero que lo habita.
Aquella afirmación freudiana acerca del sufrimiento (1930a), que “nos amenaza por tres lados”, pareciera cobrar un renovado sentido, en la intersección de esas tres fuentes: el propio cuerpo, el mundo exterior y las relaciones con otros seres humanos. En el núcleo de esa intersección se encuentra esa fractura del sujeto: lo extranjero que lo habita. La vivencia de un cuerpo frágil, amenazado por la posibilidad de hospedar a un virus que inocula un programa “informático” certero y enfermante, respecto del que hay que defenderse, porque proviene de un mundo exterior peligroso, constituido justamente por los otros seres humanos, que repentinamente se erigen como potenciales transmisores de la peste, cobra renovada intensidad y presencia cotidiana. La angustia que da señales, anticipándose al peligro, comienza a presentarse en un modo continuo y agobiante. Este miedo [Angst] ahora está un poco más alertado, ante la proximidad de los otros. Es el último factor referido, “los otros seres humanos”, el que es planteado por Freud como “el sufrimiento [que] quizá nos sea más doloroso que cualquier otro”.
Tal como vengo planteando anteriormente, a partir de investigaciones en el tema (Catelli 2009b, 2016a, 2019a, 2020f) como “vecino” es la palabra que usamos para designar a la persona que vive en el mismo barrio o aquellas cosas que están cerca, nuestro vecino es aquel que habita una vivienda cercana a la nuestra y las ciudades vecinas son aquellas que están situadas en los alrededores de la propia. Del latín, vicinus, dio lugar a voisin en francés, y en italiano, a vicino (cercano) (Cf. infra. Badiou). En alemán, desde el Mittelhochdeutsch y Althochdeutsch (alto alemán medio y alto alemán antiguo), surge el término Nachbar, (Kluge, 2003) de donde proviene el neighbour. Nach es el siguiente, el próximo, el Nachbar, es como neighbour, aquél que está a continuación, al lado, cerca. (Cf. Catelli, 2009a) Cada uno sabe cuántos problemas podemos tener con los vecinos y todos los sufrimientos que pueden y suelen provenir de esos vínculos con esos otros seres humanos, junto también, con la potencial solidaridad, cercanía y lazo social. El vecino puede oficiar de representante de ese semejante (símil) en quien reencontrar algo conocido, solidario y amable, que puede despertar el deseo de cercanía que define ese lazo social – una dimensión del “Nebenmensch”-; o bien representar al prójimo, (próximo pero ajeno) en tanto el extranjero temido, algo del desconocido que despierta el terror del encuentro con lo irreductible de “lo otro del otro” –otra dimensión de aquél “Nebenmensch”- que despierta el narcisismo de las pequeñas diferencias. (Cf. Catelli 2019a y 2019b)
En nuestros días, la presencia amenazante de la COVID-19 soportado por el cuerpo de los otros, potencia la peligrosidad de éstos, con lo cual surge la primera respuesta: defenderse del otro. Esta respuesta es también un modo de defensa ante los cuerpos que impactan con la sexualidad. Muerte y sexualidad, nuevamente enlazadas en los bordes de una intersección, más allá de toda posibilidad de ser representada en su atravesamiento. La confusión y el desplazamiento del rechazo y el odio hacia lo otro del otro, comienzan entonces a estar legitimados.
Casi en simultáneo a la llamada “gripe española”, Freud (1918a) cita un trabajo de 1902 de Ernest Crawley, quien con expresiones que difieren poco de la terminología empleada por el psicoanálisis, señala que cada individuo se separa de los demás mediante lo que él llama un “taboo of personal isolation” {«tabú de aislamiento personal»} y que justamente, en sus pequeñas diferencias, no obstante, su semejanza, en todo el resto, se fundamentan los sentimientos de ajenidad y hostilidad entre ellos. En este sentido, se puede tomar la figura del “prójimo”, en su dimensión de ajenidad, ¡y respecto del cual hay que aislarse! (Cf. Zizek, 2010)
Surge entonces, creo que necesariamente, la pregunta acerca de cómo pasar de “cuidarse del otro” a “cuidarse con los otros”; tal vez se trate de cómo jugar una nueva partida, en relación con la ajenidad ante “el pecho esquivo”, que aquél lactante que fue el sujeto, no pudo reconocer hasta que un cambio repentino, tal vez un mínimo movimiento, le permitió reconocerlo. (Cf. Freud, 1950a [1887-1902]) Esta dimensión del sujeto se vislumbra, como parte de aquella vivencia freudiana en la Acrópolis, ahora en tiempos de renovada extranjería del sujeto, habitado por los virus de la ajenidad de nuestra época.
