No es infrecuente que alguna vez en nuestra vida hayamos pasado por una experiencia inquietante en una carretera, que hayamos sido protagonistas más o menos involuntarios de una secuencia de “road movie”. Me tocó vivirla en Italia, viajando desde Salerno a Taormina por la autostrada A2. El GPS no estaba del todo actualizado y en la ruta había sectores en reparación sobre los que el dispositivo no tenía noticias. Ante el obstáculo, se esforzaba por recalcular y me llevaba una y otra vez al mismo punto: “vietato avanzare – strada in riparazione”. El desvío, la alternativa, no estaba entre las respuestas posibles de este aparatito que se nos ha vuelto imprescindible, actualizando una versión del Otro a la que hemos confiado nada menos que nuestro lugar en el mundo, nuestra “geo-localización”. Afortunadamente, quien me acompañaba tenía un dominio aceptable del idioma y pudimos resolver el problema con el viejo método de preguntar al otro, al vecino de Reggio Calabria, en este caso, al que tiene los pies sobre la tierra y no depende de astros satelitales.
Este recuerdo sobrevino cuando me dispuse a pensar cómo decir lo que tenía deseos de decir respecto del gran cambio que ha significado para nuestras vidas en general y para nuestra praxis psicoanalítica en particular, este tiempo que vivimos en peligro-Covid. Decidí prestarle atención, ya que tengo por comprobado que estas ocurrencias a la hora de abordar un tema claramente “rizomático” resultan ser buenas cartografías.
En primer lugar, la anécdota nos propone una versión de lo real como “lo que siempre (nos) vuelve al mismo lugar”. Un bucle en el que el neurótico puede quedar atrapado en su conducta repetitiva, tropezando varias veces con la misma piedra (en la anécdota de marras fueron tres). Cuando la formación fantasmática -es decir, nuestra versión o nuestro mapa de la realidad- pierde estabilidad ante la evidencia súbita de la castración del Otro (nuestro GPS se muestra fallido), ocurre lo que Freud denominara “retorno de lo reprimido” (repetición de la falla y angustia). En los primeros años de su enseñanza, los mismos en los que acuñara la aludida definición de lo real, Lacan propone que el contenido del retorno no es sino la otra cara de lo reprimido (anticipando una arquitectura en banda de Moebius que más tarde adoptará como modelo). Si estas son las condiciones, entonces una lectura es posible, un saber es posible a partir de la interpretación.
Otra es la situación cuando lo que se pone en juego es lo que llamamos “inconsciente real”, que es diferente del caso previo en que retorna en el síntoma lo real del inconsciente. En este segundo caso, el saber no es éxtimo sino decididamente exterior al sujeto y su realidad presente. Pongamos por caso que, en lugar del conocido obstáculo que señala el corte de una ruta por reparaciones, sea un elefante o un meteorito lo que nos impide avanzar. Tratemos de utilizar estas ideas y estas diferencias para pensar el estatuto del Covid como fenómeno que atraviesa a la humanidad.
Dejaremos de lado las diferentes teorías conspirativas que, con la compactación paranoica del Otro, niegan su tachadura. Resulta que el virus es un representante de lo que el Sujeto Supuesto Saber a la ciencia no advirtió. Es decir, un fenómeno que emerge de un agujero en la capacidad de predicción y por lo tanto de prevención de la ciencia de las epidemias. Si así fuera, se trataría de un acontecimiento previsible que no fue previsto y tendríamos algo para decir al respecto; una lectura sería posible de esa discontinuidad, incluso alguna conjetura. Lo que no es seguro, o en todo caso no es asegurable, es que esa conjetura tenga el estatuto de una “nueva realidad”.
No había pasado mucho tiempo desde que la OMS denominara “pandemia” a la situación que el mundo estaba atravesando para que varios pensadores relevantes se sintieran impelidos a elaborar conjeturas. Pudimos leer textos negacionistas de diversa procedencia, entre ellos uno de Giorgio Agamben titulado: “La invención de una epidemia” (sic). Leímos también diversas expresiones de tono emocional contrastante: más bien eufóricas como la de Slavoj Ẑiẑek, que avizoró la posibilidad de una crisis del sistema capitalista; y otras pesimistas, como las de Bifo Berardi o de Paul Preciado, que suponían todo lo contrario, el perfeccionamiento de sus sistemas de control y vigilancia. Todo ello fue reunido en nuestro país en una publicación, titulada con intrépida sagacidad “Sopa de Wuhan”(1) . Sigo teniendo la impresión del gran acierto que supuso su tapa, en la que se ven varios murciélagos que miran al lector como los lobos a Serguéi Konstantinovich Pankjéyev, el famoso paciente de Freud (Hombre de los Lobos). No encontré mejor escenificación de la angustia colectiva de esos primeros días.
