Dilemas y horizontes de las prácticas y la formación psicoanalíticas
Diciembre 2020 - ISSN 2796-9576
Intersecciones

Reflexiones sobre la necedad

Mirta Goldstein
Mirta Goldstein

“Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo”.

No hay en la vida nada más costoso que la neurosis y la estupidez”.

1. Necedad, insensatez e idiotez

Necedad idiotez si bien suelen asimilarse, mantienen diferencias a partir de sus figuraciones, sus encarnaduras: por ejemplo, el necio, el idiota, el insensato no deberían confundirse.
El idiota remite a la persona poco inteligente, que no entiende el doble sentido de las palabras. El necio remite al que no sabe lo que debería saber, al que estaría carente de un saber hacer con las relaciones mundanas. En ambos encontramos: una limitación de la metáfora, cierto engreimiento acorde con la tontería, cierta torpeza en los dichos y las acciones, y una ignorancia parcial respecto de lo inconsciente. Esta ignorancia parcial respecto de la castración, es propia de las neurosis.
La insensatez, en cambio, raya con la canallada.
En la Grecia Antigua se consideraba idiota al que solo se preocupaba por sus asuntos personales y nada quería saber de la polis, de la plaza pública, o sea, de lo que hoy denominaríamos la responsabilidad civil, comunitaria y política.
Seguramente la lectura de la novela El idiota de Fiódor Dostoyevski, influyó en Freud, cuando consideró que neurosis e idiotez redundaban en padecimiento subjetivo.
La novela narra el regreso del inocente y honesto príncipe Mishkin a su San Petersburgo natal, a quien sus frívolos y burgueses conciudadanos consideraban idiota por sus virtudes de honestidad ingenua. Hoy ocurre lo mismo en algunas sociedades en las que suele considerarse idiota, a aquellos que no saben aprovecharse de los otros o deciden no tornarse corruptos.
Hay una clara distorsión política, jurídica y civil con desvíos éticos y morales cuando ocurre la inversión de ciertos códigos de convivencia colectiva y se tergiversa lo perjudicial en beneficioso. Entonces la Idiotez aparece como la contracara de la insensatez.
Mishkin, en un intento de defenderse, dice estar en proceso de curación de su estupidez lo cual, de ser así, lo convierte en inmoral. Honestidad y deshonestidad marcan el conflicto entre lo que se desea y lo que se debe. ¿Cuál es su deseo: virtud o corrupción? Este es el conflicto que Freud nos llama a descubrir en los análisis, conflicto entre pulsiones y entre instancias psíquicas, entre Ley y desobediencia o transgresión.
Mishkin no era un canalla ni un deshonesto, sino un neurótico atontado que desconocía su deseo y no quería darse cuenta de lo que sucedía en las relaciones sociales. ¿Por qué? Porque en los vínculos se generan malos entendidos, malicias y venganzas y no solo buenas intenciones. Podemos decir que Mishkin ¿Era necio?
Hoy día consideramos necio al que rehúye saber sobre la castración o vulnerabilidad humanas y se repliega en una candidez narcisista, despreocupada, obediente, obsecuente y hasta muchas veces indolente.
La indolencia puede tener muchas causas y entre ellas se halla la necesidad de desestimar el odio del otro para no reconocer el odio propio. Existe una faceta de la incredulidad que se caracteriza por no poder creer en la malicia y hasta la maldad en los otros. Muchas veces la incredulidad se manifiesta como perplejidad ante lo sucedido sin posibilidad de reacción, huida, defensa.
La obsecuencia que tiende a la masificación y la indolencia que se orienta a la indiferencia, limitan con la insensatez, en un borde delgado por la carencia de implicación subjetiva en las consecuencias de los actos.
La neurosis obsesiva e histérica, tienen respectivamente sus propias modalidades de tontería. La indiferencia histérica es un “hacerse la tonta, la ingenua, la virginal”, y el control del obsesivo constituye en un modo de dilatar el darse cuenta de que algo falla en el mundo y en la estructura subjetiva, es decir en asunción de la castración.