3. De los bárbaros y la lengua del Otro: el extranjero como virus.
“Sobre el prójimo, entonces, aprende el ser humano a discernir”
S. Freud, 1895, p. 379.
Los bárbaros fueron originalmente aquéllos que no hablaban la lengua de los habitantes de la Grecia Antigua: aquéllos que “barboteaban” (βάρβαρος), balbuceaban palabras incomprensibles para aquél pueblo. Fueron los romanos quienes finalmente nominaron de modo taxativo a todo aquél que estuviese por fuera de las fronteras de su imperio. El Otro coloca al sujeto ante la diferencia intrínseca que lo habita, en una falta de un significante adecuado que suture esa falta irreductible entre lenguas, culturas y una traducción “completa”; y como no hay metalenguaje, la lengua presenta cierta indestructibilidad equiparable a la del deseo
El otro desconocido se nos puede parecer, repentinamente, y ese es un riesgo que una dimensión del yo rechaza: algo de ese núcleo real del prójimo, ese otro desconocido, repudiable, distinto y desconocido puede retornar de modo siniestro, en que lo más familiar del sujeto aparece como desconocido y ajeno. (Cf. supra ap. 2).
Entre la cultura propia y la del otro, habita una extensión de la hiancia entre el prójimo y el semejante, aún con los esfuerzos de comprensión, que marcan una diferencia apoyada en un vacío “incompletable”, un resto que resiste toda colonización y marca un abismo en el encuentro: no hay Otro del Otro. La colonialización portuguesa, como parte del genocidio sostenido por el etnocentrismo europeo en la América Latina originaria, intentó forzar el universo de discurso de africanos traficados, esclavizados, sometidos y torturados -para dar solamente un ejemplo- al órden simbólico católico de vírgenes y cruces. “La bahía de todos los santos”, como la nombra el genial Amado, expone el núcleo real que encierra el orden significante, algo inasimilable que sostiene una diferencia irreductible. Basta con acercarse a cualquiera de esos templos católicos de San Salvador de Bahía, en Brasil, para percibir la atmósfera inquietante de figuras que no dejan de revelar una presencia oculta y simultáneamente revelada en vírgenes encinta, ángeles con sexo, miradas plenas de erotismo que intentaron ocultar aquéllos esclavos, de su universo simbólico reprimido y sofocado, en las vestiduras de los santos cristianos. María es la madre Iemanjá que llegó desde África a proteger a las mujeres desde las aguas del mar, y así Oxaguian es oxalá joven y Exu, uno de los orixás más importantes de la liturgia de los candomblés, con quien hay que cumplir cuando se ponen los pies en aquéllas tierras, de “dar a beber para conquistar sus buenas gracias e impedir que venga a perturbar la fiesta con sus diabluras y perrerías.” (Amado: 15) La riqueza de tales sincretismos insiste en ese núcleo, que no logra ser recubierto en su totalidad y resiste en el desencuentro, con la inquietud de lo ominoso.
Me resulta interesante poder pensar al bárbaro en cada uno, al bárbaro en el sujeto, en términos de que la lengua es el Otro, y en esa dimensión es también una presencia que nos habita. Sin elaboración en términos de una Durcharbeitung, a veces nominada como perlaboración o “working through”, el ingreso al universo de cierta diferencia en Otro significante, queda limitado a la proximidad con el horror. Cada sujeto es extranjero aún en su propia lengua, porque esa misma lengua es un virus que lo habita: el virus del Otro. Aún en los intentos más probos de lograr equidades seguramente justas a partir de la lengua, queda confundido el enunciado con la enunciación y, una vez más, la palabra no nos logra hacer “iguales”, en el universo de la diferencia. La familiaridad de la lengua materna nos engaña amorosamente, y sentimos y pensamos en comunidad, con la posibilidad del lazo actualizado en el habla, nos alivia del “Entfremdungsgefühl” freudiano, aquél de la Acrópolis, hasta que cualquier pequeño detalle lo revela y nos impacta con su división. Ineludiblemente es el Otro diferente quien nos interpela con nuestra otredad.