En los primeros cincuenta días donde realmente nos ajustamos al ASPO mi sensación, creo que, compartida con la mayoría, fue de estupor, desconcierto, angustia. Con el correr del tiempo pasamos a comprobar en tiempo real cómo eran necesarias las predicciones tanto como su fracaso, las palabras oficiales se desgastaban cada vez más rápido. Mi refugio fue el pensamiento científico, que incluye la posibilidad del error y de la rectificación. Es evidente que a diferencia de otras pandemias en la actual es el discurso científico el que ha coordinado las acciones y no el discurso religioso (no obstante, debo reconocer que me sorprendió recordar la fuente editorial de “La sopa de Wuhan”, recién mencionada). Las críticas y las protestas ante la hegemonía del paradigma médico-sanitario -que toma mucho prestado a la retórica militarista, hay que reconocerlo- han apelado a la figura utópica de la libertad, que apela a la vida en una suerte de paraíso terrenal anterior a la palabra divina. Muy poco a Nostradamus y sus epígonos.
La irrupción de este virus ha sido desde el principio, siniestra. No tanto por provenir de un murciélago -representante conspicuo de lo horroroso y supuestamente “diferente” - como de su familiaridad, de su cercanía. Pertenece a un grupo de virus con el que convivimos hace mucho tiempo (se describieron en 1960), que nos produce resfriados y otras dolencias menores en la mayoría de los casos. Sin embargo, la variedad COVID-19 tiene una contagiosidad tal que rompió todas las barreras de contención y además una alta letalidad. Cuando se presentaron en algunos lugares problemas para la atención adecuada de casos críticos, se acumularon cadáveres insepultos y las tumbas de emergencia trazaron sobre la tierra surcos innominados, unarios, tuve la impresión de que podíamos estar cerca del apocalipsis (tan anticipado por la serie alemana Dark que seguimos por Netflix en tiempo real). “Apocalipsis” es una manera de nombrar lo real más allá de toda atadura simbólica, incluso fallida. No es el real que emerge del agujero de todo simbólico sino el que está más allá, fuera de toda posibilidad de sentido a nuestro alcance.
Más allá del significado que los términos “nueva realidad” o “nueva normalidad” adquieren en el discurso público, no podemos convalidar con ligereza que se trate efectivamente de algo radicalmente nuevo. Lo que nos ha mostrado el virus de nuestro mundo es del orden del “retorno de lo reprimido”, es decir que nos ha dado a ver y a escuchar lo que estaba no tan expuesto y no tan dicho por las imágenes y los discursos que consumimos en forma masiva. ¿Es que nos podemos asombrar como ante un elefante en el medio de una ruta comprobando que los intereses políticos no se detienen ante el borde del abismo? ¿O que los intereses económicos no se deponen ante la distribución de las vacunas y se especula como si fuera una mercancía más? ¿Nos cae como un meteorito esta verdad o la debíamos saber aun sin saberla “conscientemente”?
Han sido algunos artistas, en particular escritores, quienes han podido expresar algo diferente, pero siempre desde el registro de la metonimia de su cotidianeidad, prescindiendo de recursos metaforizantes demasiado ambiciosos. Por ejemplo, Gabriela Cabezón Cámara:
“Que tengo los trapecios hechos dos piedras dolientes y me fui al pueblo a comprar Diclofenac. Que en el verano partí el colchón por la mitad por una idea buenísima que se me había ocurrido y ahora la partida soy yo. Que a quién carajo podría importarle. Que ni a mí demasiado. Que no tengo nada en especial para decir salvo que ayer llovió y llovió y supe de la muerte de alguien que no fue mi amiga pero sí una persona querida que me alegraba ver cada vez que la veía sin haberlo planeado casi nunca. Una muerte absurda, como todas las muertes demasiado prematuras. Y evitables…” (“Lo que tengo para decir”, abril 2020, sitio web del CCK)
En otro registro, Eduardo Grüner se disculpaba hace poco por no poder satisfacer las demandas de su interlocutor:
“Espero que nadie me pregunte a mí por el futuro, porque voy a tener que dar una respuesta vergonzante para un intelectual: no tengo la menor idea…Que la pandemia produzca más control social o más alteraciones de la subjetividad es una perogrullada: ¿cómo podría ser de otra manera? Y las profecías abstractas sobre la salida de la pandemia, en una situación de completa incertidumbre (no sabemos siquiera si habrá una “salida”), parecen un ejercicio ocioso, o una muestra de esnobismo narcisista” (Reportaje de Demián Paredes, Radar Libros, 7/3/21)
Como filósofo, como experto en sabiduría, Grüner reconoce que los actuales acontecimientos des-ocultan o des-cubren impiadosamente el agujero en el corpulento corpus de la ciencia y sus métodos. Entonces, acepta que allí no tiene ideas. Y se niega a tomar la palabra como un profeta. Más allá del inconsciente del lenguaje, el que es interpretable, donde la epistemología negativa del psicoanálisis puede operar como saber, el analista también corre el riesgo de hablar como los profetas. Tenemos que estar advertidos de las inclinaciones a formular vaticinios edípicos (incluidos los pre y los post), a trasladar livianamente nuestros problemas teóricos con el Padre a los dominios de la política o del análisis crítico de la sociedad.
