La violencia en el seno de una familia o pareja presenta tantos aspectos (sociales, culturales, jurídicos, psicológicos, geográficos, económicos, etc.) que requiere de la asociación de distintas disciplinas para su abordaje, ya que ninguna por separado puede dar solución a la cuestión. Con frecuencia la Justicia actúa en estas problemáticas a través de la derivación de los involucrados a un espacio terapéutico. A estas intervenciones las denomino jurídico-terapéuticas, ya que de esta forma se intentan crear las condiciones necesarias como para que puedan desarrollarse escenas reparatorias entre los familiares cuyos vínculos se han dañado. En estos casos nos encontramos ante la necesidad de diseñar abordajes “de emergencia” en virtud del riesgo en juego. Además, cuando se trata de una situación en la que uno de los miembros de la familia ha sido apartado del resto por ejercer violencia, por lo general, sus integrantes (incluido el señalado como “agresor”) experimentan extrema ansiedad ante la posibilidad de volver a verse.
La opción de la atención virtual (por Zoom, Meet o videollamada) ha sido un hallazgo importantísimo de estos tiempos, y una herramienta fundamental, ya que evita la posibilidad de agresiones físicas en sesión y tranquiliza a todos los involucrados. La tecnología se propone, en este tipo de casos, como una forma más de “terceridad” que se suma a la inaugurada por la Justicia y por el espacio terapéutico.
Quisiera aportar algunas perspectivas a estas cuestiones, haciendo incapié en los factores vinculares en juego:
Entre los miembros de una familia existen profundas ligazones que pueden oscilar fácilmente del amor al odio. Muchas de esas ligazones son del orden de la adicción. Así como hay adicciones a ciertas sustancias -que también pueden estar presentes en estos episodios-, existen adicciones a las personas con las cuales se convive o se convivió. Y requieren ser tratadas terapéuticamente como tales. Son relaciones pasionales, en el sentido destructivo que implica la pasión. Este es un punto clave para poder comprender la lógica de “los amores que matan” o de los “ex que se odian”. Y “comprender” no quiere decir “justificar”, ni “tomar partido por”, sino construir herramientas para poder intervenir de la forma que resulte más eficaz.
En parejas separadas, obviamente el desencadenante de la violencia no es la convivencia. Pero sabemos que la pasión puede seguir haciendo de las suyas aún después de la separación. Podemos hablar hasta de “odios apasionados” -considerando que no hay lazo más fuerte que el que produce el odio-. O de “amores destructivos”, cuando se da por sentado que el otro no tiene una existencia autónoma y se lo necesita para hacerlo sufrir. En el funcionamiento adictivo, es común que los “ex” -que no logran convertirse en “ex”- no puedan separarse emocionalmente y que sufran profundas descompensaciones. Se encuentran entonces en una “zona sin mapas y sin reglas” en la que pueden manifestarse fuertes discusiones, sensaciones de desubicación, actuaciones violentas o locas. Estas actitudes de enajenación -cuando los miembros de la familia dejan de reconocerse mutuamente- pueden trasladarse también a los hijos, y expresarse a través de la violencia. Es por esto que los primeros momentos de la separación pueden considerarse como los más riesgosos para la familia.
Parto de la idea de que aquellos integrantes de una pareja -o ex pareja- en la que se producen episodios de violencia ya se encuentran dentro de un encierro psicológico. Más allá de que imaginemos una “víctima” y un “victimario”, es importante considerar, en el abordaje, que ambos están “presos” de un funcionamiento destructivo que suele ser compulsivo y que se desata ante determinadas circunstancias.
Un segundo aspecto a tener en cuenta es que los vínculos pueden enfermarse. A veces no son las personas las que están enfermas de violencia, sino los vínculos entre ellas. Esta idea nos aleja del campo de la patología individual y nos lleva al de la vincularidad. Este enfoque aporta un panorama más completo y nos permite, muchas veces, actuar en el campo de la prevención.
