La subjetividad entre la escritura y el inconsciente : ¿Qué nueva épica puede construir el psicoanálisis de los tiempos modernos?
Declinación del siglo XX.
"...Lo que se cifra en el nombre..."
(J. L. Borges)
Robert Moses produjo un manojo de sentimientos contradictorios.
Según describe Marshall Berman (1988), todas las grandes edificaciones, dentro o alrededor de Nueva York parecían, de alguna forma, obras suyas. El puente Triborough, la autopista del West Side, docenas de vías - parque en Worchester y Long Island, las playas de Jones y Orchard, innumerables parques y urbanizaciones, el aeropuerto Kennedy, la reconstrucción del Bronx... la lista parece infinita.
Es cierto que se le atribuyeron más cosas de las que hizo, pero las que sí son suyas permitieron esta extensión exuberante. Su espíritu dominó desde la década del '20 del siglo pasado, hasta las postrimerías de la década del '50 y representó una encarnación del New Deal.
Por un lado produjo una devastación que alteró la fisonomía de Nueva York; por otro construyó y urbanizó, al amparo de los sueños de la Modernidad, la actual textura que ella posee. Si se pudiesen encolumnar los sentimientos que su quehacer despertó, se podrían agrupar entre opositores y entusiastas; entre aquellos que se ataron a la Tradición y aquellos otros que habiéndose enfrentado a lo antiguo forjaron una nueva tradición bastante paradojal, la "Tradición por lo Nuevo". (¡¡Maravilloso oxímoron que alberga su afirmación y su antítesis!!) (1)
Lo que se condensa en el relato de esta leyenda es la nostalgia por lo que ya no está y el precio necesario que se debía abonar para realizar el ideal del Progreso incesante. Lo que hizo fuerte presencia en esa historia y leyenda fue la idea de Movimiento, de transformación continua; se constituyó en la metáfora dominante de casi 40 años de ese siglo XX para Nueva York.
Devastación, ideales, movimiento, metáforas.
Con estas palabras usurpadas a la descripción anterior, es posible desplegar algunas ideas sobre la morfología de la subjetividad que queda capturada entre la escritura y el inconsciente. En esta dirección es posible distinguir a la Ciudad como forma de Escritura, de aquella que es objeto de la Literatura.
Que el espacio de la ciudad haya procreado relatos constituye un hecho que reconoce múltiples antecedentes; una memoria no lejana aproxima el recuerdo de lo que implicó el modernismo echado a rodar por las calles, en Charles Baudelaire (1863) o el impacto que en la literatura produjo la avenida Nevski Prospekt que se transformó en un protagonista ineludible de muchos textos de los rusos oriundos de San Petersburgo.
Pero, sobre todo, es válido resaltar el hecho de que el espacio de la cotidianidad ciudadana es una Escritura que vivencialmente queda arrojada al lugar de lo irrelevante o intranscendente (Dicho en otros términos “…es la ciudad que no vemos”), a diferencia, precisamente, del espacio literario que intenta rescatar la trascendencia y perdurabilidad.
Si la ciudad es un lugar poblado de signos (¡inevitable evocación a Roland Barthes!) constituye en sí mismo una Escritura por cuanto su entramado lo hace significante y tolerante, además, de una lectura posible (Barthes, 1983). Esos signos constituyen, como en el caso inicialmente expuesto, el testimonio Real de algunas ideas que "respiran" a través de ellos; por ejemplo, el impetuoso afán de movimiento y progreso. Ideales consumados que garantizan el pensamiento de que los sueños son posibles de realizar en toda su extensión.
Reflexionaba Jean Baudrillard (1999) en esta dirección hiperrealista cuando señala que “Lo que Europa sueña, América lo realiza”; y solidario de ello Umberto Eco habla de la "hiperrealidad" de América, allá donde la realidad es más Real.