Cuando es lejana e inofensiva, la diferencia puede llegar a ser hasta apaciguante, en particular cuando esa lengua del Otro parece ser deseada e incluso imitada en aprendizajes que incluyen mimetismos e identificaciones de quien desea acercarse y, aun así, no alcanza para completar esa hiancia, que el mejor de los mosaicos identificatorios intenta la amalgama de los restos abandonados de objetos. El odio surge cuando una parte del yo registra el horror del causante de la peste en uno mismo, dentro de sí, el extranjero horrorizante.
4. Tiempo para abrir preguntas.
“¿Recuerdas cómo en nuestra juventud hacíamos día tras día el mismo camino,
desde la calle… hasta la escuela, y después, cada domingo, íbamos siempre al Prater
o emprendíamos una de las archisabidas excursiones al campo?
¡Y ahora estamos en Atenas, de pie sobre la Acrópolis! ¡Realmente hemos llegado lejos!”
Freud, 1936a: 220
La humanidad toda ha quedado al desnudo en su indefensión inicial y su vulnerabilidad renovada que, conmovida por un virus, ha logrado derribar la omnipotencia en que había quedado infatuado el ser humano, en sus vanos intentos de desmentir su finitud, su castración y su fragilidad. Aun así, sigue avanzando en su lucha por la supervivencia. La subjetividad vuelve a irrumpir en ese entramado de prácticas, discursos, ideales, deseos y prohibiciones, en el enclave socio histórico, de época, en que se produce subjetividad. Este momento histórico ha puesto en una nueva encrucijada a los sujetos, y como tales, su modo de darse en este nuevo contexto.
Vuelve una y otra vez la pregunta acerca del sujeto y su extranjería, el odio ante el prójimo y la reaparición ominosa de lo más íntimo, familiar y repudiado, en lo más ajeno, que a la vez lo constituye: el Otro. Lo “éxtimo” define de este modo una suerte de falta de solución de continuidad, entre un afuera y un adentro, de esa materia de otredad constitutiva del sujeto.
Así como Alain Badiou aborda la cuestión del prójimo con los términos de "vecindario" y "apertura", me resulta interesante la metáfora de un lugar que guarda ambas dimensiones: tanto la diferencial respecto del otro, como la de una proximidad que incluye el conflicto. El vecindario traería la idea de una zona abierta en un mundo: un lugar o un elemento “donde no hay frontera, no hay diferencia entre el interior de la cosa y la cosa misma. De igual manera, un elemento puede pertenecer a un conjunto sin estar incluido en él; puede todavía haber algo que demarca una diferencia entre él y el conjunto mismo" (2003-4). La presencia de más de un elemento en el así llamado vecindario, implica la construcción de “una zona abierta común”. La intersección del yo con el prójimo-semejante, que ubica una jouissance del otro que habita al sujeto como objeto a.
Sea tal vez ésta, una reiterada oportunidad histórica de ir constituyendo la escritura de una nueva narrativa histórica, tal vez la posibilidad de colocar un hito posible, para un nuevo reconocimiento de la significatividad de la palabra plena, confrontando al sujeto con su propia indefensión y vulnerabilidad, tal vez para hacerlo un poco más dueño de su descentramiento, de su pequeñez e inermidad, más liberado de la ilusión aplastante y más cercano a un logos por cuyos intersticios sea factible la apuesta por alguna posible libertad.
*N. del A.: El resaltado del término contenido es mío.
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Autor
Jorge Catelli Psicoanalista APA - Profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires
Descriptores: SEMEJANTE / IDENTIFICACION
Palabras clave: PROJIMO / EXTRANJERO / NEBENMENSCH
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María Amado de Zaffore
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