Freud dijo que para ser feliz había que hacerse el tonto o serlo. Obviamente no creía en la felicidad salvo en esos instantes en que se la siente transitoriamente. Creía más bien en el sufrimiento como contracara del placer; se refirió al estado semejante al Nirvana, al equilibrio de tensiones del puro Principio de Placer o de la pura descarga que tiende a la muerte subjetiva, es decir a la debilidad mental o la psicosis.
Freud descubrió, que el Superyó castiga duramente a quienes se instalan en la felicidad, en la homeostasis que anula cualquier posibilidad de proyecto y de proyección en tanto éstos requieren de vigor, es decir de energía libidinal y deseo. El castigo puede llegar hasta la melancolía.
Por otra parte, cuando Freud se refiere al hacerse el tonto, pensamos que esta posición es propia de un sujeto deseante, involucrado en los lazos sociales y en los efectos de grupo. Ésta puede resultar una posición inteligente cuando se la usa como estrategia en los vínculos sociales.
La tontería puede ser una forma de hacerse el muerto, de desaparecer de las escenas del mundo para quedar como observador, incluso crítico. Luego si muchos políticos pueden usar este parecer muerto como disfraz de lo que realmente piensan, debe distinguirse del “hacerse el muerto” del analista cuyo silencio es una invitación a que el sujeto hable.
Para el psicoanalista, no se trata de medir el cociente intelectual, ni la ignorancia de conocimientos; muchas pedagogías confunden inteligencia con sagacidad. El mismo analista puede resultar tonto si olvida la dimensión fantasmática de la realidad, la posición subjetiva pasiva ante el Otro y con los otros. Por lo cual un tonto o un neurótico, dicen mucho sobre el lugar que ocupa el sujeto en su familia, en el trabajo, en la sociedad; alguien puede hacerse el tonto o sacrificar su inteligencia, perspicacia y sagacidad al Otro.
Por ello la cura analítica no tiene por fin la felicidad, ni la inteligencia niel conocimiento, sino el saber-hacer con las palabras, los lazos y las cosas.
El Yo puede engañarse respecto de su propia ingenuidad, bajo la pretensión y suposición de poder saber todo y de poder desentenderse de lo inconsciente, por este motivo una de las definiciones de idiota es: engreído sin fundamento.
El Yo, narcisista, resulta taimado por su propia ingenuidad, por su adaptación a las exigencias pulsionales y a la necesidad de castigo.
El fantasma inconsciente que regula nuestra realidad, atonta porque repite una posición del sujeto ante el Otro, repite un goce y a la vez el Yo cree como verdadero lo que repite.
Gracias al fantasma inconsciente que nos hace repetir lo más traumatizante, el sujeto se convierte en síntoma del Otro; para dar un ejemplo podemos recurrir al bullying, situación en la que un niño es siempre martirizado sin poder salir de ese lugar. Este sujeto es maltratado por otros, pero no puede separarse de esa posición sino media algún acto de desprendimiento del Otro.
El fantasma fundamental tiene que ver con una posición pasiva en lo inconsciente, se repite en la vida real como fracaso, impotencia, pérdida, desilusión. En muchos casos el sujeto posterga la concreción de un acto para no sucumbir a otro fracaso, o se apresura para evitarlo sin éxito ya que el fantasma triunfa.
Cuando el sujeto logra actuar en consonancia con su deseo sin sufrir por los errores o sin sentirse culpable por su triunfo, algo ha cambiado en la posición de su fantasma y se libera de éste, pasa de adolorido, injuriado, traicionado pegado, fracasado, a “deseante” o con convicción y compromiso con su deseo.
El acto del sujeto es una apuesta a que algo pueda darse y algo pueda ser perdido, por ello el acto es una apuesta a las oportunidades de la cultura y la sociedad.
El tonto aparece como aquel que no sabe preguntar ni resolver; justamente el neurótico no puede preguntarse sobre su propio deseo y en cambio se sumerge en la suficiencia narcisista. Tal suficiencia lo llena de arrogancia y en algunos casos hasta de desprecio por sí y por el otro, como modo de defensa yoica ante la frustración amorosa, laboral, económica, etc.