¿Qué incidencias poseen estos pensamientos en la subjetividad? Variadas, por cuanto ésta es un compacto de símbolos inscriptos. Un colapso en el sistema de referencias simbólicas produce efectos clínicos en la composición subjetiva. En otras palabras, la transmutación de los ideales en realidades oferta la posibilidad imaginaria narcisista de “yo lo puedo todo".
Metáforas dominantes.
Como con acierto lo señala Denise Najmanovich (1993), se perciben las cosas a través de las lentes que brindan las metáforas. Históricamente algunas de ellas han tenido la virtud de capturar el espíritu de toda una época (Zeitgeist) transformándose en lo que Thomas Kuhn (1962) llamaría un paradigma. Pero para poder captarlas se impone una ineludible distancia en el tiempo.
Por ello es fácil, dada la óptima lejanía, percibir cómo el reloj constituyó la expresión prevalente en el siglo XVIII, y cómo la célula acogió la manifestación propia del Siglo XIX. En el primer caso, el reloj fue el exponente tangible del mecanicismo newtoniano; articulador garante de un orden sin sospechas ni riesgos. En el segundo caso se produjo una fisura donde la célula arrastró ideas del mecanicismo pero ya expuesto o arrojado a una ligera dosis de imprevisión.
Tal vez (¡y esta expresión testimonia la falta de distancia temporal!) la metáfora prevalente hoy sea el torbellino. La sensación vivencial emanada de ella es la turbulencia.
Acoge el torbellino a un fuerte ingrediente de imprevisión y a un movimiento que ha extraviado su objetivo y direccionalidad; posee un vacío ordenador en torno al cual giran interinamente los elementos que se trasladan exteriormente, siguiendo decursos imprevisibles, como si persiguiesen "atractores extraños".
La aceleración del tiempo, su velocidad ha sido descripta por varios autores, valga como ejemplo el texto que este escrito invoca “Tiempos Modernos” (Helman, 2007).
Teorías del Caos.
El máximo atrevimiento intelectual, excepción hecha de Illya Prigogine (1996), a que han llegado los investigadores contemporáneos es llamarlo así: atractores extraños.
El concepto de Teoría del Caos es una paradoja que evoca a otra; la del cretense Epiménides que había formulado la proposición "todos los cretenses son mentirosos". Enunciado que envuelve al propio Epiménides como una auténtica renegación (Verleugung) en el sentido freudiano del término.
Teoría presupone ordenamiento de conceptos; algo que enfrenta a la propia idea de Caos. Por ende se tropieza ante el torbellino intelectual propio de una enunciación que se dobla sobre sí misma, desmintiéndose. Ya en 1931 Kurt Gödel, por medio de su Teorema de la Incompletud, había anunciado el recurso de la autorreferencialidad como una pretensión de remediar la imperfección de un sistema lógico formal. (2)
Si bien la nominación de "Teoría del Caos" es hoy una etiqueta de marketing (¡ya que funciona como un adecuado señuelo para capturar interesados!) lo cierto es que ella se ha impuesto más allá de toda razonabilidad. Las investigaciones actuales se dirigen hacia estos hallazgos denominados "atractores extraños" aún cuando se "vistan" como "Ciencias del Caos".
Mitchell Feigenbaum habló de aleatoriedad y Benoit Mandelbrot de objetos fractales ya que conciben la esperanza de encontrar, mediante un dispositivo conceptual novedoso, algo que dé noticias de algún orden inhóspito al conocimiento actual, vale decir de un orden en el interior del aparente desorden. Desde otra perspectiva, Karl Paul Feyerabend (1987) dirigía sus reflexiones hacia la misma conclusión.
Estas orientaciones, que se conocen prácticamente desde la década del '80 del siglo pasado, no han dejado de tener tradiciones puntualizables desde comienzos de este siglo XXI. N. Katherine Hayles (1993) ha bocetado esas trayectorias que eclosionan recién en la última década del siglo pasado y ha dado un paso más gigantesco: articuló estos desarrollos científicos con el campo de la literatura.
