La subjetividad en la era de la imagen
Mayo 2024 - ISSN 2796-9576
Ensayos psicoanalíticos

Tatuajes. Imagen y Escritura en el cuerpo

Hilda Catz
Hilda Catz

 

Cada uno crea 

De  las astillas que recibe

La lengua a su manera

Con las reglas de su pasión

-y de eso, ni Emanuel Kant estaba exento

Juan José Saer (1977)

Introducción

La propuesta apunta a sostener la relevancia clínica del tatuaje como escritura, lazo social y expresión estética, según un contexto socio-económico, cultural y epocal determinados. Se constituye como una forma de comunicación que, como psicoanalistas, no podemos desconocer, sino que, por el contrario, debemos poner a trabajar e incluir en el proceso en virtud de su relevancia clínica y de su potencialidad significante. 

Escribir, dibujar, pintar sobre la piel es una actividad que implica heridas y dolor, pero también una victoria sobre la pérdida y un trabajo de duelo, evocando la libertad de considerar la piel como las páginas en blanco de un libro, para inscribir allí textos personales, significativos, como un lienzo sobre el cual pintar, como una forma de elaboración de los duelos donde suele haber una perdida 

Detrás de la fijeza fotográfica del tatuaje nos encontramos con una grafía escrita en tinta indeleble, quizás la presencia de una ausencia que no sólo nos reclama descubrirla, re-crearla, sino en algunos casos, inscribirla por primera vez. Puede decirse que entre pliegues y repliegues, se despliega por derroteros inusitados una narrativa  que me llevó a interrogarme sobre esta forma de lenguaje. Es como si se tratara de una superficie de inscripción de la producción inconsciente del sujeto, teniendo en cuenta que en cada época el tatuaje porta y aporta distintos significantes, sin tener necesariamente un  soporte fonético. Como dice Felisberto Hernández: “Yo sé que por el cuerpo andan pensamientos descalzos que no siempre suben a la cabeza y se visten de palabras”.

Así vuelvo a referirme a la importancia clínica del tatuaje como un lenguaje en imágenes y que puede favorecer la apertura de lo que he denominado “marcas simbolizantes” en tanto poseen un potencial simbolizante que puede abrir el camino a las representaciones mentales, necesarias para que se produzcan los conflictos psíquicos, principalmente en torno a los duelos y los déficits de las funciones parentales. 

Para ello tendré en cuenta las palabras de Foucault (2000) cuando habla acerca de la representación, encadenada siempre a contenidos muy cercanos unos a otros, que se repite, se recuerda, se repliega naturalmente sobre sí misma, hace renacer impresiones casi idénticas y engendra la imaginación.

La  demarcación de los cuerpos en tanto presión dolorosa sobre la piel, como una  presión paradójica, plantea la necesidad de acceder a una comprensión de lo imborrable de este tipo de lenguaje, de este escrito en el cuerpo. Es desde esa dimensión que se puede considerar lo que suelen decir los tatuadores a quienes van a tatuarse: que no hay dolor más grande que el que ya se experimentó, por lo que el tatuaje es irrelevante en cuanto al dolor que provoca su ejecución. Los testimonios de tatuadores y tatuados transmiten, además, que hacerse un tatuaje es una experiencia tan intensa que no se compara con ninguna otra y que es el mejor camino para expresar la propia singularidad: quién soy, en qué cosas creo o cuán libre me siento, apuntando a aspectos identitarios en busca de resolución. 

Se diferencia del corte en la piel porque en este caso se trata de una herida que sangra y no accede a la imagen como portadora de un sentido, de una ligadura que haga lazo y  que pueda llevar a un camino asociativo mediante la palabra, argumentación narrativa que además esta intrínsecamente ligada a determinada época, sociedad, cultura y sus mandatos biopolíticos. 

Desarrollo

Si hacemos un recorrido histórico-psicoanalítico con respecto a la temática planteada en torno a las inscripciones parentales, resulta particularmente interesante tomar en cuenta lo investigado por Garma (1961, p.20-21), quien planteó que fue característico del arte más primitivo la ornamentación del cuerpo humano en sus dos formas: con vestidos y tatuajes. Fue creado por las madres prehistóricas con la finalidad de seguir otorgando mágicamente a sus hijos ya nacidos todo el apoyo que había sido posible brindarles durante su vida intrauterina. Dibujaban sus cuerpos con tintas vegetales para protegerlos de los animales salvajes, al mismo tiempo que los vestían y cubrían siguiendo los parámetros del contexto social en que se hallaban. Es de destacar que se trataba de dibujos principalmente, o sea que no causaban dolor.