Un adolescente se queja de no haber sido querido. Habla de la culpa por avergonzarse de un padre proveniente de los pueblos originarios. Se sorprende cuando la interpretación del analista le señala la vergüenza no solo de él hacia el padre, sino del padre ante él, quien logró estudiar en una gran ciudad lejos del pueblo natal y diplomarse con honores; este sujeto no solo fue más allá del padre con la culpa inconsciente que esto implica en tanto parricidio, sino que su propia imagen, semejante a la del padre, no puede borrar los rasgos que de ese padre siguen vivos en su rostro: él mismo era la imagen del pueblo originario que no podía matar en el espejo.
No había querido saber sobre la vergüenza que aquejaba a su padre ante él cómo hijo, que lo inhibía de mostrar su amor, lo que este muchacho interpretaba como no haber sido querido. Al punto que más orgulloso estaba el padre del hijo, más vergüenza sentían uno y otro. La posición de no ser querido resultaba defensiva ante ese “más de vergüenza del padre”.
A más omnipotencia narcisista, más tonto se vuelve el sujeto quien puede resultar carnada del poder de las falacias discursivas que le ofertan el psicópata, el demagogo, el embaucador y los agentes de los fanatismos religiosos, políticos y científicos. Solo los neuróticos pueden ser embaucados, pues disponen de los elementos simbólicos, pero se les dificulta usarlos en su beneficio.
Cuando Lacan aduce que hay que para ir más allá del padre hay que poder servirse de los Nombres del Padre, o sea, de sus significantes, los del ancestro, dice, a mi entender, que, si el sujeto dispone de los significantes, pero no puede servirse de ellos, lo cual ya es una tontería, padecerá su neurosis.
Hay quienes se atontan con la droga, el juego y los horóscopos, pero están aquellos que padecen la malversación (mala versión) de los significantes del padre con lo cual pueden hacer padecer a otros. Esta mala versión se vuelve contra sí mismo o con el otro de modo necio, porque en algún lugar saldrá al descubierto su sinsentido ya que es una operación segura de fallar. Esto ocurre con la malversación de dinero hasta la mal – versación del amor.
¿Por qué puede el sujeto engañarse o hacerse engañar? Por un lado, porque el amor es signo del Otro protector, por otro, porque el Superyó ataca exigiendo culpa y castigo. Hacerse castigar puede ser una demanda inconsciente en aquellos que delinquen, pero en la vida cotidiana suele resultar más tonto aquel que se aferra a las reglas de manera obediente y no pude obtener su cuota de placer.
El obsesivo puede ser objeto de maltrato y abuso, justamente porque no logra un poco de autonomía respecto de las mismas normas que se impone a sí mismo y a los otros; en lugar de respetar la Ley, es obediente de las normas.
Hay necios que se dañan a sí mismos, necios que al engañar a otros se hacen encerrar, discriminar, expulsar, castigar, y necios sin culpa o canallas. Estos caracteres ligan lo subjetivo particular con lo ético en lo social. Diferencio, entonces, entre tontería neurótica privada que hace sufrir al sujeto, y la necedad que ataca a los otros en el espacio colectivo.
Un tonto puede convertirse en el hazmerreír de un grupo, hacer de payaso para otros, pero están los que transforman su tontería en burla y dominación hacia otros. Esta reversión de la posición responde a una lógica del sujeto que no se reconoce allí ni como embaucado ni como embaucador, cuando resulta ser ambos en lo inconsciente.
Si la cura analítica tiene algún sentido radica en deshacer la trama fantasmática de características masoquistas y/o dominantes para liberar el deseo del sujeto y ponerlo a disposición de sus actos. Deshacer las posiciones de maltratado o maltratador, ya es un logro de la cura analítica, pero se puede aspirar a más, por ejemplo, a una mejor aprehensión del semejante y de los lazos con los otros.
El goce del idiota, dado que desconoce su propia idiotez, atrapa y fascina y hasta puede invitar a la violencia y la burla erotizadas. En cambio, cuando aparece alguna formación como el chiste, lo inconsciente resulta sabio pues se las ingenia para mostrar la verdad del sujeto y en cuales baluartes narcisistas se enreda. Reírse de sí mismo es, generalmente, una salida al atolladero de la tontería o la torpeza.