Un antecedente importante, no incluido en el inventario realizado por Hayles, y que data de fines del siglo pasado, lo constituye Sigmund Freud. La llamada "regla fundamental" consistente en la libre asociación de ideas que implementa el psicoanálisis como procedimiento terapéutico, está sostenida, precisamente para deconstruir el orden de la conciencia, el de la lógica formal abstracta, para dar cabida a un otro orden u organización que es, justamente, el del inconsciente. Inconsciente que Lacan definía como aproximándose a la estructura del lenguaje y en tanto tal, dotado de significado a develarse. Esta es una línea posible para entender lo caótico.
Pero también hay otro sentido del término Caos. Se trata de aquel en el cual se cobijan los elementos no ordenados, no atados a ley alguna, no sujetos a una regularidad que permita atraparlos en algún categorial conceptual. (3) Este enfoque acerca del Caos se aparta del anterior en tanto no oferta la promesa del hallazgo de un orden oculto tras el desorden aparente. Por el contrario, esta orientación está más expuesta a la indeterminación y al acontecimiento. (4)
Así como los sucesos lo son en tanto puedan ingresar en una sucesión, en una seriación, los acontecimientos son hechos que responden al campo de lo imprevisto; por lo tanto son elementos resistentes, "extraños" a ser imaginarizados y simbolizados. Responderían, más bien, al territorio de lo Real que hace irrupción.
La idea de acontecimiento enfrentada a la de suceso surge a partir de una reflexión de Alain Badiou (1999), según la cual no hay concepción filosófica que pueda entrever el comportamiento de los hechos sociales y políticos.
Pero además esta concepción del Caos como gestor del acontecimiento se emparienta fuertemente con la idea de Creación. A diferencia de la primer concepción aquí enunciada según la cual un orden esta "escondido" detrás del visible desorden (concepción que puede denominarse "regrediente"), este enfoque capta que el acontecimiento es el potencial nuevo ordenador (enfoque que puede llamarse "progrediente"). Ese acontecimiento permitirá, si hay intelectos sensibles, interrogar acerca de la insuficiencia de los dispositivos tradicionales y convencionales para poder explicarlo. En otras palabras ese acontecimiento operará como un "atractor extraño".
Muy brevemente este escrito ha intentado distinguir dos enfrentamientos. Entre "orden-desorden" por un lado y entre "Teorías del Caos y Atractores Extraños" por otro. A la primera confrontación se le ha introducido una variable: orden dentro del desorden; en la segunda se ha inclinado por el "atractor extraño". Este escrito ha seguido ese trayecto porque las teorías del caos poseen mucha más filosofía que hechos, en tanto los "atractores extraños" poseen muchos más hechos que una filosofía que los ampare.
Es este un itinerario incierto pero, por otro lado se considera que cuando se han lanzado un número indeterminado de elementos, sus trayectorias se interceptan y combinan de una manera rigurosamente azarosa, no imaginable por el dispositivo de probabilidad estadístico.
La antigua concepción de la diosa griega Tyché se hace presente para graficar esta actitud. En otros términos, resulta más atrayente la no linealidad dinámica, ya que responde a la práctica psicoanalítica sobre la cual luego es conveniente retornar… para observar los reflujos de lo hasta aquí expuesto.
Devastación/deconstrucción.
Las conmociones registradas en el campo literario poseen ya antecedentes desde comienzos de siglo XX. Alcanza tan sólo con "disparar" hacia el espíritu del lector dos nombres que inauguran esa conmoción: James Joyce (1978) y Marcel Proust (1917).
Así como la física cuántica y las geometrías no euclidianas se han alejado de la concepción newtoniana de la linealidad, las literaturas nacidas desde comienzos de este siglo XX han reconocido y recogido en su producción a la intermitencia en el orden del relato.
Si antes las historias se encadenaban linealmente, a partir del siglo XX el orden clásico de la lógica literaria se ha quebrado. De hecho, si esto se ha producido es porque los autores han logrado palpitar una lógica no lineal, no causal, sino polivalente, compleja y dinámica.