Esta ornamentación debió seguir tomando diferentes aspectos en el transcurso de la vida del individuo, que al crecer ya no precisó la protección materna, sino más bien independizarse de ella. Esto último fue dando origen a los ritos de la pubertad, difundidos por los pueblos originarios, donde pueden encontrarse lo que sería “las marcas” de ese proceso en un amplio abanico de posibilidades creativas.

Según Garma, los estudios psicoanalíticos de la pubertad muestran que uno de sus significados más profundos es el de señalar así el paso, o la marca del pasaje, de la madre al padre. En ese pasaje se confirmaba la pertenencia y la filiación al grupo de pares y al padre, tenía el valor de testimonio de los diferentes ritos de pasaje que celebraban los pueblos y que demarcaban no sólo territorios, sino también toda su cultura. Pero ese pasaje de la madre al padre siempre implicaba dolor, ejecutado mediante desafíos, pruebas, esfuerzo y también tatuajes: nos encontramos con cuerpos escritos ya desde la prehistoria, desde hace más 70.000 años, como se ha descubierto recientemente en la cueva de Blombos en Sudáfrica. 

Parafraseando a Dejours (1992), que  habla de las “Somatizaciones simbolizantes”, que ponen de relieve su capacidad de abrir, a través del cuerpo, el camino de las representaciones mentales necesarias para que se produzcan los conflictos psíquicos, he propuesto el concepto de “marcas simbolizantes" (Catz, 2005, 2011, 2019) como cicatrices  de un duelo vital, y/o accidental, como una historia grabada en el cuerpo, que relaciono principalmente con la crisis de las funciones parentales y los intentos de elaboración de duelos. 

Respecto a esto último me pareció muy significativa la frase de  Eric Laurent (2008) cuando  dice: “Algo como: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”. Los jóvenes tienen que arreglárselas con su sexualidad, con la droga, con su propio cuerpo. ¿En qué pueden apoyarse? Es una pregunta muy angustiosa para un joven, y él nos está pidiendo que no lo abandonemos frente a todos estos interrogantes”.

En relación a lo planteado, y aunque los tatuajes no son exclusivos de esa franja etaria, puede decirse que adquieren relevancia durante la adolescencia, esa etapa de la vida de extrema vulnerabilidad, caracterizada por la depresión y los avatares de la transformación de los objetos de amor originales. Por lo tanto, en muchos casos también pueden detectarse como cicatrices de heridas en el andamiaje identificatorio del sujeto, en el armado  del cuerpo erógeno en su delicado equilibrio inicial y en su búsqueda identitaria. 

En algunos casos, como dice Casteluccio (2013), podemos leer el nombre encarnado en la piel también como el tatuaje del nombre propio, donde faltaría ubicar su estatuto subjetivo.

En el seminario que Lacan (1964) le dedica a los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis menciona al tatuaje como una modalidad de materialización de la libido, que permite ubicar las relaciones de quien la porta respecto de un grupo, además de poseer un valor erótico (p. 214).

Además, estas manifestaciones constituyen verdaderos puntos de encuentro entre lo somático y lo psíquico, entre biología e historia del individuo porque no podemos olvidar que la corporalidad, lo sensorial, es la primera huella que aparece en nuestra psique, y empieza incluso antes de nacer, a través de la vida intrauterina. Podríamos considerar también  que hablan desde una escritura originaria pre-verbal, hecha de trazas cutáneas tomando palabras de Anzieu (1987). 

A través de las imágenes la potencialidad de adquirir significación tiene mayor relevancia, en contraposición a otros tipos de “marcas” en el cuerpo cuyo dibujo está formado, por ejemplo, por cicatrices de heridas exclusivamente. Podemos enumerar las escarificaciones, los tatuajes, los piercings, hasta las patologías que implican el cuerpo, como la anorexia y los cortes auto-infligidos (self cutting) que pueden representar, en ciertos pacientes, un grado de sufrimiento necesario para la existencia y la identidad. 

