La inmediatez ¿un signo de nuestro tiempo?
diciembre 2024 - ISSN 2796-9576
Textos breves

¿Anciano o longevo en un mundo computarizado?

Mirta Goldstein
Mirta Goldstein

Transitamos el tiempo de las redes y la inteligencia artificial en un mundo con una alta densidad de adultos longevos y en ese mundo inalámbrico circulan innumerables prejuicios respecto de la ancianidad y el envejecimiento.

Por este motivo me interesa desmontar preconceptos respecto de la longevidad y el envejecimiento en tanto los hoy llamados adultos mayores realizan un inconmensurable esfuerzo por incorporar las nuevas herramientas tecnológicas a su cotidianeidad, a seguir trabajando, a cuidar nietos o a continuar con sus trabajos de siempre.

Mientras lo niños ya son nativos de la inteligencia artificial y conviven con ella, los longevos se sostienen en su inteligencia emocional y en su expertis de vida sin dejar de entrenarse en las innovaciones que brinda la comunicación a distancia.

Si alguien envejece y llega a la ancianidad es porque ha vivido muchas décadas y a esa larga existencia se la denomina longevidad; lo asombroso de ser longevo es que “se ha vivido” muchos años y se ha podido ir transformándose a la par de las exigencias de las distintas épocas culturales. La modernidad y la posmodernidad han traído nuevas modalidades de vida y en los últimos tiempos de manera más vertiginosa.

Entonces longevidad significa vivir muchas décadas y en esa larga vida ha habido momentos de alegrías y otros de tristezas y frustraciones. La longevidad es haber transitado esas experiencias y haber podido recuperarse del dolor y la vulnerabilidad propias de cualquier existencia. 

Lo que el Psicoanálisis nos enseña es que para todos los seres humanos hay una dosis de vulnerabilidad inevitable e impredecible y esta es la razón por la cual nos angustian algunas palabras y nos cuesta pronunciarlas. Algunas de esas palabras son vejez, enfermedad y muerte. Hay palabras que asustan porque las asociamos con la finitud y con el sufrimiento orgánico y psíquico.

La vejez, a la cual prefiero denominar ancianidad, es una etapa de la vida que  hoy ya se ubica a partir de los 75 años porque es indudable que la vida se ha extendido.  Gracias a muchas conquistas en materia de salud hoy no solo se incrementa la posibilidad de alcanzar una vida longeva sino se incrementan las posibilidades de interactuar familiar, laboral y socialmente en décadas avanzadas. 

Hoy un adulto longevo que estudia computación, fotoshop o utiliza IA nos invita a no detenernos en el calendario sino a observar su vitalidad, sus ganas de hacer cosas y de innovar, entonces la vejez desaparece y lo que queda son las marcas de haber vivido profundamente y a eso lo llamamos envejecimiento. Envejecemos porque hemos vivido y la ancianidad es una etapa que corona la existencia.

Hace poco me preguntaron de que manera nos podemos preparar para la dependencia de los hijos en la ancianidad. Esta pregunta ya supone de antemano que la ancianidad es de por sí dependencia. Contesté que nadie está preparado para la dependencia, que solo en la infancia se es dependiente sin cuestionamiento,  por lo cual ni los ancianos ni los hijos de los ancianos están preparados para depender unos de otros si las situaciones así lo requieren.

Cuando los hijos ya adultos dependen de sus padres, hay frustraciones importantes y todos dependen de todos pues los padres abastecedores deben seguir siéndolo. A su vez para los padres ancianos depender de los hijos puede ser traumático sobre todo para aquellos que han mantenido la ilusión de “arreglarse por sí mismos”, son las personas autosuficientes que sufren si no pueden serlo.  

No todas las personas están preparadas para recibir ayuda y tampoco los hijos están preparados para cuidar a los padres. Hay un aprendizaje mutuo que lleva tiempo de acomodación y que algunas veces afecta las relaciones entre hermanos. Preguntémonos entonces ¿qué asusta a una familia en la cual los padres y/o abuelos han alcanzado la ancianidad? Tanto a los mayores como a las generaciones más jóvenes los asusta el deterioro. Sin embargo, no toda ancianidad implica deterioro. Hoy muchas personas transitan los noventa años con ocupaciones diversas que los mantienen confortables y amables.