Ya desde la década del '60 del siglo pasado y merced a los trabajos de Roland Barthes, Michel Foucault, Jacques Derrida y de Gilles Deleuze y Félix Guattari la idea de deconstrucción ha ido ganando espacio en la teoría literaria actual. Es inevitable aquí pensar que este crecimiento del deconstruccionismo es contemporáneo (¿paralelo o multifluyente?) del desarrollo de la atención científica hacia las Teorías del Caos.
Como bien lo señala la ya mencionada Hayles (1993) es posible pensar que se tratan, más que de influencias mutuas (¡de muy difícil precisión!), de desarrollos que son registrables en diferentes territorios, ciencia y literatura; sonoridades emergentes del campo cultural actual. Y hay fundamentos para pensar en esta dirección.
Entropía.
Esta palabra renació cuando Rudolf Clausius la impuso, allá por mediados del siglo XIX, como equivalente del vocablo griego que significa “transformación”. Pero éste le impuso una connotación particular a la "entropía"; le adicionó una definición que la ataba a la degradación del calor. Entropía como equivalente de degradación energética o corrupción, sobrevive hoy como concepto fuerte. Es posible vincular esta noción a la de representación.
Algunas concepciones de la postmodernidad hablan, justamente, de la profunda crisis de la Representación; hoy ésta no posee sino un valor fugaz y efímero. Se puede afirmar que la misma se ha degradado. Es como si hubiese sido secuestrada por una entropía.
Jean François Lyotard (1984) ha señalado el reemplazo de este concepto por el de simulacro. Si la representación se encuentra vinculada a la metáfora, "la retirada de ésta" -¡siguiendo una afortunada expresión de Derrida!- da lugar a la presencia del simulacro. No es una versión de la Realidad, sino la realidad misma puesta en juego.
Este deterioro sufrido por la representación es lo que se ha activado, no solamente en el campo literario, sino también en el científico. No es azaroso que las literaturas recostadas sobre sistemas dinámicos no lineales convivan en el tiempo junto a las Teorías del Caos. Un cercano pariente de éstas lo constituye las postulaciones de René Thom (1980 y 1993), forjador de la “Teoría de las catástrofes”; su notoria expansión no resulta casual ni azarosa. Pertenecen al mismo consorcio de familiaridad conceptual.
Más de ochenta años separan estas novedades de un aporte que ahora se puede actualizar. Freud (1938) señalaba que, desde el punto de vista religioso, el pensamiento hebreo había significado un salto cualitativo importante porque había destituido las imágenes y las había suplantado por la palabra; de la adoración a los iconos se había pasado a la entronización de las representaciones de palabra. Se trataba de la “revolución iconoclasta”.
Una involución posterior hizo retorno a la devoción por imágenes e iconos. Con este dispositivo es posible pensar que el momento actual se asemeja a un simulacro (en términos de Lyotard) por su fuerte vinculación con las representaciones de cosas (imágenes).
Más que ser un despliegue se trata de un repliegue donde el pensamiento se expresa más que por las representaciones de palabras por la cosificación de las palabras mismas. En otros términos, el tránsito actual traslada la entropía de las ideologías a las entronizaciones de las imagologías. El escritor checo-galo Milan Kundera (1995) lo ejemplificará magistralmente en su novela La Lentitud.
El anuncio necrológico de la IDEOLOGÍA (descripto por Daniel Bell), arrastró al simultáneo apogeo de la IMAGOLOGÍA. No es ajeno a este proceso la sólida presencia que tiene la autorreferencialidad que es, también, un integrante del torbellino; un giro sobre sí mismo. Las imágenes moldean, por especularidad identificatoria un retorno sobre la noción de mismidad. (5)
Así como Freud señalaba que el líder podía encarnar al Ideal Yoico silenciado de las masas, hoy el desvanecimiento de los ideales, las transformaciones de estos en realidades, la apuesta antes que a la representación al simulacro, no dejan de tener efectos resonantes sobre la constitución de la subjetividad.