Desde otra perspectiva, no hay que olvidar respecto a los tatuajes lo que dice Michel  Foucault (1992), que el  cuerpo es un texto donde se escribe la realidad social. Y efectivamente desde tiempos remotos los tatuajes han definido lugares y funciones, ya que en cuanto a su significación tradicional sirven como señal de identificación personal, moda compartida por determinados grupos de pertenencia, hechizo, talismán, pertenencia a sociedades secretas, fidelidad amorosa, adornos, testimonio, etc. 

Sin embargo, lo que me interesa subrayar es que los tatuajes pueden aportar al proceso analítico asociaciones valiosas y enriquecedoras, si son incluidos en el mismo, porque si se respeta esa forma de expresión y comunicación, se constituyen en una especie de guion condensado que permite acceder a derroteros insospechados de derivas asociativas. 

Como también, otras veces se hace difícil ese camino y pareciera que el sujeto se cierra y encierra, y debe seguir repitiendo lo traumático que pugna secretamente por manifestarse en una sucesión infinita de tatuajes que se transforman en una adicción que no se puede detener. En estos casos puede decirse que el dolor se corporiza con su componente erógeno masoquista en una dramática muda de repetición irremediable, autodestructiva e intransferible que intercepta la posibilidad de una edición o re-edición y nos exige otro tipo de abordaje.

Desde esa perspectiva los tatuajes también pueden expresar identidades que se sienten en peligro de desintegración, o por lo contrario pueden constituir un espacio de producción de subjetividades cifradas en un plano ontológico que despliegan segmentos espacio-temporales auto-poiéticos en toda su dimensión hermenéutica y creativa. 

Por ejemplo, los adolescentes y jóvenes expuestos a una cultura de masa globalizada, hiper-estandarizada, denuncian, desde mi punto de vista, el usufructo y la mercantilización banalizada  de la propia historia tratando de crear una memoria corporal e intersubjetiva que haga las veces de urdimbre que sostenga desde su singularidad y diversidad la necesidad de crear sus propios emblemas identificatorios mediante los tatuajes.

Los tatuajes adquieren así relevancia de testimonio porque descifran y/o inscriben una pertenencia, la inscripción del sujeto en una historia personal para poder apropiársela, y justamente desde el vértice del testimonio he hallado una ligazón a la función parental que quisiera destacar en las palabras de  Galeano (2011) que afirma en su libro Espejos: 

“Padre píntame el mundo en mi cuerpo” (p.6). 

Tendríamos que preguntarnos si en la actualidad las funciones parentales están pintando el mundo en el cuerpo, dejando trazas, o si nos hallamos ante una apatía parental generalizada, donde los padres se sienten excluidos o exentos de esa difícil tarea de ser donantes de materia prima identitaria. Efectivamente, es en lo que respecta a la declinación de la función paterna donde se interrumpe la transmisión del legado, tanto de la historia familiar, cultural, histórica y/o social, que se destruye la trama de los orígenes. Trama  que sostiene la inscripción del sujeto en una historia personal, para poder a su vez apropiársela, para poder ser heredero de un nombre y de una cultura. 

El tatuaje, en la mayoría de los casos, se ubica en el lugar de un testimonio porque descifra y/o inscribe por primera vez esa pertenencia que, como tal, articula la experiencia y demuestra la evidencia y veracidad de un hecho. Ya sea como comunicación, memoria, recuerdo, legado, testimonio, homenaje, los tatuajes pueden simbolizar, además, en toda su multicomplejidad descriptiva e interpretativa, un acontecimiento importante en la vida de quien se lo hace que amplía la perspectiva en el trabajo psicoanalítico con los pacientes, si se da lugar a su relevancia clínica.

Ponen en evidencia una verdadera elocuencia ontológica entre el determinismo socio-cultural y la historia singular que implica por lo menos tres generaciones, como se puede observar en la clínica, donde nos encontramos por caso, con mandatos tanáticos, mudos, que van pasando de una generación a otra. 