Es decir, hay dos lentes para comprender nuestra existencia: el que observa la vida y el que observa lo que se termina, lo que caduca. ¿Cómo retenemos nuestras vivencias para que lo vivido siga vigente? A través de los recuerdos. Algunos guardan las fotos de un viaje, otros atesoran algo que recibieron de regalo o de herencia, es decir, nuestro psiquismo tiene medios de defensa contra el dolor que produce aquello que termina. Termina una fiesta, terminan los estudios universitarios, termina la ocupación laboral.

La jubilación como los casamientos de los hijos pueden aislar a la persona mayor si ésta no encuentra sustitutos. Realizar tareas, cuidar mascotas reunirse con amigos son formas de seguir acompañados y comunicados.

Hay muchas recomendaciones para mantener la actividad cerebral, emocional y física. Por mi parte pienso que lo mejor es mantenerse activo en todas las facetas, sobre todo la social.

Lo que observamos con el aumento de la prospectiva de vida, es que aquellos que se aíslan o se hunden en la introspección es porque están deprimidos. 

Valorar la juventud no significa deprimirse mientras seguir actuando como si los años no hubiesen pasado puede significar no poder aceptar que la juventud se haya ido. Estas son distintas reacciones ante el impacto de haber vivido.

Vivimos una época en la cual todos desean ser jóvenes y parecerlo; esto puede deberse a una mala relación con el propio devenir, con las propias decisiones tomadas por lo cual se siente nostalgia por lo no acaecido. En cambio, la depresión es fruto de la pérdida de aquello tenido como propio y que no se ha podido sustituir internamente. Por eso hablamos de duelos elaborados y de duelos irresueltos.

Ser joven no garantiza ni vitalidad ni entusiasmo al punto que muchos jóvenes hoy viven deprimidos por su falta de proyectos.

Me pregunto: ¿Por qué razón alguien satisfecho con lo que ha vivido desearía ser joven? o ¿por qué alguien que sigue creativo y entusiasta desearía volver al pasado?

Hay una idealización social de la juventud sin entender lo difícil que puede ser la juventud para los jóvenes que dudan sobre su destino, su vocación, su elección sexual.

Una vez que nacemos la vida nos arroja al crecimiento y la maduración, y también al envejecimiento. Por lo tanto, el miedo a envejecer debería surgir en los primeros meses de vida y sin embargo surge hacia la mitad de la vida cuando se empiezan a observar las marcas de lo que la juventud ocultaba: por ejemplo, que durante toda nuestra vida cambiamos de piel y nadie lo nota hasta que aparece el resecamiento de la misma o siempre se nos cae el cabello, pero nos damos cuenta cuando el espejo muestra la calvicie.

¿El espejo no me reconoce o yo no me reconozco en el espejo? Esta es una pregunta que los ancianos se hacen frecuentemente porque hay una disparidad entre como cada uno se siente y la imagen que aparece en el espejo. Este mal encuentro de cada uno y su imagen puede ser fuente de nostalgia. Uno de los traumas de la longevidad es el espejo que devuelve una imagen que no se siente como propia. Alguien se siente joven, pero se mira al espejo y no se reconoce. Es frecuente escuchar: ese no soy yo.

Lo que hoy ocurre es que la pantalla nos devuelve permanente una imagen de cómo nos ven los otros y el impacto en nosotros de una mirada que es pura ficción y en muchos casos distorsión. Mirarnos en la pantalla mientras hablamos a distancia es un espejo que no cesa de enviar su mensaje.

Obviamente que nuestro cuerpo cambia constantemente por eso tenemos conflictos con el cuerpo en la adolescencia, en la menopausia y andropausia y también en la ancianidad. Así como un adolescente siente que sus piernas se estiran, así un anciano siente que su cuerpo se achica.

Esto lleva a que mucha gente se vuelva adicta del consumo de cremas y cosméticos como si éstos garantizaran la juventud eterna.