Un recurso frecuente es la implementación de perímetros virtuales por parte de la Justicia –medidas de prohibición de acercamiento o exclusión del hogar que marcan un límite alrededor de quien aparece como más vulnerable- que el presunto agresor no debería traspasar (inclusive suele establecerse la cantidad de metros que éste tendría que respetar). Estas medidas construyen virtualmente la frontera que las personas en conflicto no pueden y sirven para ubicar al personaje temido “del otro lado”. Su efectividad dependerá de la mayor o menor disposición de los involucrados a acatar la Ley. Pero en algunos casos estos recursos no hacen sino confirmar al sujeto su propia vulnerabilidad y que el peligro efectivamente se encuentra en el otro. Debemos tener presente, además, que gran cantidad de veces estas medidas son transgredidas por ambas partes -no sólo por el agresor sino también por la víctima- dado que existe entre ellos una importante dependencia afectiva ambivalente (de atracción-rechazo) cuya conflictiva no se resuelve con la sola disposición judicial o policial, sino que requiere de un trabajo terapéutico sobre el vínculo.
La medida más urgente, por supuesto, será disponer lo necesario para que pueda instalarse distancia física, pero habrá que trabajar paralelamente para que todos los involucrados puedan mantener también distancia psicológica para poder resguardarse. Esto significa que se puede trabajar, por ejemplo, con la pareja de padres pero por separado, en un abordaje que les permita entender por qué se repite la violencia, aprender a identificar los desencadenantes y frenar a tiempo la escalada destructiva.
Más allá de la pertinencia de estas medidas, el sentirse excluído del hogar -y privado de sus pertenencias y afectos- puede llegar a duplicar la ira y la sensación de injusticia en el agresor, si no se lo incluye en algún tipo de dispositivo terapéutico -grupal o individual- en el cual se lo estimule a pensar en lugar de actuar.
He expresado en una trabajo anterior (Rivas, 2017, p. 74/75) que “la pérdida de objetos sumamente valiosos afecta el narcisismo de los sujetos deteriorando la autoestima y reduciendo los recursos personales para la recuperación. Se inaugura así un círculo vicioso mediante el cual...si se impide o restringe el contacto con los hijos, la perturbación de la que se trate se acentúa aún más, incrementándose el riesgo en el contacto con éstos”[1].
Al abordar estas problemáticas nos encontramos con procesos en los cuales quien era familiar puede convertirse en extraño y peligroso.
Freud, en su texto Lo Ominoso (1919), nos ha ilustrado acerca de cuán enloquecedoras pueden resultar estas mutaciones.
En momentos como éstos se puede desconocer a aquel con quien se convivió durante años y, por momentos, dejar de ser uno mismo. Son frecuentes frases como: “No sé con quién me casé”, “Se convirtió en un monstruo”, “Él/ella saca lo peor de mí”, etc.
Anna Nicoló (2014, p. 65,70), al hablar de “El vínculo y el mecanismo de la disociación” menciona fenómenos en los cuales, aún en la normalidad, las personas -sometidas a situaciones que no son las habituales- pueden manifestar comportamientos totalmente extraños. Es así como aparecen diferentes “versiones” de cada uno de acuerdo a quien sea el partenaire y el contexto. Nicoló recuerda los autores que dentro del psicoanálisis se apartaron de la concepción de un “yo” unitario y monolítico: Meltzer, Fairbairn, Winnicott, Bion, Joyce Mc Dougall, Stephen Mitchell, entre otros. Plantea a la “disociación” como un mecanismo que permite la coexistencia de varios aspectos del sí-mismo. Considera, además, que las relaciones de pareja pueden ser “transformadoras” (tanto en sentidos positivos como negativos) porque activan versiones de los sujetos que de otro modo permanecerían ocultas.
Nos encontramos entonces ante un campo vincular, en el que se producen adaptaciones recíprocas entre dos (o más) psiques.