2. Las figuraciones del malestar en la cultura

En la literatura social suele hablarse de las figuras de la estupidez. He preferido la denominación de figuraciones del malestar en la cultura, porque acercan más a la idea de semblantes, apariencias, máscaras, los que aceptan los travestismos del lenguaje y la impostura.
Las figuraciones son las encarnaduras con las cuales, en menor o mayor medida, nombramos al fracaso de la civilidad.
Clément Rosset, filósofo contemporáneo, dice: la tontería se vuelve estúpida por miedo a ser estúpida, o, más simple aún, se vuelve ella misma, estupidez, por haber querido ser otra {…} Esta fatalidad se encuentra también en el esnobismo y en todos aquellos que, al dudar de sí mismos, buscan la salvación en un modelo mágico. (Lo Real y su doble, p. 114).
Paul Tabori en su libro “Historia de la estupidez humana”, dice que “No es la boca del hombre la que come, es el hombre el que come con su boca.” Tabor cuestiona el orgullo, la vanidad, la credulidad, el prejuicio, la codicia, el amor a los títulos, las ceremonias, la burocracia, la pereza, la jerga jurídica, la fe en los mitos, la incredulidad ante los hechos, el fanatismo religioso y otros absurdos.
Muchas de estas descripciones son, para el psicoanálisis, síntomas de la idiotez que el sujeto despliega ante algún Otro convertido imaginariamente en omnipotente y omnipresente. El sujeto suele defenderse del Otro Gozador con la pereza, la postergación, la avaricia, el suicidio, entre muchas otras reacciones que aparecen en el espacio de la cura analítica como síntomas a descifrar.
En 1931 Freud escribió un breve artículo titulado: Tipos libidinales.
Allí describe tres tipos libidinosos principales: el erótico, el narcisista y el compulsivo.
Los eróticos tienen como principal interés la vida amorosa; se angustian ante la pérdida del amor del otro y son dependientes porque prefieren ser amados.
Los narcisistas se interesan por la autoconservación y se muestran autónomos, agresivos y activos. En general no se culpan y es difícil involucrarlos en sus actos. Freud les supone una inclinación a la criminalidad.
Los compulsivos se singularizan por el predominio del Superyó y la conciencia moral de la cual dependen. Son portadores de cultura y conservadores, pero suelen regirse por la culpa y el pecado.
Freud agrega que estos tipos no se presentan puros, sino en nuevas combinaciones tales como: los eróticos-compulsivos, los eróticos-narcisistas y los narcisistas compulsivos.
Por otra parte, dice que estos tres tipos no corresponden a la patología sino a la normalidad. Lo que no hace Freud es relacionar estos tipos con su accionar en el plano de la realidad. ¿Qué es lo normal? ¿Se pueden incluir en lo normal a los que transgreden una posición ética con el otro, o, todo lo contrario, a aquellos cuya obsecuencia los atonta?
Más bien voy a tomar figuraciones que se oponen a la ética del semejante, por lo cual distingo: 1. las figuraciones de la complacencia neurótica o del sujeto débil ante el Otro: idiota, ignorante, fanático, devoto, militante, mezquino, obsecuente, vanidoso, crédulo, ingenuo, negligente, feliz, envidioso, perezoso y codicioso; 2.las figuraciones de la perversidad: canalla, sádico, demagogo y tirano; 3.  las figuraciones de la crueldad y el asesinato: xenófobo, torturador, genocida, femicida, violador, terrorista; 4. las figuraciones de la violencia y el vandalismo: lobo solitario, pandillero.
 Estas figuraciones van desde lo más neurótico a lo más narcisista y ajeno al otro.
Muchas arbitrariedades sociales suceden porque los seres humanos están invadidos y dominadas por un exceso de sentidos que la cultura ofrece y que sumergen al sujeto en fanatismos, propuestas mágicas, ideologías extremas.
Richard Armour, poeta americano, escribió: “El hombre no puede acabar con su estupidez porque acabaría con la raza humana.” ¿Esto vuelve universal a la idiotez? ¿Es innata la estupidez o se construye por sujeción?
La condición de ser hablante ya es una posición tonta porque el Yo se encuentra acosado por el Ello y el Superyó. Freud llamo a esta situación: las sujeciones del Yo. ¿Cómo logra el sujeto liberar su deseo, si la estructura se atiene a tanta sujeción interna y externa?
El neurótico se empeña en no querer saber sobre su vulnerabilidad y deseo, en cambio, los que encarnan la canallada cínica y la maldad, desmienten, principalmente, la castración en sí mismos a la par que reducen al Otro simbólico a un prójimo vulnerable.  Esta reducción del Otro a un otro vulnerable, se encarna en las víctimas.
La víctima no nace ni es víctima. Algunos atraviesan situaciones extremas donde resultan victimizados, y otros sostienen una posición de desengaño permanente o de fracaso en su fantasma inconsciente. Esta distinción me parece importante para no considerara la víctima como si fuese un ser o estado natural por lo cual se desconoce el papel que juega el victimario, el opresor, el abusador.
El victimizado por su Superyó, dado que repite su trauma, puede llegar a elegir un partenaire-victimario. En cambio, la victima por dominación o abuso, ha padecido un trauma, pero al cesar éste como hecho real, tiene la posibilidad de recomponer su vida, es decir de resiliencia o de sobrevivencia psíquica.
Freud diferenció entre el inmoral y el idiota y Lacan entre el canalla y el débil mental.