En uno de los casos clínicos que he presentado en mi libro Tatuajes como marcas simbolizantes (Catz, 2019), una adolescente portaba en toda su espalda un ángel de la Guarda terrorífico que sentía como protección, pero al mismo tiempo  se exponía a situaciones de extremo peligro en las que podría haber muerto, razón  por la que fue derivada a tratamiento por el Juez de menores. A través del proceso analítico surgió la confesión de parte de uno de los  padres de un secreto nunca revelado acerca de un abuelo filicida, que intentaba matar a sus hijos apuntándolos con un revolver mientras dormían hasta que decidió suicidarse. O sea, la espalda tatuada cubierta por un ángel protector evidenciaba la existencia muda de una historia de crimen y suicidio que volvía a repetirse a través de lo transgeneracional, engarzada en lo intergeneracional y en la historia individual de esta adolescente con tendencias suicidas.

Se presentan en el libro, Catz,H.(2019-2024) Tatuajes como Marcas Simbolizantes. La relevancia clínica del tatuaje en el proceso Psicoanalitico  muchos otros ejemplos respecto de los tatuajes y la forma en que se usan: el caso de los presos, para evitar el colapso psíquico y resistir una realidad que muchas veces no puede ser puesta en palabras. El caso de los ‘pibes chorros’, donde los tatuajes tienen una significación particular, que adquiere la dimensión de un lenguaje mudo y cifrado, compartido por pequeños grupos. El tatuaje del nombre de los padres adoptivos, el tatuaje de homenaje a un ser querido perdido, “para no necesitar pensarlo”, como me dijo uno de los entrevistados. Otro, un adulto joven, me dijo: “en este brazo tengo a todos mis muertos tatuados, y en este otro brazo mis sueños”. Los tatuajes entre amigos para sellar una amistad, o la eternidad de un vínculo que se teme perder, como los tatuajes de los nombres de seres queridos. Los tatuajes de momentos importantes, como ritos de pasaje que se quiere que permanezcan imborrables.

El  de los jóvenes judíos israelíes, que se tatúan en el brazo el número de sus abuelos, prisioneros de Auschwitz, en un momento en el que la memoria viva de los supervivientes del Holocausto está a punto de desaparecer con la pérdida de dicha generación y que, pese a estar prohibido el tatuaje, lo consideran aceptado por su valor de testimonio. Recordemos que en la Tora, Levítico 19, versículo 28 se lee "no haréis incisión en vuestra carne por un muerto", "ni tatuaje os haréis". 

En este caso puede decirse que existe un pasaje del tatuaje por humillación al tatuaje por elección, como sería el caso de Magda (Catz, 2019), sobreviviente del campo de concentración, quien se  había hecho borrar el tatuaje con el número de prisionera porque la avergonzaba y luego comenzó a sentirse extraña y decidió volvérselo a hacer, porque constituía para ella una parte de su vida, de su sufrimiento, que no tenía por qué ocultar, y a partir de lo cual escribió numerosos libros que representaron un valioso y valiente  testimonio de transmisión  de su experiencia. 

Por todo lo expuesto, quisiera agregar que debemos rechazar como argumento la moda como único disparador del deseo de un sujeto de hacerse un tatuaje, como superficialmente se lo considera, y antes bien entenderlo como una forma de expresión donde siempre nos encontraremos con el psiquismo individual que va  dejando trazas de su presencia enigmática, develando y revelando nuevos horizontes a ser descubiertos. 

Algunas Conclusiones

El cuerpo se sitúa entre lo somático y lo psíquico, entre la biología y la historia del individuo. Freud le dio un lugar a lo somático y le otorgó la posibilidad de entrelazarse con el universo representacional. De hecho, podemos encontrar consideraciones psicoanalíticas acerca del tatuaje en los textos de Freud y de Lacan. Tanto en el seminario 9 (1961) como en el seminario 11 (1964-65), Lacan acentúa, entre otras cuestiones, la relación entre el tatuaje como marca, como rasgo y la función de identificación que esto implica, como también el concomitante erótico que conlleva, como he mencionado más arriba.