Ya en 1965, en una conferencia dictada nada menos que en la logia masónica Gran Oriente de Francia, Lacan recurría a esta advertencia: “Pero es justamente de ese agujero, que salen los profetas y otras especies de profes…Busquen: hay varios” (2) (extraído del trabajo inédito de Colette Soler “Acteísmo psicoanalítico”, para la Revista de Psicoanálisis de Apdeba)
El saber del psicoanalista es conjetural. Es un saber que emerge del trabajo de la falta, allí donde esa falta pueda ser localizada y localizadora. En su tierra natal, la clínica, esa falta es la del objeto causa de deseo, cuyo reconocimiento y exposición en una cura es condición sine qua non del cambio psíquico que promueve un psicoanálisis. En sus extensiones, el decir del psicoanalista se aplica siempre a lo no dicho, al envés del discurso del que se trate. Si hay un aporte que podamos hacer saldrá de ese lugar.
Los psicoanalistas estamos dentro de los sectores privilegiados que, realizando un gran esfuerzo de adaptación, hemos podido conservar nuestras “fuentes de trabajo” con el pasaje masivo del consultorio a las pantallas. En otra oportunidad he denominado “simetrización” a esta modificación de la escena analítica empujada por las circunstancias, en especial en la relación con los pacientes. El esfuerzo es entonces doble: tenemos que recrear las condiciones para que esta mayor proximidad que paradójicamente resulta del “trabajo a distancia” permita recrear la escena analítica. En particular, la ausencia que la presencia transferencial nunca debe obturar. Lo fallido de la cita, la distancia en la proximidad, el espacio del inconsciente.
No vaya a ser que nos pase lo que Cesar Aira observa en la novela contemporánea, afectada por una suerte de sustancia de la inmediatez que denomina “proxidina”: “la droga que acerca todas las cosas a sí mismas… El trabajo (de la novela) no es solo la narración de la historia, sino la construcción de la escena de la historia” (3).
Cuando no hace mucho un analizante dijo en sesión: “mi madre es una persona de riesgo”, y yo le respondí: “así es, por eso te cuidás tanto de ella” y él asintió con una sonrisa, comprobé con alegría que el estilo de nuestro vínculo analítico no se había protocolizado.
(1) “Sopa de Wuhan” fue una recopilación de textos de diversos autores contemporáneos, escritos al calor de la epidemia en sus inicios, entre febrero y marzo del 2020. Néstor Borri fue quien seleccionó los quince textos publicados por medios digitales y distribuidos por redes sociales, con el sostén editorial de la Universidad de Teología de la Universidad Católica Argentina. (2) Lacan J., “El psicoanálisis en este tiempo”, conferencia en la logia masónica del Gran Oriente de Francia, el 25 de abril de 1969, en Temple N.º 3, Boletín de la Asociación Freudiana, N.º 4/5, 1983, p. 17-20. (3) En “Mis novelas son mis diarios”, entrevista de Jorge Carrión, Lateral N.º 113, 2004
Referencias bibliográficas
1.- Agamben, Giorgio y otros (2020) “Sopa de Wuhan”, Ed. ASPO-Pablo Amadeo Editor, Buenos Aires
2.- Cabezón Cámera, Gabriela (2020) “Lo que tengo para decir”, extraído de “Diarios – La mirada perdida, episodio 4”, www.cck.gob.ar
3.- Grüner, Eduardo (2021) Entrevista de Demián Paredes, Radar Libros, 7/3/21
4.- Soler, Colette (2020) “El acteísmo psiconalítico”, en Psicoanálisis, Rev. APDEBA, 2020 -1/2 Vol. XLII
5.- Carrion, Jorge (2004) “Mis novelas son mis diarios. Cesar Aira” (entrevista), Lateral n. 113, mayo del 2004, pp.6/7
Autor:
Marcelo Toyos
Descriptores: REALIDAD / LO REAL / CASTRACION / DISTANCIA
Candidatos a descriptor: PANDEMIA
Directora: Mirta Goldstein de Vainstoc
Secretario: Jorge Catelli
Colaboradores: Claudia Amburgo
José Fischbein
María Amado de Zaffore
Los descriptores han sido adjudicados mediante el uso del Tesauro de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina
Presidenta: Dra. María Gabriela Goldstein
Vice-Presidente: Dr. Rafael Eduardo Safdie
Secretario: Dr. Adolfo Benjamín
Secretaria Científica: Lic. Cristina Rosas de Salas
Tesorero: Dr. S. Guillermo Bruschtein
Vocales: Dr. Carlos Federico Weisse, Dra. Leonor Marta Valenti de Greif, Lic. Mario Cóccaro, Dr. Néstor Alberto Barbon, Psic. Patricia Latosinski, Lic. Roxana Meygide de Schargorodsky, Lic. Susana Stella Gorris.