Con la prolongación de la vida muchos prejuicios cayeron y hoy hay un gran número de personas en el mundo que continúan con su vinculación sexual hasta los 100 años. Con lo cual no existe una sola vejez, sino que cada envejecimiento es singular y propio de cada persona en relación con su deseo de vivir y su potencialidad de hacer y no aislarse.

En general todos queremos ser longevos, pero aquellos que sufren de enfermedades y de dolor crónico y de estados depresivos buscan maneras de vivir poco, por ejemplo, no cuidando su salud física y mental. Y si bien algunas dolencias son propias del envejecimiento, no siempre esto es así, ya que el dolor y la enfermedad pueden aparecer en cualquier momento de la vida, es por ello que los seres humanos somos vulnerables desde el mismo momento de nuestra gestación.

En las redes sociales es frecuente que encontremos recomendaciones sobre tomar ciertas hierbas, ciertas vitaminas, comer algunos alimentos y no otros como un modo de detener el tiempo y de sostener la juventud. Es innegable el efecto beneficioso de estas recomendaciones, pero no dan cuenta de lo que denominamos el ánimo, el humor, el deseo de vivir que son factores singulares de cada persona; mantenerse ligado al amor y a la tarea es la mejor receta de vitalidad. Todos tenemos una tarea por hacer día a día que puede ser laboral, lúdica, colaborativa y comunitaria.

¿Qué ocurre cuando se percibe que ya no hay ni trabajo, ni vocación, ni amor? Cae el ideal de aquello que se consideraba “para toda la vida”.  Aparece la vivencia de lo transitorio, de lo que no perdura.

Por eso son más felices aquellas personas que no se aferran in eternum a una persona o actividad, sino que, al elaborar las pérdidas como la viudez, pueden buscar acompañantes permanentes o circunstanciales. Aceptar lo transitorio es también aceptar que las personas van y vienen en la vida y que muchas veces ocurre que una novia perdida en la juventud termina siendo una compañera de la vejez o que un vecino en el parque puede ser alguien con quien hablar largas horas.

Entonces cuando hablamos de longevidad principalmente hablamos del significado que adquiere la vida para cada uno de nosotros.

El ritmo vertiginoso que impone la vida urbana y la vida tecnológica provocan ciertas confusiones, por ejemplo, confundir una temporalidad menos agitada con lentitud o quietud. El ritmo psíquico y corporal va cambiando con los años lo cual no significa menos energía, menos salud o menos inteligencia.

Cuando las familias vivían juntas con los abuelos, éstos estaban acompañados, hoy los departamentos pequeños y el ritmo del trabajo hacen que los ancianos vivan solos o requieran estar atendidos en viviendas protegidas. Una de las ventajas de las viviendas protegidas es la socialización: la posibilidad de hablar con otros o simplemente de no comer solos. Destaco que hay prejuicios culturales instalados contra las viviendas protegidas mal llamadas geriátricos. La posibilidad de estar con otros coetáneos es importante.

Otra manera de acompañarse y tener la responsabilidad sobre una vida son las mascotas. A las mascotas se las alimenta, se las baña, se las atiende y eso hace sentir que se sigue siendo importante para alguien a la vez que a los animales se los acaricia, se lo abraza y hasta se duerme con ellos.

Una de las preguntas e inquietudes más frecuentes por las cuales las personas de edad avanzada consultan es sobre la sexualidad. Ahora bien, me gustaría distinguir lo que acaece a los 50, a los 60, a los 70 y de ahí en adelante.

El envejecimiento se comienza a percibir hacia los 50 y de ahí en más se modifican algunas posiciones vitales. Los 50 marcan el fin de la juventud, marcan el crecimiento de los hijos si los hay y las modificaciones que esto produce en las relaciones de la pareja. Los cumpleaños de 15 o el ingreso a la facultad de los hijos visibilizan los cambios en el sí mismo y en las generaciones venideras.

Con la declinación del deseo suelen aparecer los “amantes” que sirven para restaurarlo y para no concientizar los cambios individuales y en la familia. Ilusionarse con una pasión puede ser un recurso para negar el paso del tiempo y que cada pareja o matrimonio requiere de renovaciones para subsistir en el tiempo.

