- ISSN 2796-9576

María Gabriela Goldstein

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Freud perdido y un encuentro con lo extraño

Viena, 14 de mayo de 1922: “le voy a confesar algo que le rogaré por consideración hacia mí, no comparta con nadie, amigo o extraño. Me atormenta un interrogante: ¿por qué, en realidad, durante todos estos años no intenté frecuentarlo y tener con usted una conversación? [...] La respuesta a este interrogante implica una confesión que me parece excesivamente íntima. Pienso que lo evité por una especie de temor de encontrarme con mi doble”, escribe Freud (cit. en Leclaire, 1999:116) a Arthur Schnitzler en la carta por su cumpleaños. Reconoce así, que las verdades del inconsciente y del alma humana que este literato revelaba en su obra le hacían pensar que los intereses de ambos coincidían. Y concluye: “Despertaba en mí un extraño sentimiento de familiaridad”. Freud sabe que ambos, tanto él como el dramaturgo, entienden de esas fuerzas originarias “cuya interacción domina todos los enigmas de la existencia”. En ese complejo juego de opuestos, repetición y destino parecen tomar el comando, donde sueño y realidad se mezclan, se confunden, y convocan lo temido, en el retorno de lo igual, más allá de lo reprimido. La inquietud y la extrañeza muestran esa zona de frontera donde deambula la sombra del otro, como una “familiar” apariencia.