El psicoanálisis del siglo XXI.
El itinerario que hasta el momento ha guiado a este escrito ha sido regido por el acto de la escritura; ella ha conducido hacia una desembocadura que remite a la autorreferencialidad. Si ésta, como se afirmó anteriormente, constituye un rasgo de esta época, es inevitable que también este escrito se repliegue sobre sí.
En oportunidad del II Coloquio sobre "Autobiografía y Escritura" (Orbe, 1994) se estableció la intima relación que existe entre la escritura y aquel a quien está dirigida la misma; relación que, ineludiblemente, remite al concepto de Transferencia.
Se instaló en esa oportunidad, siguiendo a Lacan, que la transferencia es constituyente del inconsciente. Del mismo modo que el interlocutor es parte esencial del escrito. Mas radicalmente dicho el interlocutor -"lector ideal" en términos de Umberto Eco (1988)- es el móvil de la escritura.
Pero sostener que el interlocutor es promotor del relato no es un hecho menor por cuanto implica (¡nada más y nada menos!) que el inconsciente no es ciego sino selectivo.
Este inconsciente se compagina y escribe en relación con otro, pero no un otro anónimo ni lejano sino presente y puntual, donde el acontecimiento (al cual se hizo alusión anteriormente) posee un papel fundamental. En otros términos, es inevitable introducir el concepto de red para comprender el rol activo (¡léase también, creativo!) que posee el inconsciente.
Cabe aquí una nota marginal a lo expuesto. El historiador Carlo Guinsburg (inventor del “paradigma indiciario”), se pregunta quién fue el primer lector. Y responde que ha sido el cazador, ya que éste podía inferir a partir de las huellas, el destino de su presa.
Lo interesante que plantea Guinsburg (2010) es que hay lectura previa que estimula la existencia de una escritura. LA ESCRITURA ES HIJA DE LA LECTURA Y NO A LA INVERSA.
Evocando al concepto de red al cual se hizo alusión más arriba, es posible definir a éste como el sistema de relaciones complejas, no lineales, ni predecibles. Lanzado éste a una indeterminación crucial que lo hace no imaginable; es decir sujeto al devenir del registro de lo Real. Registro que en la producción de Lacan ha tenido diversas formulaciones y que, abreviadamente se puede desglosar en tres momentos lógicos.
En primer lugar es factible situar a lo Real como aquello excluido del circuito del pensamiento, de la imaginación, de la representación; como el ojo del torbellino, ese vacío en torno al cual se organiza el movimiento. En segundo lugar también se define lo Real como aquello que brega por inscribirse en la subjetividad pero que ésta repudia de sí:
"…aquello que no cesa de no inscribirse".
Y por último es posible pensar a lo Real como la letra, como lo que irrumpe bruscamente en el interior de la cadena significante para deconstruirla (Lacan, 1975).
Un acto fallido, un lapsus es la presencia de este Real que contiene, como un iceberg, un compacto de historia subjetiva no historiada, un recuerdo no recordado. Es posible ilustrar este tramo con el texto: La rebelión de las letras… (Helman, 2020)
Es en este último concepto de lo Real donde emerge lo que antes se definió como acontecimiento, y que opera como efecto de Red. (6). Aquí el significado no habita sólo en la gramática sino, también en la dramática de la relación de transferencia.
Con esta dotación, es posible activar un retorno sobre la Teoría del Caos. Si se apela al diccionario en busca de una definición de creación, éste dirá que crear es sacar cosas de la nada, tarea reservada a Dios. Y es posible cruzar esta definición de la Real (!!!) Academia Española con la definición que da Lacan:
Dios es inconsciente.
De este cruce es posible deducir algunas conclusiones. Por un lado el inconsciente no es un caos en el sentido tradicional del término como "desorden". Por el contrario, posee una sobredeterminación que lo transforma, parabólicamente, en indeterminado. Solidario de esto se infiere que el caos no es entropía degradativa sino, por el contrario, es el inicio de un orden nuevo y creativo.