A los 60 se empieza a pensar en el retiro y a los 70 se decide si seguir o no trabajando.

El tránsito por la década de los 80 es más difícil porque se suman viudez y/o pérdida de amigos.

Son muchas las situaciones que nos enfrentan a la continuidad de la sexualidad que no es solo genitalidad. Nuestro cuerpo a cualquier edad está apto para el placer y el erotismo por lo que no hay que denostar ni abandonar la masturbación, la preeminencia de los preliminares sexuales, los abrazos y los besos. La sexualidad es la vida misma y por ello va cambiando. Cada quien la resuelve a su manera si es que no renuncia al placer y al amor.

Los ancianos no son niños pues tienen toda la experiencia de vida que un niño no tiene. Los ancianos prefieren estar con niños porque se nutren de su vitalidad y optimismo y por eso quieren devolverles algo a los nietos, sobrinos, alumnos: quieren transmitirles la experiencia vivida y que su historia perdure en el recuerdo de otros. 

En la longevidad es muy importante reconstruir la historia y concretar acciones para una mejor calidad de vida y eso es la terapia psicoanalítica: reconstruir la historia para vivir sin sufrimiento.

Desde el psicoanálisis atendemos el sufrimiento y tratamos de aliviar el dolor psíquico de todos los que consultan. Las personas de edad avanzada traen la angustia de enfermarse y eso también resuena en los analistas porque todos estamos expuestos a la muerte y al dolor.

Los analistas no somos inmunes a las vicisitudes de la existencia y al igual que cualquier mortal estamos expuestos a ellas; la diferencia estriba en que podemos escuchar el padecer de otros.

Es verdad que hacia la mitad de la vida pueden aparecer signos de deterioro cognitivo, pero no todo es demencia senil ni Alzheimer. Los olvidos por ejemplo pueden volverse frecuentes, pero eso no significa demencia, pueden ser fruto de la angustia y la ansiedad. Con lo cual ofrecer terapia psicoanalítica a los ancianos es darles la oportunidad de reconstruir la novela de su vida: de corregir la vivencia del vaso demasiado vacío o del vaso demasiado lleno con la que consultan.

Debemos reconocer que la tecnología hoy permie la comunicación y la formación a distancia con lo cual sin salir del hogar y a través de la computación se puede acceder a un mundo cultural ilimitado; a esto cabe agregar que la comunicación a distancia no siempre reemplaza emotivamente al contacto presencial.

Para terminar: sin idealizar la ancianidad ni tampoco ninguna otra etapa de la vida, solo podemos afirmar que cada tiempo tiene sus beneficios y sus pérdidas, y sobrevivimos a todas ellas a veces con buen humor y a veces con mal humor. 

La longevidad puede volvernos distendidos o irritables, como cualquier circunstancia en las diferentes etapas de la vida con lo cual podemos decir sin prejuicios que la ancianidad tiene también sus especificidades y no por ello se la debe transitar con angustia.

Autora:

Mirta Goldstein, Presidente APA

Descriptores:

ANCIANIDAD / ENVEJECIMIENTO / AISLAMIENTO / DEPRESION / PREJUICIO

Directora: Lic. Meygide de Schargorodsky, Roxana

Secretaria: Dra. Tripcevich Piovano, Gladis Mabel

Colaboradores: Lic. Felman, Fanny Beatriz, Dr. Corra, Gustavo Osvaldo

ISSN: 2796-9576

ISSN: 2796-9576

Los descriptores han sido adjudicados mediante el uso del Tesauro de Psicoanálisis  de la Asociación Psicoanalítica Argentina

Presidenta: Dra. Rosa Mirta Goldstein
Vice-Presidente: Lic. Azucena Tramontano
Secretario: Lic. Juan Pinetta
Secretaria Científico: Dr. Marcelo Toyos
Tesorera: Dra. Mirta Noemí Cohen
Vocales: Lic. Laura Escapa, Lic. Jorge Catelli, Lic. Silvia Chamorro, Mag. Perla Frenkel, Lic. Gabriela Hirschl, Lic. Silvia Koval, Lic. Liliana Pedrón