Quisiera destacar algunas posibles diferenciaciones, que me parecen interesantes a los fines de lo que vengo proponiendo, con respecto a aquellas marcas en el cuerpo que son heridas cortantes pero que no apelan a ningún tipo de figuración premeditada, o sea las que no alcanzan el nivel de figurabilidad de los tatuajes. En el caso de las marcas, lo que en ingles denominan cutting, según Eric Laurent (2014) si “virtualmente consideramos que el cuerpo es el orden imaginario, entonces inscribir algo para recordar da una idea de una relación floja con el significante, es decir no se pueden recordar las cosas en el orden simbólico. Hay que hacer un trazo en el imaginario, pero con un peso real, la carga libidinal, eso recuerda un alivio. Es la huella de un trazo, en los términos del último curso de J. A. Miller, es el trazo de Uno-repetición de goce o el trazo de un alivio” que no se engancharía en la cadena significante” (pp. 46-47).

En cambio el tatuaje, si lo incluimos en el proceso analítico, permite instituir un juego entre procesos primarios y secundarios por medio de aquellos otros que Green (1972, p.85) denomina terciarios, procesos de relación, resultado específico del análisis, donde el tatuaje pueda ser  alojado para poder desplegar su potencialidad simbolizante.  Tengo en consideración las apreciaciones de Pelento (1999) que enfatiza respecto a la adolescencia, que  “…ante el caos de lo irrepresentable de sus propias transformaciones corporales, el tatuaje propone una traza aún no representada pero representable y organizadora de sentidos”.

Surge así la posibilidad de entender los tatuajes dentro de un amplio espectro, desde el predominio de los aspectos neuróticos de la personalidad hasta el predominio de los aspectos psicóticos de los que nos habla Bion (1957). Conceptos que considero se pueden utilizar, por ejemplo, para los casos de adicción a hacerse tatuajes, donde no hay posibilidad de modificar la angustia que sería el predominio neurótico, donde el tatuaje lleva implícito una narrativa, sino solo de evacuarla mediante el pasaje al acto, lo cual nos hablaría de un predominio psicótico que impide el pasaje de la a-dicción a la dicción.

Por todo lo expuesto, considero que al contemplar los tatuajes desde la perspectiva de las “marcas simbolizantes”, como mencionaba anteriormente, puede observarse que “cada uno crea con las astillas que recibe la lengua a su manera con las reglas de la pasión…” como dice el poeta en el epígrafe. Incluir el tatuaje en el tratamiento permite, entonces, transitar desde la aparente repetición a la creación de una narrativa dentro del proceso analítico y que lo diferencia de las marcas, tal como se ha mencionado. 

Así, algunas veces encontraremos la relevancia significante de manera más directa y literal, mientras que otras habrá mayor grado de distancia simbólica y metaforización. Sin embargo, no debemos olvidar que los tatuajes – casi siempre en busca de un nombre propio, de la inscripción de un legado, un homenaje, un testimonio, que perdura en el cuerpo – ineludiblemente comparten el carácter enigmático de toda producción psíquica, ligada, a su vez, a una ruptura o a una represión originaria, en el juego perpetuo del desciframiento y de la huida.

Para concluir, las palabras de P. Corwell (1999): “hay algo realmente importante detrás de lo que alguien elige para tener dibujado en el cuerpo…”

 «Ce qu’il y a de plus profond dans l’homme, c’est la peau» 

(Lo mas profundo es la piel)

Paul Valéry  

 Bibliografía

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Autora:

Hilda Catz,  APA

Artista plástica y escritora

Descriptores: TATUAJE / DUELO / SIMBOLO / SIMBOLIZACION / CONFLICTO

Directora: Lic. Meygide de Schargorodsky, Roxana

Directora Honoraria: Mirta Goldstein

Secretaria: Dra. Tripcevich Piovano, Gladis Mabel

Colaboradores: Lic. Felman, Fanny Beatriz, Dr. Corra, Gustavo Osvaldo

ISSN: 2796-9576

Los descriptores han sido adjudicados mediante el uso del Tesauro de Psicoanálisis  de la Asociación Psicoanalítica Argentina

Presidenta: Dra. Rosa Mirta Goldstein
Vice-Presidente: Lic. Azucena Tramontano
Secretario: Lic. Juan Pinetta
Secretaria Científico: Dr. Marcelo Toyos
Tesorera: Dra. Mirta Noemí Cohen
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