El terreno predisponente para las actuaciones violentas se abona cuando los miembros de la familia dejan de reconocerse mutuamente. Advertimos fallas en los mecanismos de “identificación”, en el sentido de identificar al otro como familiar. Por esto se activan en las familias conductas basadas en la venganza y la retaliación. Así se instala la destructividad entre los “familiares”, situación que puede terminar trágicamente, si no se logra una intervención reparatoria a tiempo.
Presentaré un caso para ejemplificar los conceptos desarrollados:
La pareja se había casado hacía 8 años. De esta unión nació su hijo, que al momento de la consulta tiene 6 años. A partir del nacimiento comenzaron a suscitarse episodios de violencia del marido hacia la esposa, así como ideas -que fueron verbalizadas por parte del padre- de tirarlo por la ventana. El niño tiene serios trastornos de conducta y es muy agresivo con sus compañeros. La situación llego a hacerse insostenible, lo que motivó que la madre radicara una denuncia por violencia familiar.
La Justicia decretó medidas de “exclusión del hogar” y “prohibición de acercamiento” impidiendo al padre tener contacto con su hijo y su esposa durante 6 meses. Al cesar esta medida, en una audiencia con los integrantes del juzgado, él decidió no volver a la casa que habitaban los tres, y ambos padres acordaron en la necesidad de consultar a un especialista para que pudiera poner en marcha el encuadre terapéutico más conveniente para la familia.
La capacidad de cierto grado de acatamiento de la Ley en estos casos no es un detalle menor, ya que permite que se ponga en marcha un dispositivo perteneciente al ámbito “psi”, que se desarrollen campos transferenciales propicios y puedan “construírse” demandas. De no ser por esta primera intervención -impulsada generalmente por la Justicia- los miembros de estas familias tendrían muy pocas chances de revincularse de una manera no destructiva.
Algunas de las sesiones –sobre todo las vinculares en las que participó el padre- se llevaron a cabo por Zoom, modalidad que fue propuesta por mí y aceptada por los miembros de la familia. Inicialmente se desarrollaron por separado (el padre por un lado, y la madre y el niño, por otro) y luego en forma conjunta pero estando cada uno en su domicilio.
Ella dice haber sido víctima de agresiones físicas graves por parte de su esposo desde el nacimiento de su hijo, pero que no presenció violencia por parte de él hacia el niño. Advierto en ella una fuerte desmentida -o minimización- de la violencia ejercida también hacia el niño. Este era, sin dudas, uno de los puntos a trabajar: el debilitamiento de la “angustia señal” en relación a la violencia ejercida durante tantos años por su esposo.
Él experimenta invasiones de llanto en los momentos en que evoca a su hijo. Bascula entre la ira y el no entender por qué fue separado de éste y de su mujer y momentos de toma de conciencia de las consecuencias de sus exabruptos. Reconoce que no se siente capacitado como padre. Refiere que el niño es muy travieso y que no acepta límites.
En casos como éste, en los que se observa una profunda disociación, uno de los objetivos sería intentar establecer la reunión de las dos partes del “yo”, es decir tender a “juntar” ambas versiones del sujeto: la que advierte su destructividad e intenta reparar el daño y la que actúa compulsiva y violentamente. Otro punto importante es que todos pudieran identificar los desencadenantes de los episodios de violencia o momentos de “desborde” familiar.
Propongo un encuentro presencial con el niño, al que viene acompañado por su mamá, que se retira para que podamos conversar. Me dice que le gusta que su papá le dé abrazos y besos, y que también quiere contarme también las cosas feas, que el papá le pegaba y la empujaba a su mamá y que él intentaba separarlos. Además, me transmite “mensajes” para el juez: me dice que quiere lo deje volver a vivir con ellos.
El Juez -personaje que el niño ha incorporado a su imaginario a partir de estos penosos eventos- representa la función de terceridad que porta nada más y nada menos que a la Ley, en una familia que parece funcionar a pura actuación. Sin duda, un valioso “co-terapeuta” no presente en el espacio de la terapia pero hacia quien también se dirigen transferencias en este tipo de casos.