Junto a Freud y a Lacan se puede afirmar que lo único Real es lo inconsciente, en tanto se instale una diferenciación de lo que se entiende por "inconsciente".
Alejados ya de una definición que lo encierre como develamiento o desciframiento de algo oculto, es factible situar al inconsciente como creación que supone un momento posterior de ciframiento en una red diferente. Ello implica que la cura que hoy imagina el psicoanálisis reposa en ese cifrado distinto en el interior de la red que arrastra, ineludiblemente, a un reposicionamiento subjetivo original.
Inconsciente, escritura, subjetividad
Lo hasta aquí expuesto ha seguido un formato académico y por lo tanto...
Es un observable que, anteriormente, hemos apelado a un diálogo entre el psicoanálisis y otras disciplinas, haciendo uso de lo que señalamos en otro texto (Helman, 2011).
Si hemos delineado al inconsciente como atado al acontecimiento es precisamente porque lo emparentamos con la función de la escritura. Con relación a esta nos inspiramos en un clásico razonamiento de T.S. Eliot según el cual:
“...las palabras se resisten a estar en su lugar...no se aquietan...se corrompen en la imprecisión...”
"Las palabras se estiran se agrietan y a veces se rompen bajo el peso, bajo la tensión, pierden el equilibrio, resbalan y sucumben, se corrompen en la imprecisión. No quieren estar en su lugar, No quieren estar quietas."
Siguiendo la metáfora dominante se "atorbellinan", se mueven generando nuevas relaciones de significado.
Es un hecho sabido, merced a Borges y a los autores rizomáticos, que todo texto se rellena cuando algún lector es afectado por él. La escritura, en consecuencia, es un movimiento dominado por la transtextualidad y la interpretación (Helman, 2020). Así concebido el texto ya no es un transmisor de mensajes sino un disparador donde cada lector inscribe una versión singular.
Contra la idea dominante en los '60 del siglo pasado, y aún hoy (¡en marzo de 2024!) no existen en un texto verdades exegéticas, únicas e inamovibles, sino ficciones y verdades plurales donde, en el decir de Deleuze y Guattari (1972), el lector es el que marca un mapa, a un topos concreto y real. La exquisita versión del incorregible Jorge Luis Borges ilustra en forma elocuente lo antedicho.
“…La versión única corresponde a la religión y al aburrimiento”
Si tomamos esta analogía de los autores rizomáticos es porque consideramos que entre los trayectos que realmente realizamos y los mapas que a ellos los representan, distinguimos una diferencia radical. (7)
Así concebida la escritura nos resulta posible vincularla con lo inconsciente. Entendemos que aquélla se guía por los registros imaginarios y simbólicos, pero de sus intersticios brota lo Real que es propio del inconsciente singular. En ese punto virtual de conjunción de los tres registros y de la escritura y lo inconsciente, es como nos imaginamos la presencia del acontecimiento subjetivo; amarrado éste a la imponderabilidad de la red de relaciones transferenciales que lo representa.
Desde esta óptica consideramos a la subjetividad como un sobresalto que rebalsa la cotidianidad; como un efímero despertar de un extenso letargo. La subjetividad se erige sobre las sombras de su propia rutina; es la intrascendencia lo que hace que pueda brotar la fugaz trascendencia del sujeto del inconsciente.
Fugaz trascendencia…
Una consideración final en torno a la incidencia de la imagen en la transformación subjetiva iniciada en las postrimerías del siglo XX, extendidas a HOY. Las resonancias subjetivas de esta instancia actual son, siguiendo la expresión de un analista francés, CONJETURA, en función de la ausencia de distancia histórica; es decir que es contrafáctica. Lo que sí se puede distinguir es un notorio cambio en las FORMAS DE LEER.