Lacan comienza el seminario XX Aun, diciendo que los analizantes confían al analista sus “necedades” y que en ellas hay un decir; se refiere a que lo común, lo sin importancia, suele ser el motor de los análisis. Las necedades que se dicen en análisis, tienen que ver con aquello que el neurótico no sabe que dice. Por lo tanto, diremos que el sujeto entra al análisis necio por sus identificaciones y sale del análisis si logró transformar la necedad en acceso a su deseo.
Nuevamente cabe otra distinción.  Están las necedades relacionadas con “lo insabido” por represión, y la desmentida al estilo: de eso no se habla.
Lacan introduce la figuración “canalla” y dice que hay que rehusarles la cura analítica; llamó Knavery, maldad y jugada tramposa a esta posición que se caracteriza por atrapar al prójimo, angustiarlo y dominarlo. Comparó al canalla con el perverso porque ambos desmienten la angustia en sí mismos para reencontrarla fuera de sí, en el otro a quien atormentan y burlan. ¿Goce sádico?
Por mi parte no acuerdo con negarle de plano un análisis a un canalla ni a un idiota, porque esto supone una toma de posición en relación a los alcances del psicoanálisis y a la neutralidad del analista; supone dar por verdadero que el sujeto es siempre igual a sí mismo con lo cual no es del sujeto sino del Yo del que se habla. Prefiero pensar que cada caso merece ser develado en sus restos de sujeto ético y si se descubre que algo hay o puede llegar a haberlo, entonces es preferible un canalla analizado, aunque en parte, que un canalla suelto por el mundo sin implicación en sus actos, no queriendo saber nada de su goce que, para Lacan, en tanto goce, no vale nada.
Propongo detectar cuales son los restos de sujeto ético o de responsabilidad, para que el análisis valga la pena de ser transitado.
A diferencia de los cínicos griegos, como Diógenes de Sinope, quienes atacaban la corrupción y la mezquindad de su época haciendo uso de la ironía, la sátira y el despojo de lo material, hoy denominamos posición cínica, a aquellos cuya política es embaucar al otro.
¿Quién puede ser considerado canalla? En “Les non dupeserrent” Lacan denomina canallas a aquellos que no creen demasiado en la verdad. Pero ¿cuál verdad?
Marisa Morao en su texto: La individualidad canalla, (2006) dice que el canalla no es sujeto sino individuo porque no se atiene a sus palabras, ni a sus actos.
Hoy somos mayormente conscientes de las canalladas cometidas contra las mujeres. La mujer, para el canalla que la viola o la trafica, queda en el lugar de desecho, desprovista de amor y deseo. En ese lugar de desecho la colocan, el abusador y el femicida.
Otro modo de encarar la necedad es pensaren aquellos que no pueden revertir la credulidad y la incredulidad. La credulidad puede resultar tan mortífera como la incredulidad; por ejemplo, ser crédulo del amor puede devenir en incredulidad en el desamor del Otro y los otros.
No es menor esta cuestión porque requiere de la agresión necesaria para separarse de lo perjudicial, de la sumisión.
Los discursos engañan, justamente porque están hechos de palabras.  Luego la paradoja de lo simbólico reside en la contradicción de otorgarle libertad al sujeto, pero también esclavizarlo porque el significante deja un resto de goce sin valor, necio que insistirá haciendo padecer al sujeto.
La liberación del deseo inconsciente, libera a su vez el mecanismo que permite la diferencia entre esto es real o verdadero y esto no es ni real ni verdadero, o sea, despierta la posibilidad de considerar algo como dudoso.
Mientras el obsesivo no puede no dudar, el insensato puede desmentir su duda o dudar al extremo de no poder amar.
Por lo tanto, gracias al análisis, el sujeto logra distinguir entre la posición fantasmática y masoquista de ser embaucado o engañado, y la sana sospecha de que existen prójimos cuyo goce es burlar al sujeto-otro.
El psicópata y el canalla, resultan ejemplares del daño voluntario al otro, pero el obsecuente es tan necio que puede producir mucho dolor. Si el sujeto esta advertido del engaño ya tiene las herramientas psíquicas para desbaratar la maniobra del Otro que engaña.
El concepto de masa, tan bien trabajado por Freud en su escrito: Psicología de las masas y análisis del Yo, revela la desubjetivación a la que conducen las adhesiones masivas y el uso ilegítimo que se puede hacer de ellas.
Tanto necedad como insensatez, devienen en actos perjudiciales contra sí mismo (las formas sacrificiales de los fanáticos) o contra los otros (los actos crueles que avasallan al semejante). Unos y otros provienen de la interacción de dos mecanismos: incredulidad en la castración del Otro y en la credulidad en la omnipotencia del sujeto.
Spinoza se cuestiona: ¿Por qué los hombres luchan por su servidumbre como si se tratase de su libertad? La pregunta iba dirigida a la sumisión de los pueblos a la religión y las ideologías y a la necedad de creer en la salvación, el pecado y el perdón.
De todos modos, los seres hablantes intentan amenguar el dolor de su propia estupidez recurriendo a las promesas, que si bien pueden ser necias también son imprescindibles para no perder el sentido vital de la existencia.
Destaco la última frase del libro de Tabori: La estupidez humana, no tiene fin. (p.353)