Tomando ideas de J. García Badaracco, podemos pensar a la crisis familiar como un momento sumamente grave de eclosión de violencia, pero que desde otro punto de vista, también constituye una oportunidad para producir un cambio en la dinámica vincular que generalmente implica la búsqueda desesperada de la recuperación de una virtualidad sana (García Badaracco, 2018), es decir del potencial de salud que se encuentra presente en todo sujeto y en toda familia.
Se trata de trabajar con la virtualidad sana de esta familia, con sus “partes” o “versiones” no destructivas que entienden que por el momento los encuentros deben realizarse únicamente por vía virtual para no dañarse.
En las primeras sesiones, que se llevaron a cabo por Zoom solamente con los padres, se vivieron momentos muy tensos, en los que se agredieron verbalmente y se reprocharon sucesos que para ambos resultaban imperdonables. Las sesiones con los tres integrantes de la familia se “inauguraron” también por zoom una vez que los padres pudieron encontrar una forma de diálogo respetuosa en relación a las cuestiones vinculadas al niño.
Los padres se encuentran muy lejos de poder pedirse perdón o perdonarse por los agravios del pasado, pero van ensayando formas de construir un vínculo de mayor colaboración, en favor de la crianza del hijo. No se los invita a reconciliarse, ni siquiera a perdonarse, pero sí a encontrar una forma de diálogo acerca de su hijo. En todo caso, “pueden odiarse pero 'con reglas'” (Rivas, M.F. 2017, p. 111), una vez que las instancias terceras -la Justicia, el espacio terapéutico, las pantallas- se han instalado entre ellos, poniendo coto a la agresividad en la dimensión del “cuerpo a cuerpo”.
Silvia Gomel (2020, p. 89) expresa que “La manera en que un terapeuta tramite sus prejuicios frente a lo digital delineará los alcances y límites de la utilización de esta herramienta en su abordaje”.
Este es un ejemplo de la utilidad que puede prestar la tecnología en casos de esta índole. Esta familia tiene un largo camino por recorrer. Las pantallas le proveen una forma de encuentro que resulta de suma utilidad hasta que pueda reanudarse la forma presencial –cuando existan ciertas “garantías” de que no vuelva a instalarse la destructividad-. Y les permiten trabajar, con apoyo terapéutico, en la reparación de los vínculos.
Notas
[1] Al momento de escribir este trabajo, conmueve a la sociedad la noticia de que en la provincia de Córdoba, un hombre, luego de haber sido notificado de una medida perimetral por una denuncia formulada por su ex pareja, mató a su hijo de 2 años y luego intentó suicidarse.
Bibliografía
Freud, S. 1919. Lo ominoso. En Sigmund Freud Obras Completas. T. XVII. Bs. As.Amorrortu Editores. 1979.
García Badaracco, J. “Cómo curar desde la virtualidad sana”, en Mitre, M. E. (com) Selección de trabajos. T. 3. Bs. As. APA Editorial. 2018.
“Identificación y sus vicisitudes en las psicosis. La importancia del concepto de ‘objeto enloquecedor’”, en Mitre, M. E. (comp.). Selección de trabajos. Bs. As. APA Editorial. 2018.
Gomel, S. Familias, parejas, analistas. La escena clínica. Bs. As. Lumen.2020.
Nicoló, A. Psicoanálisis y familia. Barcelona. Herder, 2014.
Rivas, M.F. La familia y la ley. Conflictos –Transformaciones. Bs. As. La Rocca. 2017.
Autora:
María Fernanda Rivas, APA
Descriptores: FAMILIA / REPARACIÓN / VIOLENCIA / INTERNET
Candidato a Descriptor: ANÁLISIS A DISTANCIA
Directora: Lic. Meygide de Schargorodsky, Roxana
Secretaria: Dra. Tripcevich Piovano, Gladis Mabel
Colaboradores: Lic. Felman, Fanny Beatriz, Dr. Corra, Gustavo Osvaldo
ISSN: 2796-9576
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