En su exhaustivo estudio acerca de las formas de lectura, Guglielmo Cavallo y Roger Chartier (1998) han demostrado los vigentes modos de interpretación de los escritos hasta las postrimerías del siglo XX. Una notoria actitud ha caracterizado a este siglo XXI al respecto. El sociólogo polaco Zigmund Bauman (2002) ha sostenido que hoy los ojos lectores, no leen; simplemente surfean. Se deslizan suavemente sobre los textos.
De la contrastación entre las lecturas pasadas y las actuales, lo que queda afectado es el modo INTERPRETATIVO. Este constituye el modo en que se configura el Principio de Realidad, tan caro a la constitución subjetiva. Las resonancias subjetivas de esta instancia actual son, siguiendo la expresión del anteriormente aludido Lacan, CONJETURA. Básicamente por la ausencia de espacio histórico; carencia de distancia. Hoy es contrafáctico.
No hay dudas, al respecto, que esto tiene consecuencias subjetivas gravítales.
Un largo trayecto hemos realizado hasta llegar a este punto. Sitio que nos incita a concluir esta exposición.
Los psicoanalistas deberíamos pensar si siguen vivos y hasta dónde los postulados de Freud, Winnicott, Melanie Klein y otros que incluye a Jacques Lacan. Sería prematuro renunciar a ellos… pero HOY ¿Alcanza con describir a la subjetividad con el concepto de SUJETO DEL INCONSCIENTE? Tal vez sea necesario dejar fluir la imaginación para forjar una épica renovadora.
Este relato se inició con la construcción mítica de una leyenda: la de Robert Moses. Se cierra con la reflexión ¿Qué nueva épica puede construir el psicoanálisis de los TIEMPOS MODERNOS?1
Jorge M. Helman, Asociación Argentina de Salud Mental
Notas
(1) HELMAN, Jorge (2007) TIEMPOS MODERNOS. Acerca de la clínica del incipiente siglo XXI. Trabajo escrito para el libro del Departamento de Psicología Clínica de la Universidad Argentina J. F. Kennedy, Buenos Aires, Diciembre de 2006. Publicado por la revista psicoanalítica electrónica EL SIGMA el 15 de marzo de 2007 – www.elsigma.com
(2) El teorema de la Incompletud afirma que, bajo ciertas condiciones, ninguna teoría matemática formal es capaz de describir los números naturales y la aritmética con suficiente expresividad; el teorema de incompletita de Golde establece ciertas limitaciones sobre lo que es posible demostrar mediante un razonamiento matemático. Para hablar con precisión sobre qué «puede demostrarse» o no, se estudia un modelo matemático denominado teoría formal que debe ser a la vez consistente y completa.
(3) LACAN, Jacques lo definía como REAL “no sujeto a ley alguna”.
(4) Se arrima a la concepción de TYCHE GRIEGA. La diosa griega Tyché o Tykhe, es la diosa de la fortuna, el azar y el destino. A diferencia de su equivalente en la mitología romana, la diosa Fortuna, que siempre era bondadosa. En cambio, Tyché podía decidir aleatoriamente la suerte de cualquier mortal, tanto si ésta era buena o mala suerte. Mencionada por Aristóteles en la METAFÍSICA.
(5) Cabe evocar que la voz “imagen” (εικόνα) significa: figura, representación, semejanza y apariencia de algo.
(6) Es válido recordar que LETRA no es significante. En tanto éste es ligadura, vínculo, la LETRA es desgarro y soledad.
(7) DELEUZE Y GUATTARI escribieron CAPITALISMO Y ESQUIZOFREÍA. Desde allí imprimieron la idea de RIZOMA. El punto de vista rizomático sugiere que una negociación distribuida del conocimiento puede permitir a una comunidad de personas generar su propio conocimiento en un contexto determinado y conformarse así en un nuevo nodo conectado al resto de la red.14 ago. 2014.
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Directora: Lic. Meygide de Schargorodsky, Roxana
Secretaria: Dra. Tripcevich Piovano, Gladis Mabel
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ISSN: 2796-9576
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