Referencias bibliográficas:

Dostoyevski, F.:El idiota.

Freud, S.: - (1931) Tipos libidinales. Tomo XXI, Amorrortu, pp.215-222.

                 - (1976).   La negación. En J. L. Etcheverry (trad.) Obras completas (vol. 19, 249 - 258).  Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado en 1925).

                 -   Psicología de las masas y análisis del Yo,

Lacan, J. - (1988) El Seminario 7, La Ética del Psicoanálisis, Paidós, Bs.As.

               - (1973-74) Seminario 21, Le nomdupeserrent. Édition Paris Seuil.

               - (1985), Seminario 20: Aun, Ediciones Paidós, México, (1972-73)

Morao M.: (2006)La individualidad canalla, Revista Dispar N° 6. Buenos Aires: Grama Ediciones.

Rosset, C. (2016) Lo real y su doble. Buenos Aires: Libros del Zorzal.

Tabori, P. (1999) Historia de la estupidez humana. www.elaleph.com

Descriptores: INCONSCIENTE / FANTASMA / NEUROSIS

Palabras clave: NECEDAD / IDIOTEZ

Directora: Mirta Goldstein de Vainstoc

Secretario: Jorge Catelli

Colaboradores: Claudia Amburgo

José Fischbein

ISSN: 2796-9576

Los descriptores han sido adjudicados mediante el uso del Tesauro de Psicoanálisis  de la Asociación Psicoanalítica Argentina

Presidenta: Dra. María Gabriela Goldstein

Vice-Presidente: Dr. Rafael Eduardo Safdie

Secretario: Dr. Adolfo Benjamín

Secretaria Científica: Lic. Cristina Rosas de Salas

Tesorero: Dr. S. Guillermo Bruschtein

Vocales: Dr. Carlos Federico Weisse, Dra. Leonor Marta Valenti de Greif, Lic. Mario Cóccaro, Dr. Néstor Alberto Barbon, Psic. Patricia Latosinski, Lic. Roxana Meygide de Schargorodsky, Lic. Susana Stella Gorris.